
Ricardo Gallardo y Libia García cierran filas por seguridad del Bajío
Entre el recuerdo de su devoción por López Obrador y la estridencia de sus denuncias actuales, Levy ha trazado un relato que mezcla confidencias, advertencias y listas explosivas. El exfuncionario de la 4T lanza acusaciones de alto voltaje contra líderes y gobernadores morenistas; asegura tener fuentes fidedignas, de su absoluta confianza, y apunta a Eric Flores Cervantes como arquitecto del partido que —según él—, busca blindar a Claudia Sheinbaum. Desde Washington —donde se siente arropado por los más cercanos colaboradores del presidente Donald Trump—, sus aseveraciones agitan las aguas del morenismo y reaviva viejas sospechas sobre los hilos de poder que mueven al gobierno. Lo que antes en él fue adhesión sin reservas, hoy es un arsenal de acusaciones que sin duda incomodan a sus antiguos aliados
Alberto Carbot
Para alguien —como yo y otros colegas dedicados al periodismo—, abstraerse de hurgar las notas y mensajes que Simón Levy y otros personajes públicos difunden en redes sociales resulta difícil. Sus revelaciones tremendistas, las listas que exhiben decenas de funcionarios y políticos de la 4T y Morena, y las acusaciones de alto voltaje son material que, por su impacto, no se puede ignorar. De ahí que me llamó la atención su reciente participación, por videoconferencia, en el programa Atypical TV, conducido desde hace años por el publicista Carlos Alazraki.
Levy no es un desconocido en la política mexicana. Fue Subsecretario de Planeación y Política Turística en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, cargo que asumió en 2018. Antes, había cultivado una cercanía personal con el hoy presidente, a quien conoció en 2003 cuando se diseñaban los segundos pisos del Periférico. En redes sociales, Levy ha relatado con lujo de detalle sus momentos clave junto a AMLO: su primera impresión, el apoyo durante el desafuero, la madrugada del infarto de diciembre de 2013 y su designación como subsecretario.
Textos cargados de admiración, al punto de conferirle al presidente un halo de figura casi heroica. Sin embargo, esa narrativa idílica de ayer ha cambiado de forma drástica. Hoy, Levy se presenta como un crítico severo e implacable del gobierno de la 4T, desplegando en redes mensajes que combinan acusaciones directas, datos que asegura tener de “fuentes de alto nivel” en Estados Unidos y denuncias de supuesta corrupción al interior de Morena.
Esta metamorfosis ideológica —del antes seguidor entusiasta, al adversario frontal de hoy—, despierta interrogantes legítimas, más aún cuando las acusaciones de Levy se formulan con un estilo que mezcla tono de insider político con filtraciones que, por su gravedad, merecerían presentarse con pruebas sólidas. En sus publicaciones más recientes, Levy ha difundido supuestas listas de funcionarios, gobernadores, legisladores y operadores políticos de Morena que, según él, están bajo la lupa de agencias estadounidenses.
Afirma que muchos de ellos serían objeto de cancelación de visas y que algunos estarían investigados bajo cargos de “narcoterrorismo”. El impacto de estas afirmaciones no es menor. En un país donde la relación con Washington influye de manera determinante en la política interna, la sola insinuación de que miembros de la élite gobernante estén en la mira del aparato judicial estadounidense tiene un efecto corrosivo. En su reciente aparición en Atypical TV, Levy desplegó una lista verbal de personajes a quienes acusa de tener vínculos o ser beneficiarios de redes ilícitas. La enumeración incluyó exgobernadores, operadores financieros y figuras clave del círculo cercano a AMLO.
La presidenta Claudia Sheinbaum tampoco quedó fuera de su radar. Levy afirma que su cercanía con AMLO la pone en riesgo de ser distanciada por presiones de Washington y que, para blindarse, estaría impulsando un proyecto político propio junto con Eric Flores Cervantes.
En sus palabras: “Muchos piensan que uno es el partido de Eduardo Berazzi y no es verdad. Un partido es el de Claudia Sheinbaum, que lo está haciendo Eric Flores. No sé si lo ubicas” —le preguntó a Alazraki. Hay que decir que Flores Cervantes —abogado y pastor neopentecostal, fundador y expresidente del Partido Encuentro Social (PES) y su sucesor, el Partido Encuentro Solidario, de orientación conservadora y con fuerte influencia evangelista—, actualmente es diputado federal por Morena y habría asumido —según Levy—, el rol de operador clave en esa estructura partidista, que tendría como objetivo blindar políticamente a Sheinbaum de cara a futuros escenarios de tensión.
La insinuación, directa y sin matices, abre la puerta a especulaciones sobre las verdaderas redes de poder que se tejen alrededor de la mandataria, en un momento en que la relación con Estados Unidos podría condicionar más de lo que ella estaría dispuesta a admitir.
Confidencias, advertencias y listas explosivas
Entre el recuerdo de su devoción por López Obrador y el ruido mediático de sus denuncias actuales, Simón Levy ha trazado un relato que mezcla confidencias, advertencias y listas explosivas. Desde Washington hasta el círculo íntimo de Claudia Sheinbaum Pardo, su discurso agita las aguas del morenismo y expone a figuras de alto nivel, a quienes señala de corrupción, vínculos criminales y presiones políticas.
Al heredero de AMLO, “Andy” López Beltrán, lo ha calificado como “el delincuente número uno del huachicol”, asegurando que es objetivo de seguimiento por agencias estadounidenses. Afirma que fue fotografiado saliendo de Prada en Tokio y que viajó en un avión de la Secretaría de la Defensa Nacional. Relata que las imágenes fueron obtenidas gracias a Omar García Harfuch, secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, a quien presenta como enlace clave con autoridades de EU y rival del grupo político de Tabasco.
Del propio Andrés Manuel López Obrador, dice que es “el capo de todos los cárteles” y que protege a funcionarios vinculados con el Cártel Jalisco Nueva Generación. Afirma conocerlo desde su juventud, gracias a David Serur, ingeniero que lo presentó con él y haberlo apoyado en campañas, para después convertirse en un crítico frontal de su gobierno.
Acusa a Adán Augusto López Hernández, exsecretario de Gobernación y actual senador de Morena, de estar detrás del asesinato de “los dos jóvenes de Clara Brugada” y de conocer los vínculos de su secretario de Seguridad con el CJNG.
Menciona también a Gerardo Fernández Noroña, diputado federal con licencia y embajador designado en Argentina, y a Américo Villarreal Anaya, gobernador de Tamaulipas, como parte de los políticos que “ya no pueden entrar a Estados Unidos”. Asegura también que Rubén Rocha Moya, gobernador de Sinaloa, funge como “testigo protegido” que colabora con autoridades estadounidenses.
En su repaso biográfico, ha recordado a Alfonso Romo Garza, exjefe de la Oficina de la Presidencia, quien le ofreció un cargo tras su salida de Turismo. En la esfera del poder presidencial, cita a Jesús Ramírez Cuevas, coordinador general de Comunicación Social de la Presidencia, como parte del círculo que rechazó sus críticas. Habla de su colaboración con el presidente estadounidense Donald Trump y visitas a gobernadores como Alfonso Durazo Montaño, de Sonora y Lázaro Cárdenas Batel, jefe de asesores de Sheinbaum.
Nombra al senador republicano Marco Rubio como gran conocedor del “carácter de seguridad nacional” de la situación mexicana. En el plano político-histórico, recuerda a Felipe Calderón Hinojosa como el “enemigo favorito” de López Obrador y menciona el caso de Genaro García Luna, exsecretario de Seguridad Pública, como ejemplo usado por AMLO para su narrativa anticorrupción. Apunta a Andrea Chávez Treviño, diputada federal y figura cercanísima a Adán Augusto López, como parte de los tropiezos políticos del grupo tabasqueño.
En la lista de vigilancia y presiones de EU, incluye a Ricardo Monreal Ávila, senador de Morena; a Mario Delgado Carrillo, exdirigente nacional de Morena y titular de la SEP, visto en un hotel de lujo en Lisboa; y a Marina del Pilar Ávila Olmeda, gobernadora de Baja California. Señala a Audomaro Martínez Zapata, titular del Centro Nacional de Inteligencia, como parte de quienes conocían filtraciones al CJNG y nombra a Julio Scherer Ibarra, exconsejero jurídico de la Presidencia, como quien revisó su expediente antes de su nombramiento como subsecretario en Turismo.
Alude a Luis Cresencio Sandoval González, secretario de la Defensa Nacional, en el contexto del viaje de López Beltrán y ha mencionado a Pablo Gómez Álvarez, ex titular de la UIF, a quien —dice—, Estados Unidos pidió remover.
Incluye al abogado Eduardo Fuentes Celestrín, que habría pactado con López Obrador un proceso menos severo para Emilio Lozoya Austin, exdirector de Pemex implicado en Odebrecht y Agronitrogenados. También habla de Amado Yáñez Osuna, empresario del caso Oceanografía, como víctima de tortura y menciona a Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, como ejemplo de líder señalado como narcotraficante por EU.
Finalmente, asegura que Ovidio Guzmán López e Ismael “El Mayo” Zambada García, líderes del Cártel de Sinaloa, han proporcionado información sobre políticos y empresarios mexicanos a agencias estadounidenses.
En Atypical TV, Levy insistió en que no habla desde la especulación, sino con base en “fuentes directas” en Washington. Sin embargo, al ser cuestionado sobre pruebas, evitó mostrar documentos o evidencias verificables. Incluso, este domingo, Simón Levy, a través de su cuenta en X (@SimonLevyMx), publicó textualmente, respetando el texto original: “Afirmo categóricamente que @BeatrizGMuller —a quien quise y respeté profundamente— ha sido acusada por más de 10 empresarios mexicanos por malversación de fondos, cobro de comisiones y que tuvo que HUIR a España porque fue incluso amenazada. Tengo los testigos”.
Para un periodista, escuchar este tipo de afirmaciones obliga a ponderar su valor informativo frente a la necesidad de contrastar los datos. La línea entre denuncia sustentada y opinión amplificada por redes sociales es, en estos casos, muy delgada. Resulta inevitable recordar que este mismo Levy, hace apenas unos años, escribía sobre AMLO con una devoción política que rayaba en el culto personal. Hablaba de su “visión histórica” y de su “compromiso con los pobres” como virtudes casi mesiánicas.
Sus textos de 2024 sobre el presidente —publicados antes de intensificar sus críticas—, todavía conservan esa carga de admiración, describiéndolo como un hombre que “revivió para cumplir su destino” tras el infarto de 2013. La contradicción es evidente: el hombre que antes lo presentaba como un líder predestinado, hoy lo ubica como un político rodeado de corrupción, incapaz de controlar a sus hijos y cercano a personajes que, según él, se enriquecen ilícitamente.
En redes, Levy no se limita a las críticas políticas. Ha lanzado mensajes que buscan impactar emocionalmente al público, apelando al lenguaje de urgencia: “México está en peligro”, “Se nos acaba el tiempo”, “Las mafias están en el poder”. Este estilo, que mezcla la denuncia con un dramatismo casi apocalíptico, le ha permitido ganar atención mediática y convertirse en una fuente recurrente para ciertos sectores de la oposición que ven en sus publicaciones un arsenal discursivo. Sin embargo, esa misma intensidad abre flancos de cuestionamiento.
La ausencia de pruebas públicas limita el alcance de sus señalamientos más graves y deja espacio a la duda sobre sus motivaciones. El caso de las supuestas “listas negras” de Estados Unidos es ilustrativo. Levy afirma tener acceso a información confidencial sobre funcionarios mexicanos investigados, pero hasta ahora esa lista no ha sido revelada oficialmente por ninguna autoridad estadounidense. En el ámbito político, sus mensajes han sido interpretados como intentos de influir en la narrativa pública y en el clima electoral, más que como aportaciones periodísticas o judiciales.
En Atypical TV, Carlos Alazraki le dio espacio para exponer sus puntos sin demasiada confrontación, lo que permitió a Levy articular su discurso de forma fluida, pero también sin el contrapeso crítico que una entrevista más incisiva podría ofrecer. Entre las frases más comentadas estuvo su advertencia de que “la corrupción de los hijos de AMLO es más peligrosa que la de cualquier adversario político”, en referencia a José Ramón López Beltrán y a “Andy” López Beltrán. También dijo que “la 4T está herida y su final será decidido en Washington”, dejando claro que, para él, el factor internacional es determinante en la permanencia de este proyecto político.
Su narrativa insiste en que los hilos de poder cruzan la frontera y que la política interna está supeditada a la geopolítica. Ese énfasis en el papel de Estados Unidos refuerza la idea de que sus denuncias están dirigidas tanto a la opinión pública nacional como a audiencias fuera del país. A estas alturas, es válido preguntarse qué cambió: ¿fue Levy quien transformó su visión política o fueron las circunstancias las que lo llevaron a distanciarse de AMLO?
La respuesta probablemente esté en una mezcla de ambas. Como funcionario, Levy vivió de cerca la dinámica del poder y, como actor político fuera del gobierno, encontró un espacio rentable en la crítica. La ambivalencia de su trayectoria es, en sí misma, un síntoma del clima político actual, donde los aliados de ayer se convierten en los detractores más duros de hoy. Este patrón no es exclusivo de Levy, pero en su caso destaca por el contraste entre la veneración de antaño y la hostilidad presente.
Sus publicaciones, seguidas por cientos de miles de usuarios, han hecho de él un personaje incómodo para la 4T y útil para la narrativa opositora. No obstante, la ausencia de documentos verificables y la dependencia de “fuentes confidenciales” limitan la contundencia de su discurso ante un público más crítico. Levy parece entender que su fuerza está en el ruido mediático más que en la presentación de pruebas legales, y actúa en consecuencia. Esto lo coloca en un espacio ambiguo: ni periodista ni político en activo, pero con suficiente capital mediático para influir en la conversación pública.
En el fondo, su figura encarna la volatilidad de la lealtad política en México y la facilidad con que se pueden reescribir las narrativas personales para ajustarlas a nuevas circunstancias. En ese terreno, la pregunta que queda abierta no es sólo qué tan ciertas son las denuncias de Simón Levy, sino qué tan lejos está dispuesto a llegar para sostenerlas.