Diferencias entre un estúpido y un idiota
La estridencia nacional e internacional sobre el proceso electoral de México del domingo 6 de junio encontró un saldo anticlimático: todos ganaron y todos perdieron y al final las cosas cambiaron para quedar igual. Otra vez se confirmó la impresión de que México es un país surrealista en donde Kafka sería un escritor costumbrista.
El debate político-electoral se estancó en el dilema populismo-neoliberalismo: de un lado, Morena como el partido del presidente López Obrador y su modelo económico basado en programas asistencialistas, obras públicas y la reconstrucción del Estado como el rector y eje de la economía. De otro, la alianza extraña entre el PAN como la derecha católica histórica, el PRI que nació como el populismo jacobino y el PRD que surió de las entrañas populistas del PRI del general Cárdenas (1934-1940) y su nacionalismo popular-social, sólo que ahora estos tres partidos bajo el dominio ideológico de la COPARMEX (Confederación Patronal de la República Mexicana), un sindicato empresarial con funciones políticas legales y de manera obvia con su agenda neoliberal pura e ideológica conservadora.
En medio quedó colocada una sociedad pasmada, con una polarización basada en niveles educativos extremos y acostumbrada a que el viejo PRI y el presidente de la república les resolviera sus problemas de subsistencia cotidiana. El dato general no fue procesado en los debates electorales: la mayoría de mexicanos mayores de edad se encuentran en situación de pobreza con una a cinco restricciones sociales y dentro de ella un 25% de mexicanos en situación de pobreza extrema. La crisis económica del ciclo neoliberal 1983-2018 modernizó el sistema productivo por el Tratado Comercial con EE. UU. y Canadá y multiplicó por diez el comercio exterior, pero su impacto social fue menor: una tasa de PIB promedio anual en ese periodo de 2%, contra el 6% del viejo ciclo populista 1934-1982.
En este sentido, el eje de la discusión electoral fue de proyectos contra la crisis: la vía lopezobradorista de regreso a la hegemonía del Estado o la vía neoliberal de la empresa privada.
La disputa por el poder se centro en una guerra de posiciones: la mayoría absoluta (51%) en la Cámara de Diputados y calificada (67%), la primera para aprobar leyes y la segunda para modificar la Constitución; además, se votaron cambios en quince gubernaturas (47% del total) y 30 de 32 congresos estatales. Y como la cereza del pastel, el congreso local y las dieciséis alcaldías en Ciudad de México, la capital del país y el bastión del PRD y luego Morena desde 1997.
Morena y López Obrador ganaron once gubernaturas, veinte congresos locales y la mayoría absoluta por su alianza con dos partidos aliados (el Partido Ecologista que nada hace por el medio ambiente y el Partido del Trabajo que carece de sindicatos y obreros). La gran derrota de Morena y López Obrador ocurrió en Ciudad de México: mayoría de legisladores locales a la oposición y nueve dieciséis alcaldías (56%). El dato adicional radica en que la jefa de gobierno de Ciudad e México ha aparecido como la funcionaria preferida por López Obrador para ser candidata a la presidencia en 2024.
Las elecciones intermedias de manera tradicional redistribuyen el poder por el desgaste de los tres primeros años del sexenio de gobierno, pero también reacomodan grupos para la lucha por la siguiente elección presidencial tres años después.
En este panorama es complicado sacar conclusiones deterministas. Lo claro fue que López Obrador no aplastó a sus contrincantes, pero la oposición tampoco derrotó a López Obrador. En este punto queda el hecho de que Morena se mueve al ritmo del liderazgo personal y centralizado de López Obrador, en tanto que en la alianza opositora se distribuyen los liderazgos de tres partidos y una poderosa organización empresarial, es decir, cuatro agendas diferentes.
El invitado inesperado a la fiesta fue el gobierno de EEUU con una agenda totalizadora y por lo mismo dispersa: migración, comercio, inversión extranjera, narcotráfico, geopolítica centroamericana y vecino con alta densidad de contagios de coronavirus. El presidente Biden envío a México el martes 8 de junio a la vicepresidenta Kamala Harris a gestionar la imposición de la agenda centroamericana, pero se encontró con un país y una región sur bastante desarticulada e ingobernable. Al final, la prioridad de Harris fue migración, ofreciendo ayuda a México, Guatemala, Honduras y El Salvador, pero sin encontrar acuerdos concretos. La crisis de violencia, pobreza y desempleo siguen alimentando caravanas de miles de migrantes hacia EEUU, pese al mensaje central de Harris: “no vengan porque serán regresados”.
Ante EE. UU., López Obrador ha endurecido su mensaje nacionalista que hasta ahora Biden y Harris no han comprendido, luego de que la Casa Blanca abandono América Latina desde la invasión a Panamá en 1989. Y da la impresión de que Washington quiere resolver la crisis regional en diez minutos con cuatro mil millones de dólares de apoyos.
Al final, el proceso electoral mexicano no derivó en conflictos poselectorales, aunque quedó el mensaje ominoso de más de un centenar de políticos asesinados con violencia por el crimen organizado y por otros candidatos. Lo que viene para México es el desafío de crecimiento económico por el hoyo recesivo de -8.5% en 2020 por la pandemia y la expectativa de analistas consultados por el Banco de México en el sentido de que México solo podrá crecer 2.2% promedio anual en los próximos diez años, cuando necesita como mínimo 4% y 6% como ideal. Los mexicanos que no alcancen bienestar serán una carga política y de seguridad para Mexico y, de paso, para EE. UU.
Pero luego del domingo 6, las fuerzas políticas comienzan a cebar sus armas para las elecciones presidenciales de 2024.
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