Diferencias entre un estúpido y un idiota
La anterior entrega de JdO desató un tsunami de comentarios, críticas, cuestionamientos y aportaciones.
También llegaron algunas satanizaciones y amenazas veladas que me apresuré a poner en conocimiento de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Siendo como soy, pueblo, creo merecer el manto protector de esa venerada institución.
No me alcanzarían varias ediciones de la columna para dar cabida a las decenas de correos recibidos, así que compartiré con los lectores dos inteligentes epístolas de la pluma de dos igualmente inteligentes corresponsales con quienes me unen antiguos lazos de amistad y respeto.
Una misiva coincide con mis reflexiones y la otra me tunde, así que el resultado es un interesante equilibrio.
En primer lugar doy espacio a Leonardo Ffrench, competente ingeniero civil de la UNAM que ha brillado en la diplomacia, en la administración pública y en las lides lingüísticas. Desde su refugio en la eterna primavera, el embajador retirado expresa su coincidencia.
Siguen después los razonamientos de Humberto Mussachio, periodista de trayectoria más larga que la cuaresma y alto exponente de la crónica y de la historiografía de los medios, quien con cariño, pero implacable, expresa su desacuerdo.
Escribe Leonardo:
Totalmente de acuerdo. Casi todos los símbolos nacionales son creación de los antihéroes o villanos de la historia oficial. La bandera la enarboló por primera ocasión el Ejército Trigarante de Agustín de Iturbide. El himno fue creado en 1853 por un concurso convocado por Antonio López de Santana. La ceremonia del grito existe porque el “pueblo sabio y bueno” le llevaba serenata a don Porfirio Díaz el 15 de septiembre por la noche al Palacio Nacional donde vivía, pues era el día de su santo y de su cumpleaños, lo que ocasionaba que don Porfi se desvelara para levantarse de nuevo el 16 para dar el grito y encabezar el desfile militar que iniciaba desde temprano. En consideración de su avanzada edad, un asesor áulico le sugirió a don Porfi que, para conservar su salud y sus bríos, entonara el grito a as 11:00 pm, cuando había más pueblo reunido en el zócalo y pospusiera para medio día del día siguiente el desfile militar.
Además, “el padre de la patria”, el cura don Miguel Hidalgo y Costilla, nunca se refirió a la posibilidad de independizarse de España. Sólo fustigó al mal gobierno de “Pepe Botella”, el hermano de Napoleón Bonaparte, impuesto para sustituir a Fernando VII. La convocatoria del cura Hidalgo tuvo lugar, según la Enciclopedia de México, a las 8 o 9 de la mañana, pues Dolores era cabecera municipal de una pequeña ranchería, por lo que había que esperar a que llegaran mas lugareños ya que los domingos (como ese 16 de septiembre) eran “días de plaza”.
Tiene ahora la tribuna Humberto:
Lamento discrepar nuevamente con usted, docto doctor. La nacionalidad se construye con hechos reales y con mitos. La visión común de la historia, sea bizca o nublada, es lo que aporta el cemento ideológico que nos imprime identidad. Se dice que “somos hijos de indios y españoles”, pero yo soy hijo […] de italiano y sinaloense sin sangre indígena. Como tú dices, hemos elevado a los altares cívicos a Hidalgo, Juárez, Madero, Cárdenas y otros y mandamos al caño a Iturbide, Santa Anna, Maximiliano, Miramón o Victoriano Huerta. Sí, y no me parece mal. De los primeros tomamos su más alto ejemplo; de los otros, tenemos más presentes sus canalladas.
Me importa poco si el cura Hidalgo tuvo muchos hijos, si se anduvo […] o le faltó decisión para no entrar en la ciudad de México. Lo importante es que cuando fue necesario convocó a pelear por la independencia y se jugó todo, la vida incluso, por esa causa que hago mía. Me vale máiz si a Benito Juárez le encantaba jugar a las cartas o si frecuentemente se pasaba de grillo. Me importa, sí, su entereza ante los grandes retos que enfrentó y su talante indoblegable frente a los invasores y sus comparsas locales. Madero siempre me ha parecido una figura menor, pero tuvo el inmenso mérito de desatar un proceso que de varias maneras transformó a México. Por supuesto, no puedo olvidar que con Cárdenas se consolida el Estado, que su iniciativa dio cuerpo y proyección a las fuerzas sociales (aunque haya sido, sobre todo, en beneficio de su partido), que desplegó una gran solidaridad con la República Española cuando las potencias se escondían debajo de la cama ante el auge del nazifascismo, o por no citar más, que decretó la expropiación petrolera. Me importa poco que haya sido […]. Lo prefiero a él mil veces y no a la runfla de sinvergüenzas sin patria ni matria que han gobernado de Miguel de la Madrid hasta Peña Nieto. No menciono a AMLO, que hasta la fecha lleva el score en contra, pero prefiero esperar al fin de su sexenio para contar con una opinión definitiva.
Acaba de aparecer un libro de Pedro Salmerón donde este autor echa abajo la idea de la conquista. Luis Fernando Granados sostuvo que no hubo abrazo en Acatempan. Otros historiadores han desechado diversos mitos porque lo exige el rigor histórico, pero para que esos logros cobren cuerpo en la mentalidad social, tendremos que esperar a que se pierdan las visiones ideológicas y hasta convenencieras que compartimos, construcciones ideológicas generalmente impuestas desde arriba, pero que a fin de cuentas nos identifican y hermanan como mexicanos. ¿O no, querido doctor?
La valía de amigos como Leonardo y Humberto está a la vista. Además del cariño que nos une, no dejan de aportar inteligentes enseñanzas y motivos de reflexión. Y como el lector habrá comprobado, nuestros puntos de vista en realidad no son divergentes.
Las docenas de correos que recibí en respuesta a la anterior “Joyas de la familia”, varios remitidos por mis alumnos, refuerzan mi convicción de que nos urge revisar la manera en que estamos enseñando la historia a nuestros niños y jóvenes.