No eran médicos, son «activistas cubanos»
A nadie debe sorprender la insensibilidad del hoy presidente, López Obrador, ante el incremento de la violencia y la proliferación de eventos repudiables, como el secuestro.
A nadie debe indignar que, ante la incapacidad del gobierno capitalino de resolver la violencia, el presidente mexicano responda con un grosero “apapacho público” a la jefa de gobierno, en lugar de exigir que cumpla con su responsabilidad.
Y tampoco debiera asustar a los ciudadanos la mentira reiterada de que los gobiernos de Morena “son los mejores” del país, a pesar de que en todos los hogares se perciben la inseguridad y la violencia.
¿Y por qué a nadie debe sorprender o indignar el cinismo presidencial?
Porque el presidente Obrador de hoy es el mismo cínico que padecimos cuando se desempeñaba como jefe de gobierno del DF y como líder capaz de encabezar una campaña de odio contra el gobierno de Felipe Calderón.
En efecto, si hacemos memoria recordaremos que el 27 de julio de 2004 se llevó a cabo la más numerosa manifestación de protesta –en la historia mexicana–, contra el mal gobierno de AMLO en el DF. Se le conoció como “la marcha blanca” y movilizó a más de medio millón de ciudadanos.
La respuesta de aquel jefe de gobierno fue la misma que hoy; AMLO descalificó a los manifestantes, les llamó “fifís” y los señaló como culpables de una supuesta conspiración en su contra.
Años después, el 26 de agosto de 2008 –en el gobierno de Calderón–, los medios recogieron una escalofriante declaración que hizo Obrador a propósito del secuestro de Fernando Martí.
En su columna para el diario La Crónica, el articulista Leopoldo Mendívil confirmó que –al opinar de la muerte del joven Martí–, Obrador habría dicho que el crimen fue “un punto malo para Calderón y un pirrurris menos”.
Así lo escribió el columnista.
“Luego de que Óscar Mario Beteta informara a su audiencia del comentario que se le atribuye a usted (Lopez Obrador) en torno al crimen del adolescente Fernando Martí, un instante después, en el corte para comerciales, me confió su fuente informativa, y no me quedó duda.
“Pero después me enteré de que el sábado en su artículo para el diario Reforma, Jaime Sánchez Susarrey había transcrito de la sección de Cartas a la Redacción de El Universal, la de un lector con la reproducción íntegra y textual de sus palabras: “¡Qué bien, un punto malo para Calderón y un pirrurris menos!””. Hasta aquí la cita.
En pocas palabras, resulta que para López Obrador se justifica el secuestro y crimen de un joven estudiante porque pertenece a la clase media y porque estudia en una escuela privada.
La muestra de desprecio por la vida de un joven estudiante de clase media, por parte de Obrador, se produjo en 2008, cuando el tabasqueño intensificó la campaña de difamación contra el entonces presidente Felipe Calderón.
Hoy se repite la historia de la insensibilidad de Obrador. La diferencia es que hoy AMLO es el presidente de los mexicanos y que la responsable de la violencia y el crimen es su incondicional, la jefa de gobierno Claudia Sheimbaun.
Y es que mientras el presidente era solidario con Claudia Sheimbaun –en un mitin callejero–, en donde dije que es la mejor jefa de gobierno y en donde le ofrece su respaldo total –lo que significa una afrenta a los habitantes de la Ciudad de México por la ingobernabilidad que vive la capital del país–, la familia de Norberto enfrentaba el dolor del sepelio del joven secuestrado y asesinado.
¿Qué debemos entender del montaje público en el que el presidente Obrador muestra no respaldo sino complicidad total con la ineficaz jefa de gobierno?
El mensaje está claro; al presidente no le importan los ciudadanos que pertenecen a la clase media; los que estudian y trabajan; las familias que crean empleos y que invierten en el futuro de sus hijos.
Para López Obrador no sólo se debe aplaudir el secuestro y crimen de esos mexicanos –como los jóvenes Wallace, Martí, Norberto y muchos otros–, sino que tampoco se debe castigar a los matarifes.
Según Obrador se debe aplaudir la ineficacia de los gobiernos de Morena, a pesar de los miles de muertos, de robos, secuestros, feminicidios y de la proliferación del crimen organizado.
Y es que el presidente mexicano no respalda a sus correligionarios sino que se convierte en cómplice de su ineficacia.
Al tiempo.