
Cuestionan católicos LGBT+ exclusión de Iglesia y piden cese al odio
La debilidad mayor del régimen no es el descontento en la población por los malos resultados del gobierno, la corrupción rampante, la persistente violencia en amplios territorios del país ni la amenaza de Trump. La mayor debilidad es que la cohesión del sistema depende de una persona, y como señalara Madero a Porfirio Díaz en su libro La Sucesión Presidencial, un régimen político no puede depender de un hombre y más cuando ha llegado a una edad mayor.
El coahuilense le aconsejaba dar el paso a la democracia y declinar en su decisión de mantenerse en el poder. La historia se repite y la presidenta Sheinbaum optó por mantener el sistema a partir de hacer el referente de autoridad a Andrés Manuel López Obrador. Suspender la reforma judicial o modificarla como se lo planteó el ministro González Alcántara fue la oportunidad de la mandataria electa para dar espacio a la institución presidencial como eje único de autoridad. No sólo dejó pasar la posibilidad, se volvió promotora con el peor de los resultados desde el punto de vista de legitimidad del proceso, como revelan la bajísima participación candidaturas y los acordeones, asunto que se llevó de paso al INE y al Tribunal Electoral al tener que avalar lo ilegal.
Fue un error exponer al sucesor al fuego de la política. Andrés Manuel López Beltrán alude al padre como fortaleza, lo que es correcto porque de eso se trata su candidatura. El problema es que obliga a dar vista a lo que él ha realizado y la valoración no es favorable. Es un exceso responsabilizarle de los resultados en Durango y Veracruz o la baja participación en la elección judicial. Sin embargo, la tarea que él se arrogó generó expectativas que se le vuelven en contra.
A los ojos de los afines no tiene la magia del padre, él es terrenal. A la vista la fragilidad electoral de Morena, aunque gane mayorías e imponga juzgadores. Los ideólogos afines a Morena como Viri Ríos por elemental pudor aconsejan la depuración del régimen; enviar el cascajo al PVEM y PT para mantener la pureza. ¿Enviarían a esos partidos a Lenia y Martí Batres, Cuauhtémoc Blanco, Gerardo Fernández Noroña, Jesús Ramírez Cuevas, Félix Salgado Macedonio y otras joyas en cargos legislativos, a los gobernadores Ma del Pilar Ávila, Rubén Rocha, Américo Villarreal, David Monreal y muchos otros funcionarios y exfuncionarios o a los empresarios enriquecidos con contratos y ahora financiadores del movimiento y no se diga los muchos alcaldes coludidos con el narco?
No hay manera de que Morena se regenere; los resultados de 2024 y los recientes demuestran que sin el PT y PVEM Morena es un partido más a pesar de la devastación del sistema democrático, la penosa crisis de la oposición, la exclusión y la merma de las libertades políticas. 2027 puede significar el principio del fin del régimen. No se trata de ganar mayorías, gubernaturas o juzgadores, sino de algo más concreto y que en la retrospectiva del fin del régimen priísta fue crucial: la convicción de que el partido de Estado puede ser derrotado, que a pesar de las malas prácticas, la parcialidad de los órganos electorales y la ausencia de una confiable justicia electoral el voto popular se impone y deja al descubierto la debilidad del sistema como ocurrió en 1988.
No es lo mismo opinar favorablemente de quien gobierna, que el partido en el gobierno gane votos sin coalición, sin partidos asociados que aporten los sufragios o los frágiles argumentos jurídicos para una indebida sobrerrepresentación en la Cámara de Diputados. 2027 no representará el fin del obradorismo, pero sí un tropiezo mayor que tendrá relieve para la sucesión presidencial y para mantener la unidad al margen del poder simbólico que representa Andrés Manuel López Obrador. Imponer al hijo precipitaría la división y obligaría al régimen a enseñar los dientes, es decir, mantener el poder a partir de la fuerza y no de la legitimidad.
La muerte suave de la democracia daría lugar a una expresión de autoridad brutal, violenta y sin consenso, justo lo que ahora no existe porque no se requiere. El principio del fin plantearía un escenario semejante al de 1908 al momento de la sucesión presidencial. Evitar la reproducción personalizada del régimen o dar curso a la descomposición y, eventualmente, al inicio de un largo y accidentado proceso de construcción democrática. El saldo de estos tiempos es que no existe candidatura posible para dar continuidad a la hegemonía ni la unidad.