Jugando con México
Las escenas son intolerables e incomprensibles para los mexicanos educados en la concepción del Estado como garante de los derechos y las libertades básicas.
El derecho a la vida, a la propiedad privada, al trabajo… y libertades como las de expresión, de manifestación y de protesta…
Pero a pesar de lo intolerables y grotesco del espectáculo, no sólo no existe una autoridad capaz de impedirlo o detenerlo sino que –al contrario–, las escenas se multiplica ante la complacencia oficial y la fiesta de bandas criminales; de matarifes, secuestradores y ladrones de combustible –entre muchos otros delincuentes–, que disfrutan de la impunidad del Estado, vejando, insultando, golpeando y sobajando a militares, marinos y efectivos de la fallida Guardia Nacional, convertida en caricatura del Estado.
Incluso, las escenas son imposibles de narrar, no solo por la vergüenza social e institucional que representan –imaginen la vergüenza de miles de policías, militares y marinos–, sino porque confirman que detrás del empoderamiento criminal y del abandono a las fuerzas castrenses está “la cobardía del Estado” todo, empezando por el jefe de las instituciones, el presidente López Obrador.
En efecto, aquí acuñamos la expresión “cobardía de Estado” para referirnos al miedo que muestran los Tres Poderes de la Unión y los tres órdenes de gobierno ante conflictos políticos, económicos y sociales que ponen en riesgo la democracia mexicana.
Sin embargo, en el caso concreto que nos ocupa –el de la vejación, el insulto, los golpes y la deliberada ridiculización militares, marinos y efectivos de la Guardias Nacional–, debemos calificar esa degradación con los adjetivos justos y puntuales, sin temor a las palabras.
¿Por qué?
Porque, en rigor, se trata de una cobardía presidencial la instrucción de que militares, marinos y efectivos de la Guardia Nacional no respondan a las vejaciones, agresiones, golpes y la deliberada ridiculización.
Nos guste o no, es una cobardía del presidente Obrador defender a las bandas criminales, a los matarifes de 26 mil muertes durante su gobierno; es una cobardía dialogar con los jefes de las mafias del narcotráfico mientras que, en el otro extremo, ordena a militares, marinos y guardias nacionales que no respondan a las vejaciones, las agresiones, los golpes y la ridiculización deliberada de los delincuentes que tienen postrado al país entero.
Y es que cada video que graban y difunden los delincuentes, en los que vejan a policías, marinos, militares y miembros de la Guardias Nacional, es una victoria criminal ante las instituciones del Estado; es un triunfo de la ilegalidad ante la justicia; es el éxito de los mexicanos corruptos y de los infractores, sobre los ciudadanos indefensos que trabajan, pagan impuestos y que no cuentan con ninguna autoridad capaz de protegerlos.
Cada uno de los videos en donde los policías son secuestrados, los militares vejados, los marinos sometidos y golpeados, es una derrota para los ciudadanos que respetan la ley, para aquellos que por décadas esperaban la protección de policías, marinos y militares; es una derrota para todas las instituciones y para la democracia; es un clavo más para el ataúd de la legalidad, del Estado de derecho, de la justicia y de la paz.
Cada uno de esos videos es la victoria del miedo y del terror sobre la tranquilidad social; es un triunfo terrorista sobre la estabilidad política, económica y social; cada video que difunden los criminales –en donde son vejados, insultados, golpeados y ridiculizados policías, militares, marinos y guardias nacionales–, es una derrota para los partidos políticos, para los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial; es una derrota para los gobiernos municipales, estatales y para el gobierno federal y… es una derrota para el Estado todo.
Pero lo más grave es que detrás de esa tragedia que enluta al Estado y a sus instituciones –y que confirma el fin de la democracia mexicana–, no sólo está la cobardía de un solo hombre, del presidente Obrador, sino la cobardía mediática de empresas que despiden a críticos del presidente.
Detrás de la cobardía presidencial, está la cobardía de sus colaboradores que no se atreven a cuestionarlo y a renunciar ante la destrucción institucional y del país todo; detrás de la cobardía de López Obrador está la cobardía de todos los partidos, de todos los legisladores y de casi todos en el Poder Judicial.
La cobardía mata, igual que matan las bandas del crimen. Y lo comprobamos apenas ayer en Coatzacoalcos, Veracruz.
¿Hasta cuándo la cobardía presidencial?
Al tiempo.