Trump, ¡uy que miedo!
Quien escribe esta columna no es León-O, Señor de los Thundercats (T. Wolf, 1985), quién como portador de la Espada del Augurio puede ver más allá de lo evidente; empero, no falta sino un poco de reflexión para notar que CONACYT se queda corto en funciones y ejecución de políticas públicas en beneficio a la sociedad entera.
Me explico.
La comunidad científica ve a CONACYT como, principalmente, una agencia de financiación de la Ciencia, Tecnología e Innovación, CTI; no extraña pues el de becas, por ejemplo, ha sido de los programas exitosos desde su creación.
Además de becas a estudiantes, están programas de financiación de proyectos y la retención de capital humano mediante el Sistema Nacional de Investigadores; sin cuya beca la fuga de cerebros sería descomunal ya que los salarios institucionales no son internacionalmente competitivos.
Fue hasta el sexenio inmediato anterior que hubo programas, aunque perfectibles, con foco en la innovación basada en la vinculación empresa-academia; programa truncado por su extinción promovida en la actual administración.
¿La financiación es suficiente como función del CONACYT para atraer beneficios a la sociedad desde la CTI?, no, aquí unos de ejemplos.
La normatividad se ve impactada por los avances tecnológicos con la imposición de su adaptación.
Es el caso de la comunicación y consumo de contenido mediante plataformas en internet como las redes sociales; basta ver noticias recientes para visualizar que esta tecnología ha impactado, incluso, a procesos electorales.
La teoría de redes, una subdisciplina de las ciencias de la complejidad, ha tratado e investigado esta clase de impactos desde hace unos lustros; a CONACYT le pasó inadvertido cuando pudo haber coadyuvado, con llamados a profesionales, para generar advertencias de tales impactos.
Otro caso se encuentra en los vehículos voladores tripulados; aquellos de los que se encuentran videos en internet, precisamente, como taxis aéreos.
Son aeronaves con desplazamiento de baja altitud sobre los cuales se debe normar en términos de seguridad (lo mismo sucedió con automóviles a inicios de siglo XIX), seguranza, certificación o licencia de conductores, componentes de altitud y velocidad, entre mucho más.
CONACYT, de nuevo, pasa inadvertido este tema, sobre el que aún estamos a tiempo a fin de no correr a tapar el pozo después del niño ahogado.
Lo automóviles autónomos, eléctricos o no, son otro ejemplo en este sentido.
Sí, los vehículos autónomos atraen grandes retos en las ciencias de la tecnología, en matemáticas y modelación, cibernética, electrónica y mas para desarrollar interconectividad, instrumentación, sensores, desempeño, seguridad, etcétera.
También es cierto que este reto en CTI permitiría inclusión social al favorecer la movilidad a personas con capacidades diferentes y así mismo, en su versión de vehículo eléctrico, podría reducir el impacto medioambiental por disminución de huella de CO2 si la electricidad usada tiene como fuente a energía limpia.
No obstante, un reto implícito en la CTI está en la disponibilidad del acceso a datos personales, ya que al interactuar con redes se sabría donde, a qué hora y cómo es que una persona en un coche autónomo se traslada de un sitio a otro.
La vigilancia excesiva de las personas, su imagen y otros son elementos que ponen en riesgo la privacidad de las personas, dentro y entrono al vehículo.
Peor aún, si los aplicativos informáticos, como el sistema operativo del automóvil, fuere intervenido (hackeado, pues), entonces la información de sensores, cámaras y actuadores podría estar en posesión de terceros sin autorización de a quien le pertenecen.
Falta normatividad.
Este tema de CTI traslapa a las ciencias humanísticas, que tanto pregona recientemente CONACYT, y que seguramente requerirán normas actualizadas una vez que se generalice el uso de estos vehículos.
No falta la Espada del Augurio para ver mas allá de lo evidente y promover un CONACYT de mayores beneficios a la sociedad entera.