Ser periodista es, jugarse la vida
En la época de Ronald Reagan y por la autonomía relativa de la política exterior de México hacia las revoluciones de Centroamérica y el Caribe, la Casa Blanca determinó desde el Comando Sur que México era el problema número uno de seguridad nacional de los EE. UU.
Los errores estratégicos de México en el despilfarro del petróleo, el relevo ideológico en la élite gobernante con el arribo de los tecnócratas neoliberales, los compromisos estratégicos del Tratado de Comercio Libre y la crisis de 1995 subordinaron de manera estructural la política exterior de México a los intereses de la Casa Blanca y fue irrelevante quien estuviera de presidente ahí y de qué partido.
Al presidente Fox se le presentó la oportunidad histórica de redefinir las relaciones con los ataques terroristas del 9/11 del 2001, pero hubo pánico de poder y quedó atrapado entre Adolfo Aguilar Zínser y Jorge G. Castañeda. El gobierno de Calderón cedió de manera ingenua el poder de seguridad nacional a Washington a través de la subordinación en materia de narcotráfico.
La estrategia de política exterior de Donald Trump fue una sorpresa porque abandonó los controles imperiales, apostó al fortalecimiento interno y desdeñó el activismo geomilitar reduciendo la presencia de tropas en el exterior. Trump le apretó las tuercas a México en materia migratoria, pero en función de los intereses estadunidenses internos para evitar el ingreso de migrantes sin permisos. La revisión del Tratado benefició a la economía estadunidense, aunque sin el enfoque de control de México como lo diseñó George Bush Sr. al negociar el acuerdo desde su óptica de seguridad nacional por haber sido director de la CIA en 1976. A diferencia de presidentes anteriores, Trump nunca tuvo la intención de usar a México como pieza territorial y geopolítica de su seguridad nacional en la región iberoamericana.
Ahora viene el ciclo demócrata de Joe Biden, quien fue vicepresidente del ciclo Obama de ocho años en la Casa Blanca. Sin pensamiento estratégico de seguridad nacional, con una carrera burocrática eficientista e inclusive desdeñado por Obama al negarle funciones en materia de política exterior, Biden quedará preso en la Casa Blanca dentro del enfoque kissingeriano de paz-guerra en función de la imposición de los intereses estadunidenses y el papel de Washington como el factor estabilizador del equilibrio mundial.
El problema de México será el mismo de siempre: el enfoque mexicano de seguridad nacional es más estabilizador y localista que propulsor de algún activismo político. El modelo tercermundista de Luis Echeverría y el enfoque petrolero timorato de López Portillo perdieron a su burocracia diplomática con la firma del TCL y la cesión de la soberanía mexicana al paraguas de la seguridad nacional estadunidense. Del nacionalismo revolucionario se había pasado al modelo identificado por Lorenzo Meyer como “nacionalismo defensivo”, pero sin asumir iniciativas o activismos relevantes.
El presidente López Obrador se entendió con Trump en el escenario de un Trump sin pensamiento geopolítico ni estratégico militarista. Ahora viene Biden con espacios ya acotados por los casi quinientos funcionarios y exfuncionarios de la comunidad de inteligencia de los EE. UU. que dieron apoyo porque, dijeron, el aislacionismo de Trump había provocado que los adversarios de los E. UU. ya no le tuvieran temor y porque Trump abandonó la escena internacional al ruso Vladimir Putin, al chino Xi Jinping, al coreano Kim Jong-un y a la élite iraní.
Iberoamérica y el Caribe entraron en una zona de desorden que abrió el camino a Rusia, China, Corea del Norte e Irán, debilitando el primer círculo de seguridad nacional de Washington. En este sentido, el kissingerismo de seguridad nacional regresará a la Oficina Oval y tendrá a México entre sus principales prioridades. De ahí que México esté regresando a las prioridades estratégicas de seguridad nacional de Washington.
En este escenario hay que leer el no-reconocimiento formal del presidente López Obrador a las cifras no oficiales electorales de la elección del pasado 3 de noviembre. Y en este contexto se deben insertar los primeros mensajes de seguridad nacional de Biden que estarían involucrando a México entre sus prioridades problemáticas.
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