Economía en sentido contrario: Banamex
En la actualidad ese archipiélago tan inmenso de agrupaciones, personalidades y movimientos sociales que suelen asumirse como de izquierdas, toman esa denominación más como inercia costumbrista que como sustancia diferenciada. Hay izquierdas de todo, surgidas por el impulso a la oposición a los poderes que se ejercen en las casas políticas en donde habitan. Existen izquierdas en los partidos conservadores, izquierdas en las iglesias, izquierdas en las izquierdas.
Si hace algún tiempo la filiación de las izquierdas provenía de su identificación con los principios liberales de libertad, igualdad, fraternidad, laicismo, división de poderes, y todo el discurso político derivado de esta, y posteriormente pasó a identificársele con el discurso marxista y leninista que reivindicaba la lucha revolucionaria sustentada en la emancipación del proletariado y su dictadura como forma de gobierno, en la actualidad va por el camino de la amorfismo y el sincretismo ideológico.
La traducción práctica de las categorías de las izquierdas en políticas de gobierno durante las últimas centurias ha desgastado la credibilidad de sus utopías e incluso en algunas naciones se ha traducido no sólo en abiertos fracasos sino en tragedias humanas. No sólo es el genocidio estalinista en nombre de la revolución socialista en la ex URSS, y los horrores de su Gulag para eliminar a sus opositores, o el derrumbe colosal de la economía estatal centralizada y el fracaso de su totalitarismo (partido único, única ideología, control absoluto de los medios de comunicación) como forma de gobierno, es también el fracaso en breve tiempo de gobiernos de izquierdas en América Latina que fueron o pésimos gestores de la economía o aprendices de los dogmas totalitarios ya sepultados en experiencias previas en otras latitudes del mundo.
Cuando finalmente en 1989 colapsó el bloque socialista pocos partidos y movimientos de izquierdas comprendieron que el discurso teórico en que se sustentaban había entrado en crisis y que era necesario, sobre la base de la crítica seria, elaborar nuevas propuestas. La década de los 1990 fue rica en crítica y autocrítica desde la izquierda. Muchos autores contribuyeron con su aportación. En 1995 el filósofo marxista Adam Schaff publicaba en la revista Dialéctica su propia crítica, que inspiró a muchos a seguir el camino para reposicionar a la izquierda con un discurso consistente. Lo primero que hizo fue señalar la responsabilidad de la izquierda marxista (tanto a personajes políticos como a la propia teoría), de la debacle y el sufrimiento ocasionado a millones. La Dictadura del Proletariado había terminado como ente burocrático que bajo las órdenes de la élite gobernante solo reproducía los intereses de la nomenclatura olvidándose de las «tareas históricas», y; la economía socialista, centralmente planificada y bajo el control del Estado, había demostrado su completa ineficacia frente a la economía del mundo capitalista. Concluía que de los pilares centrales de esta izquierda marxista socialista, lo único que quedaba como rescatable era el ágape humanista.
Algunas izquierdas, ante la tormenta propiciada por la exhibición afrentosa de las ruinas de su discurso, decidieron refugiarse en la democracia, así a secas, en la democracia. Durante décadas se ha creído, por ejemplo en México, que la democracia es una izquierda. Lo cierto es que suele haber derechas que practican con mayor congruencia la democracia que las izquierdas, e izquierdas que reivindican mejor que las derechas ciertas demandas políticas que son claramente de esa filiación.
Hasta ahora las izquierdas no han sido capaces y no han tenido la voluntad de emprender la crítica de sus supuestos teóricos ni tampoco la de su práctica política, sobre todo aquellas izquierdas que ejercen o han ejercido el poder. Al no hacerlo han naufragado en las demandantes y engañosas aguas del pragmatismo. Confunden entonces su aspiración personal para acceder al poder con el programa político de las izquierdas. Y es explicable, lo único tangible frente a ellos, que se asumen de izquierda, es el acceso al poder porque el programa político de las izquierdas no existe, a lo más que se llega es a una sumatoria contradictoria de reivindicaciones sociales espontáneas. No es extraño que tales gobiernos terminen reproduciendo lo mismo que tanto se cuestionaba.
Lo que ocurre en México es la expresión más nítida de los extravíos de las izquierdas. Gobiernos que se pretenden de izquierda pero que reivindican acríticamente el estatismo, el centralismo absolutista, el desmantelamiento práctico de los movimientos ciudadanos, la subordinación de poderes, el estatismo clientelar, hacen guiños al debilitamiento de los derechos humanos, se cruzan de brazos ante problemas cruciales internacionales. Izquierdas que se creen Luis XIV: «la izquierda soy yo» y piensan altaneramente que su gestión es infalible porque son propietarios absolutos de las cualidades de la izquierda y del discurso popular, y que ante todo se reconocen pretensiosamente como portadores de la verdad única.
Por este camino, lo único que le espera a México es el fracaso y nuevamente, por no atender la experiencia de la centuria previa, a las izquierdas les espera un desprestigio mayor. Las izquierdas han perdido la memoria y están expuestas a repetir los errores de pasados nada remotos. No han querido asumir la imprescindible crítica, prefieren el fanatismo antes que la libertad de la razón. El desvarío de las izquierdas mexicanas en los días que corren no sólo pierde a los protagonistas de las izquierdas, terminará siendo el desvarío del propio México.