Luis Donaldo Colosio: dos voces en el desierto
Los trágicos hechos de hace ocho años de Iguala donde desaparecen 43 estudiantes de la escuela normal de Ayotzinapa actualizan una tragedia nacional de proporciones mayores: cien mil desaparecidos de acuerdo con el Registro Nacional de Personas Desaparecidas o No Localizadas. Debe destacarse que en este gobierno van 31 mil desaparecidos, casi una tercera parte del total desde que inició dicho Registro. Con Felipe Calderón los desaparecidos fueron 17 mil y con Peña Nieto la cifra se duplicó. La realidad es que en este gobierno hay un incremento importante, que niega cualquier idea de éxito o de logro en materia de seguridad. Inevitable trasladar a la cifra de homicidios dolosos una buena proporción de las personas desaparecidas. También es preciso reconocer que en este gobierno se ha dado la mejor atención al tema a través de la Comisión Nacional de Búsqueda, a cargo de Karla Quintana.
La desaparición es una de las formas más crueles de pérdida; hace que el dolor se prolongue, una humillación de todos los días, todo el tiempo sin ocasión a un adiós, así fuera alegoría. La esperanza se niega con el paso del tiempo y la irremediable conclusión sobre la fatalidad se impone. La certidumbre de la pérdida da para el consuelo y hacen posibles las exequias, manera espiritual, religiosa y moral para llegar a la reconciliación por la pérdida.
Es imaginable la tragedia que viven las familias de los desaparecidos. Una madre, un padre, un hermano o hija sin otra respuesta que la conjetura oficial. Nada alivia ni explica la indignación familiar y social. Mal de aquellos que medran con ese dolor o que buscan ganar ventaja, e igual de repudiable a quienes no alcanza la empatía para las víctimas y todo pasan por el tamiz de las cifras y de la normalidad.
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