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Reforma en el bachillerato, un paso hacia la modernización educativa
Diego Armando Maradona, el habilidoso futbolista argentino que trajo tanta Gloria a su país y que nunca asumió la regla de las celebridades de mostrar una cara falsa en ningún aspecto de su vida, al contrario, fue el más humano de los dioses. El espíritu pendenciero, machista, disoluto, abusivo, con grandes debilidades fuera de la cancha, siempre en los reflectores, carismático, multifacético, líder de quien quisiera colgarse de su sombra, un humano elevado en todo lo alto, al grado de alcanzar un nivel de divinidad.
El día 25 de noviembre ha fallecido este gigante, con un pie en las canchas y otro pie en el loco mundo, un hombre que alcanzó los límites altos y bajos de la fama y del vicio. Comprensible es que fuera el máximo ídolo argentino, aunque pudiera señalarse algún otro futbolista de los grandes que ha dado esa nación, deportistas con mayor virtud dentro y fuera de la cancha, nadie asumió la vida con tanta intensidad y en tan opuestos extremos cómo lo hizo Diego Armando. Algunos debaten si fue más grande que Pelé, otros buscan a pesar de las estadísticas demostrar que pasa por encima del moderado Leonel Messi, pero la altura que alcanzó este hombre, la devoción y admiración de todo un planeta que empieza por los suyos, sus argentinos siempre fieles y aguerridos en el tema de defenderlo, a pesar de lo difícil de explicar es una realidad. Y sin duda es difícil que alguien más lo alcance.
Al final tenemos una vida increíble por su intensidad y por lo irrepetible. Este monero estaba vivo y presente en el momento en que se televisó aquel extraordinario partido contra Inglaterra donde la mano de Dios se hizo presente en 1986, ahí se condensa mucho de la vida de este hombre genial como deportista aun cuando quebrantaba las leyes del hombre, y en ello estriba su grandiosidad, en lograr la admiración de tantos habiendo subido tan alto y caído tan bajo.