Preparativos para una amenaza llamada Trump
El camino político del presidente Andrés Manuel López Obrador ha sido tan sufrido y accidentado que cuando alcanzó su meta, comenzó a soltar toda esa adrenalina y posible rencor en contra de quienes no estuvieron con él sin condiciones para apoyarlo en su lucha, legítima, por la 4T.
En lo personal me parece digno del país que López Obrador realice una transformación, hay muchos aspectos nefastos para la calidad de vida de las personas. Los propios delincuentes van por el mundo con sus pesadas cargas y la indolencia, así como la indiferencia por lacras sociales tales como los asesinatos del crimen organizado y la corrupción, deberían ser noticia, no porque transcurran a diario, sino porque algún día ocurrieron.
En periodismo, la noticia no es que un perro haya mordido a una persona, sino al revés, pero tanto nos hemos acostumbrado a lo que hoy pasa, que el objetivo lopezobradorista de transformación choca con la realidad. Desesperado, el Presidente quiere los cambios al solo tronido de sus dedos, pero eso no es posible, de ahí que manifieste su irritabilidad cada vez con mayor frecuencia.
El problema es que no parece estar en paz consigo mismo y cada que puede, bajo el argumento de su derecho de réplica -que además la tiene y es legal-, sus palabras caen como lápidas sobre quienes no forman parte de sus seguidores, no piensan igual que él o simplemente lo critican.
El capítulo más reciente fue en Ciudad Valles, un municipio huasteco con gente que no se sabe callar y defiende sus posiciones. El Presidente habló de un complot en su contra, cuando en realidad los huelguistas de la DAPA, el organismo operador del agua en Valles, vieron la oportunidad de buscarlo para pedirle apoyo, ya que el alcalde no tiene ánimos de resolver el conflicto.
El alcalde es Adrián Esper, quien tuvo una falla garrafal y de control del municipio, al permitir este acercamiento frustrado con el tabasqueño y se la ha pasado despotricando en contra de los sindicalistas, sin pensar que también, quiérase o no, son sus gobernados.
Es el error en que últimamente López Obrador ha incurrido, al censurar a la más mínima provocación a sus críticos, por eso en estos casi ocho meses de gobierno, ha sido como el emperador romano que alzaba o bajaba el dedo y en el camino va dejando cadáveres. En algunos casos, tan sentidos como el director de Proceso, Rafael Rodríguez Castañeda, revista que AMLO antes alababa y ahora ya no, porque no le quema incienso y lo trata igual que a los demás presidentes.
Olvida López Obrador que los medios todos, con sus posiciones a favor o en contra suya, lo ayudaron a ser el político más conocido del país y que si bien no les debe nada, porque a final de cuentas uno no hace periodismo para que le paguen un favor sino por vocación, los mares de tinta dedicados a su persona con sus plantones, manifestaciones, acres críticas y señalamientos, sus diatribas pues, también sirvieron a su causa.
No es nuevo que el Presidente sea medio narcisista, porque siempre le ha gustado acaparar los micrófonos, pero que yo recuerde -cubrí para Milenio conferencias mañaneras en el sexenio que gobernó en la Ciudad de México-, su sed de venganza no era tanta y hacía más política en el micrófono, marcaba la agenda del mismísimo presidente Fox y estaba en lo suyo, construyendo su andar a Palacio Nacional.
Hoy vemos a un AMLO mucho más intolerante, demasiado metido en la apología de sí mismo, negado a escuchar otros datos que no sean los suyos y convertido en el único personaje público que puede decir quién comete pecados y quién no. Una lástima.