Diferencias entre un estúpido y un idiota
Apenas va a cumplir un año en la presidencia y ya le da flojera recibir al padre de una de las víctimas emblemáticas de la explosión de la criminalidad en el país.
Hay tragos amargos que van con el puesto. Ni modo, también para eso es Presidente.
A Murillo Karam se lo acabaron Morena y su claque en los medios cuando en una conferencia de prensa pidió una silla porque “ya me cansé”.
Un presidente tiene la obligación de escuchar la crítica de quienes están profundamente dolidos por la ineficacia del Estado para bajar la violencia y la criminalidad.
Felipe Calderón se reunió con los familiares de las víctimas en el Castillo de Chapultepec. Escuchó a Sicilia, recibió su queja, lo mismo que de madres de desaparecidos. Lo increparon, argumentó, explicó sus razones y oyó los lamentos. No fue una sola vez, sino varias, y nunca le dio flojera.
Enrique Peña Nieto recibió en Los Pinos en una sesión maratónica y turbulenta a los padres de los estudiantes secuestrados y asesinados de la Normal de Ayotzinapa, con todo y sus asesores que iban a sacar provecho político del encuentro.
Todas fueron reuniones terribles por la carga de dolor y enojo, pero un Presidente también está para eso: escuchar de frente el desahogo de sus gobernados que han sido agraviados por impotencia del Estado.
Calderón y Peña se reunieron con las víctimas de la inseguridad y el crimen en sus gobiernos. Y López Obrador no puede recibir a Javier Sicilia por lo que puedan decir los “conservadores, la prensa fifí. Da flojera eso”.
Pero sí recibió el lunes, de buena gana, a Roger Goodell, comisionado de la NFL, quien le regaló un balón de futbol americano. Y recibe a cuanto pelotero pasa por el Zócalo.
Criticamos la frivolidad de su antecesor, pero AMLO le va ganando. Claro, cada quien sus gustos.
Tampoco va a las cumbres de presidentes porque le da flojera. Tal vez sea mejor, pues no hay más que coincidir con él en que estamos bien representados por Ebrard.
No se reúne con Trump porque le da flojera.
A los dirigentes de los partidos de oposición no los ha recibido ni una sola vez, cosa que hicieron absolutamente todos sus antecesores.
Nada de reunirse con los coordinadores de las bancadas de oposición, con las que debería tener un trato permanente para escuchar, argumentar y convencer acerca de sus iniciativas.
Pero no. Le da flojera. Y deja todo el peso a Monreal y a Delgado para que impongan en el Senado y en la Cámara de Diputados, por las buenas o por las malas.
¿Y qué más le da flojera al Presidente?
Por lo visto le da flojera todo lo que implique autocrítica. El lunes nos sorprendió al demandar disculpas de quienes reprocharon lo sucedido en Culiacán hace un mes.
¿Cómo no se le va a criticar por el desastre de un operativo en el que iban por un narco y provocaron la fuga de 55?
Dijo que no estaba enterado. Entonces, ¿qué hace el presidente en esas reuniones de madrugada para ver los temas del día en seguridad?
Una vez que se desataron los balazos en Culiacán, tomó un avión y se fue a Oaxaca donde se pasó cuatro días hablando de otros temas. Le dio flojera el Culiacanazo.
Desde luego que era una decisión difícil tener a un centenar de sicarios armados hasta los dientes y dispuestos a todo en las calles de la capital de Sinaloa. Para eso, entre otras cosas, se es Presidente. Para tomar decisiones difíciles. Y ésta, dice, no la tomó él.
Lo que no puede ocurrir es que otros tomen esas decisiones sin consultarle.
Que organicen tan mal la captura de un narcojunior de ese tonelaje y no le pregunten al Presidente si es ese el momento o no.
Que acepten las condiciones del enemigo –sí, del enemigo- sin la venia del Comandante en Jefe.
Que hagan un tiradero y nadie asuma su responsabilidad.
Supongamos que de nada de eso enteran al Presidente porque le da flojera escuchar del tema, como le da flojera recibir a Sicilia. ¿Qué medidas tomó después?
Ninguna. Siguen en sus puestos los responsables del descalabro. Ahí murieron, por lo menos, un civil, un agente de la Guardia, un preso, cinco agresores, un custodio y hubo 17 heridos.
El junior por el que iban, sigue libre. Sus cómplices, también. El control de la plaza lo tiene el narco (el alcalde es de Morena), aunque el Ejército haga un despliegue de elementos no sirve de mucho, o de casi nada, pues no pueden defender a la ciudadanía.
¿Con quién hay que disculparse?
Cuidado, la debilidad en que han sido puestas las instituciones mexicanas de seguridad ya la vieron en Estados Unidos.
El embajador de Trump en nuestro país, dijo el jueves pasado en Monterrey que la delincuencia tiene el control de parte del territorio nacional y que ante lo ocurrido en Culiacán “yo no sé qué vamos (sic) a estar esperando, porque me parece obvio que es un peligro enorme para todo el futuro de ustedes, y el nuestro también (sic)”.
La seguridad, la soberanía y el enojo ante la criminalidad son tareas de gobierno, aunque den flojera.