2025: los desafíos del desarrollo
Anselmo camina presuroso y comienza a descender rápidamente de la cuesta más pronunciada de Chilil, Huixtán, Chiapas. La neblina invade la carretera y por más que espera no se escucha el paso de ningún automóvil. La neblina es tan densa que apenas puede verse el camino de asfalto. No tiene dudas, tendrá que llegar a Chanal caminando.
Durante el camino puede ver las laderas y los barrancos difuminados por la luz que rompe un poco la abundante neblina. Hace tanto frío que ni los pájaros cantan, el silencio invade el camino. Ha pasado varias horas caminando y a lo lejos se vislumbran las casitas de madera con lámina de la entrada de Chanal. Ha oscurecido y el pueblo se encuentra silencioso, tanto que ni los chuchos han salido hoy. Las casitas están cerradas y con las luces apagadas. Aquí también han llegado las malas noticias de aquella bestia pestilente que flota en el aire y que mata a la gente, aunque no todos creen en ello.
Anselmo tiene que atravesar todo el Barrio Bajo y debe caminar la enorme cuesta del Barrio la Montaña. Se muere por tomar una coca cola bien fría y comer un pan, pero la tienda de Don Artemio también esta cerrada y eso es muy inusual, pues un Chavín (Gómez) nunca deja de trabajar. Se asoma a las ventanas de las casitas, pero están cerradas. <<Debe haber asamblea en el pueblo>> pensó, pero la cancha de básquet está desierta. La densa neblina termina goteando en las viejas láminas.
De pronto, una potente corriente de aire frío invade el centro. Anselmo apenas puede mover sus piernas y siente que la sangre no le corre. En los últimos meses había experimentado esa sensación de pesantez pues había regresado de los Estados Unidos. <<Siempre hace frío, pero esto definitivamente no es normal, mejor me voy a la casa>>.
Anselmo no dejaba de pensar en su esposa, sus hijos y no dejaba de imaginar en cómo sería la cara de su primer nieto, recién nacido. <<No traigo ningún regalito>> pensaba, pero sabía que el dinero que había mandado desde Nueva York había servido para sufragar algunos gastos del nacimiento de su primer nieto.
<<Ya no voy a trabajar tanto, ahora me voy a dedicar a sembrar maíz y a cuidar a mi mujer>> se repetía sin cesar subiendo la cuesta de la empinada montaña, mientras se hacía de noche.
A lo lejos, pudo ver su pequeña casita. El frío arreciaba y casi no podía caminar. Ahora, la neblina, el frío y la oscuridad reinaban todo el lugar. Anselmo necesitaba un poco de calor.
Llegando a casa notó lo mismo, se encontraba vacía al igual que las demás casitas de madera, con la enorme diferencia de que, había dos veladoras en su viejo altar.
Anselmo entró persignándose con reverencia y se acercó a la primera veladora. Inmediatamente puso sus maltratadas manos para sentir calor, pero estaban tan frías que esta luz no le colmaba el frío. Su vista se nublaba, quizás por la hipotermia, y en un destello de lucidez notó que la segunda veladora, que, aunque estaba más lejos, si le calentaba. <<Esta parafina no sirve>> pensó y rápidamente se acercó a la veladora que si le daba calor. En su altar también encontró un vaso con agua y pidiendo perdón al altísimo pudo beber un sorbo. Tuvo que hacerlo puesto que ir hasta el pozo podría ser fatal a esas horas.
Al volver en si, comenzó a escuchar que rezaban por fuera y por más que se asomaba a las ventanas no sabía de donde venía aquel misterioso clamor. Regresó a su altar y observó que la veladora tenía una foto suya. Anselmo lo entendió todo y se desvaneció. Mientras tanto, en un Hospital Público de Nueva York un joven médico notificaba la hora del fallecimiento de Anselmo, pero al menos, Anselmo logró llegar a donde debía estar.
La presente historia es un homenaje para aquellos migrantes que han fallecido durante la pandemia, nuestros mexicanos que fueron alcanzados por la muerte fuera de sus terruños. Al último corte de mayo de 2020, la Secretaría de Relaciones Exteriores informaba que 1,036 mexicanos acaecieron por COVID-19 en Estados Unidos, siendo Nueva York la entidad más afectada.
Esperemos que al igual que la luz, el agua y la sal que les ofrendan en sus altares, tampoco les falte soporte económico a las familias que quedaron vulnerables.
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Fabián Arturo Cabrera Bertoni es Médico cirujano, Maestro en Administración de la Salud y cuenta con un Doctorado en Administración y Políticas Públicas. Obtuvo la Medalla al Mérito en Protección Social en Salud por la Comisión Nacional de Protección Social en Salud (Gobierno Federal) en 2014 y fue galardonado con el Premio Nacional de Salud de la COPARMEX en la categoría empresarial en 2018. En 2020, fue nominado al Reconocimiento al Mérito Médico del Consejo de Salubridad General (CSG).