Esquiroles de oposición, apoyan a Morena
La política internacional es cosa de mucho cuidado. La relación de México con las naciones del mundo en ámbitos tan delicados como el comercial, cultural, seguridad, paz global, perspectiva climática, derechos humanos, migración, conlleva una dedicación tal que permita el desarrollo armónico usando vías eficientes para atender las discrepancias.
Difícil es la relación actual con el gobierno estadounidense, cuyo presidente caracterizado su actuar por una retórica estridente y ofensiva contra sus vecinos del sur (y del mundo), disloca un día tras otro el ritmo constructivo de la agenda común. Su mensaje es preciso: o se hacen las cosas como lo manda la Casa Blanca o se hacen así de todas maneras. Los amagos no han cejado desde los inicios de su mandato. Y desde entonces el gobierno de México no ha generado una estrategia diplomática clara y digna ante los abusos retóricos y acciones destructivas. No la tuvo el gobierno de Peña Nieto que su poca prudencia lo colocó en el plano de la subordinación. Un plano que el presidente estadounidense supo aprovechar de manera extraordinaria en su beneficio.
Pero tampoco la tiene el gobierno de la cuarta transformación. Y estamos seguros que no cuenta como tal la decisión espontánea de asumir la conducta del avestruz, de esconder la cabeza en un hoyo mientras el otro amenaza y despotrica. En la historia de la política internacional mexicana la dignidad ha sido un valor que sólo ha sido quebrado en pocas ocasiones. La regularidad ha sido la entereza y los buenos oficios diplomáticos, nada que ver con la espontánea acción de esconder la cabeza.
De los últimos episodios indignos que se recuerdan, en nuestra relación con Estados Unidos, por la cercanía del tiempo, fue la aceptación peñista de la visita en campaña de D. Trump, misma que dañó la perspectiva, solidez y seriedad del gobierno mexicano. Cuya obsequiosidad no fue suficiente para mejorar las condiciones para la negociación de los acuerdos comerciales y para establecer criterios humanistas en el trato a la migración o los referidos al tráfico de armas y droga.
Aunque se ha tratado de matizar y atenuar las impresiones, la entrevista del yerno de Trump con el presidente Obrador, realizado casi en las sombras de los protocolos diplomáticos, para que el primero transmitiera advertencias y exigencias en torno al comercio y la migración, ha sido otro de los capítulos indignos de la política internacional mexicana.
Que esto haya ocurrido así solo pone en evidencia un hecho: el gobierno mexicano carece de una política internacional consistente, congruente, eficaz y digna. Y más aún, carece de una política específica para atender nuestras relaciones con el gobierno estadounidense. La ausencia de estas definiciones estratégicas llevan y seguirán llevando a nuestro gobierno a cometer pifias como las que se han visto hasta ahora.
Someter en un mitin, a mano alzada, la decisión de «contestar» o no a D. Trump, no sólo es poco serio, sino una confesión de parte de que este gobierno no cuenta con definiciones. Al hacerlo, se coloca en el mismo nivel de Trump, sólo que este como fajador y reventador y Obrador como cordero.
El presente y el futuro de nuestro país, guste o no, va de la mano con el tipo de relaciones económicas y políticas que sostenemos con el vecino del norte. El gobierno federal debe urgente y necesariamente construir las definiciones que nos permitan una relación adecuada y digna con los Estado Unidos. Si no lo hace en breve, puede sucumbir nuestro comercio y explotar el problema migratorio.
Una política internacional soportada en «cajas chinas» -mediante las que se alza la voz- como la «solicitud de perdón» a la monarquía y al gobierno español y al Papa, por «la invasión», «la conquista», «el robo», «el genocidio», resultan una descarada simulación ante el silencio ominoso e indigno que el gobierno de la república guarda frente a la ofensiva diplomática de la Casa Blanca que advierte sobre afectaciones a la economía y la política mexicanas.