
El uso del pasado
Autor: Oro
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SE VALIENTE, SE PATRIOTA, VE A LA URNA Y VOTA.
Es triste pero cierto. Somos un país con una arraigada cultura de lo chafa. Los mexicanos nos ufanamos de poder encontrar soluciones rápidas inusitadas y válidas para problemas repentinos. Y eso por supuesto que es algo que más allá de provocarnos una sonrisa, es motivo de orgullo por qué alguna vez pudimos arrancar un automóvil descompuesto usando apenas un par de objetos que otros tomarían como basura, o rescatamos un objeto que parecía inservible, lo reutilizamos con esta misma cultura que tenemos por décadas, antes de que fuera moda entre los ambientalistas, o que tal esas decisiones salomónicas entre familiares, al margen de la chancla de la abuela, pero que dejaban, si no satisfechos a todos en los problemas familiares, al menos calladitos.
La inventiva y picardía mexicana siempre ha sido uno de nuestros orgullos patrioteros. Siempre lo hemos festejado. Pero está claro que quien solo sabe hacer ese tipo de arreglos, o son los únicos que se permite hacer, no lo podemos bajar más que de chambón, perezoso o de plano chafa. Son personas que no lo hacen solo por el ahorro que significa, por la ventaja que tiene para el medio ambiente, sino porque la práctica de solucionar todo de forma rápida y deficiente es vista como una muestra de ingenio, pero habría que ponerlo en el contexto de que por una vez es aplaudible, pero hacerlo siempre resulta aborrecible.
Esta cultura que nos cargamos como patria es uno de los factores que nutren nuestro ya tan sobado problema de la corrupción. Nadie puede darse los golpes de pecho de decir que no está involucrado de alguna forma en corrupción, no es privativo de las autoridades y los políticos, todos sabemos que nuestro país funciona con el bello engranaje de las palancas, el amiguismo, el compadrazgo y los contactos. Es algo que viene ya casi de paquete en los nuevos mexicanos, y no podemos parar, somos unos glotones consumiendo este tipo de actitud, la actitud mexicana de ser chafa.
Y resulta que es ya casi una industria, puesto que no pasa ni cinco segundos que se ha emitido una ley cuando ya existen varias personas dedicadas a encontrar cuál es la mejor forma de brincársela, doblarla, o incluso romperla sin ser descubiertos, con tal de obtener una ganancia. Porque es siempre más fácil, en apariencia. Y podemos argumentar que a largo plazo resulta ser más caro seguir con esta actitud respecto al cumplimiento de la ley, pero no es cierto, esta industria virtual se las agencia para que a largo plazo, resulte todavía más redituable ser chafa. Se crean cadenas, se crean mafias y organizaciones que a la larga se convierten en verdaderos carteles. Ahí tienen ustedes el famoso huachicoleo, está claro que el contrabando de estupefacientes formó los carteles y tiene sentido, pero quien iba decir que los pequeños ordenadores de gasolina se iban a convertir en magnates petroleros de grandes vuelos.
Y sírveme de ejemplo este de los huachicoleros para explicar un poco más la cultura de lo chafa, la actitud mexicana de querer por todas formas andar por el camino más chueco. Porque después de la gran campaña ejecutada por el gobierno federal del presidente Andrés Manuel López Obrador, los huachicoleros de Guanajuato, Hidalgo y otros estados volvieron a las andadas. Los ductos siguen siendo ordeñados y continúan vendiendo los combustibles. Porque bien sabemos que el pinchazo que detectaste en el punto A y que reparaste y tapaste, ya se está abriendo ahora en el punto B. Así somos, no nos importa poner en riesgo incluso nuestra propia vida como se vio en el fatídico resultado de Tlahuelilpan. Si nos dicen que no pasemos por un camino buscamos la forma de pasar. Porque nuestra personalidad siempre ha sido bravera. Somos unos hijos de la chingada.
OK, OK, ya sé que no todos somos así, que habrá uno que otro ciudadano que nunca ha pisado el césped, nunca se ha pasado una luz ámbar, nunca se ha metido en una pequeña contrita o se ha colado en una fila, etc. pero al menos de esos ciudadanos que se escapan de tal juicio que estoy emitiendo, muy pocos podrán escaparse de haber callado al ver este tipo de conductas antisociales e ilegales en un amigo, familiar o autoridad. ¿Habrá quien? Lo dudo mucho.
He comenzado con este tema porque me he puesto a reflexionar respecto al día 6 de junio de 2021, las elecciones intermedias más grandes de la historia. Y es que en este asunto también interviene el problema de nuestra actitud chafa, la de transgredir, ya sea en un nivel profesional alto como lo hacen los partidos políticos o en esta ocasión el crimen organizado que se ha involucrado más que nunca en las elecciones, o la del ciudadano que desde su anonimato masivo pretende salirse con la suya dejándose convertir en un esclavo de los poderosos que pretenden macular el proceso democrático.
El crimen organizado electoral, a diferencia del crimen organizado del narcotráfico no se agrupa en carteles sino en partidos, ha encontrado siempre la forma de transgredir buscando sistemas y procesos mediante los cuales hacen víctima a nuestra democracia. Uno de los más sorprendentes, y descarados, es la compra del voto. Porque por diversas manipulaciones se ha logrado que el ciudadano venda su voto de forma masiva. Un comercio que equivaldría a un cáncer en un punto tan vital como la médula o el cerebro del organismo que llamamos México. Creo que esta vez la laceración toca hueso. La comparo con la esclavitud, porque aquel que vende hoy su voto por 200, 1000 o 5000 pesos, mañana le devolverá en impuestos ese dinero al funcionario electo. Algunos creen que no pagan impuestos, pero se olvidan que cada vez que compran algo pagan IVA.
Y me pongo tan pesimista porque con esta actitud nacional de lo chafa, no veo forma de que nuestra democracia se recupere. Está claro que a este paso vamos derechito al desfiladero.
Quisiera decir que el punto más alto y sublime de una democracia es un individuo libre, informado, convencido y lleno de amor por su patria, a solas en la casilla de votación con su marcador en una mano y la boleta en la otra. En ese momento no existe nada más que él y su conciencia. En ese momento todo lo que él siente por su patria, por los problemas que él ha tenido que pasar como ciudadano, el coraje o felicidad que le causan las acciones del gobierno, la opinión que se ha nutrido de las conversaciones con sus conciudadanos, su familia o a través de la lectura en los medios, todo eso se convierte en su decisión. En ese momento el individuo razonando y con todo el valor y esperanza, marca su boleta y la deposita después en la urna. Pero en ese momento casi sagrado, en ese altar de la democracia, en ese santuario del individuo y su conciencia, han logrado penetrar a través de la presión, el chantaje y la tranza los criminales que odian a México mientras aman el poder que les otorga el ser elegidos.
Ahí y solo ahí, en ese momento, sin más personas que el propio individuo, por unos pesos, el mexicano chafa entrega su conciencia, el amor a su familia, a su comunidad, a su patria, entrega por la presión laboral o por promesas individuales la única oportunidad real y tangible que tiene de dirigir al país. La democracia, que como todos sabemos significa el gobierno del pueblo, queda suspendida, y se convierte nuestra forma de gobierno diferente, se convierte en el gobierno del “pueblo dominado”. Se transfiere el poder de las manos de la mayoría a las manos del que puede comprar almas.
El chafa extiende la mano, sin remordimiento, consigue un billete. Culpa a un gobierno que no le dio lo suficiente como para evitar que él se vendiera. Se apoya en que su compadre o su comadre hacen lo mismo, la vergüenza se reparte entre todos y pesa menos. Este monero diría que la vergüenza se multiplicaría. Pero el chafa sabe lidiar mejor con la vergüenza que con el hambre. Por un día, una semana, un mes con dinero, se queda dominado por un amo que engorda y se pudre en la glotonería del puesto de poder. Porque el que llega a ser funcionario a través de la compra de votos, lo hace para arrancar a tarascadas el erario, despojar con injusticias a los ciudadanos, negociar con otros igual de malditos, que se encargarán de cobrar otros impuestos paralelos a la ciudadanía a través del cobro de piso, la extorsión, el secuestro o la venta de sustancias ilegales.
Pero un ciudadano libre, despojado por un momento de la cultura de lo chafa, totalmente unido a la madre patria a través de ese cordón umbilical de papel con una pequeña tacha sobre el nombre de un candidato, el que eligió personalmente, no el que le indicaron, no el que le pagaron, tiene una oportunidad limpia y verdadera de ser parte de la grandiosidad de un estado, de una nación que durante siglos ha luchado con los enemigos de adentro y de afuera. Es un punto sublime y poderoso, su voto vale igual que el del más rico y del más pobre, su voto vale igual que el de su vecino o del gobernante, su voto es el arma de una revolución silente. Su voto vale más que todo el dinero del mundo. Su voto se puede vender, pero en realidad no tiene precio, y el decide sentir mejor hambre que vergüenza, aunque solo el del espejo le pueda prender ese sentimiento. Pero sabe que ese día, en ese momento, en esa casilla, fue la mejor versión que pudo ser. En un “viva México” tan estruendoso que nadie lo escucha, alza la voz y decide el destino de su patria.
Mañana parecerá que todo es igual, pero no, en esa casilla se habrá inscrito en el lado bueno de la historia.