
Los niños que fuimos
Para quien resulte interesante los acontecimientos que tengan que ver con el orden geopolítico y de estatus internacional histórico, la coronación del rey Carlos III de Inglaterra debe ser un acontecimiento notable.
Para este monero, resulta curioso todavía ver cómo se va a desarrollar el hecho de un cambio monárquico en pleno siglo XXI, cuando nadie esperaba que aún permaneciera una anquilosada institución como tal. Pero es derecho de cada nación gobernarse como sus ciudadanos decidan. No cabe duda que es solamente concerniente para quienes habitan Gran Bretaña, todos los demás solo somos espectadores y podemos decir una opinión acerca de lo que vemos desde afuera, pero en realidad sin que nos concierne.
Más específicamente a nuestro país. México, le afecta muy poco el cambio. A menos que se piense en cómo hay cierto presidente, que de repente se cree la nueva realeza de nuestro extinto, imperio mexicano, con su autoritarismo, sus dotes de tirano, su subvención a la familia real, su protección a sus grandes varones, y el misticismo alrededor de su persona con el que ha vendido a muchos fieles, la santidad de su autoridad.
El déspota, el mesiánico, el ungido, el monarca, sin corona, así se ha pintado a sí mismo desde el primer día que puso sus reales asentaderas en la silla presidencial que él, en su imaginación febril, visualiza como un trono que le da derecho a realizar lo que se le dé en gana por derecho divino otorgado a él por el pueblo que Dios así ha querido. Y ahí está nuestro inquilino de palacio que juró combatir la corrupción y vivir con pobreza, domiciliado en la casa habitación más grande del país. Y sus príncipes, dando de qué hablar con sus aventuras nefastas que sangran nuestra nación sin que nadie los detenga.
De la misma manera que a muchos no nos importa la de coronación del rey Carlos III del Reino Unido tampoco creemos que a él le importa nuestra opinión, que en este cartón solo quiere reflejar el gran legado que dejó su madre, y que con lo poco que conocemos de él creemos que en su egoísmo, su petulancia y su poca capacidad para hacer un estadista, le va a quedar grande de seguro la dichosa corona. Pero al final de cuentas es asunto de la pérfida Albión. Nosotros tenemos nuestro propio reyezuelo con el cual entretenernos.