
¿Quién será el Papa 267?
Es como si a un montón de muchachos malcriados, que no malvados, les enseñaran de formas y procesos para lograr sus cometidos. Como si a un niño, que antes tomaba un puñado de dulces sin permiso de la tienda, le enseñaran el valor de los domingos que pueden comprar uno o dos caramelos el fin de semana, tras una larga jornada de cabalidad en casa.
El Gobierno de México ha tomado el control del Estado. Y ante ello, las expresiones de la población no se han ajustado del todo a ninguna de las narrativas que revolotean en la opinión pública. Porque por un lado existe el respaldo de los ciudadanos al presidente, y por el otro -y es a lo que muchos opositores apuestan- el miedo al fracaso. Y es el miedo en sí mismo lo que es más lento de desaparecer en el proceso de transformación.
Lo cierto es que estamos ante un panorama inédito en la historia del país, en donde el gobernante ha tomado el control para ajustar las tuercas flojas, quitar remaches y colocar piezas nuevas, depurar lo inservible y engrasar los engranes que se han oxidado con el paso del tiempo. Si se mira como ejemplo, un carro que es reparado y embellecido en su carrocería de nada servirá si su motor es un desastre. Tal vez la apuesta de revitalizar la vida pública nos quede grande, incluso al mismo mandatario si es que la realidad lo rebasa, pero es con esa lógica que se ha propuesto gobernar y en el proceso hay únicamente dos alternativas, o se aferra uno a la oposición confundida, o se suscribe a la coyuntura, y eso quiere decir arriesgarlo todo. Así que Andrés Manuel también tenga de dos escenarios: o sale avante o se queda jodido, o lo consigue o fracasa.
En el proceso, el presidente sacrifica puntos de su alto nivel de aprobación por el proyecto de fondo. La crisis de desabasto de combustible es el resultado de una estrategia que está aplicando a rajatabla, para con ello demostrar a los mexicanos que ser honesto es posible pero no fácil, que los cambios de raíz se dan no sin sacrificio.
Y sin embargo, el cambio del que tanto habla Andrés Manuel no reside en un plan para acabar con el robo de combustible, aquello es apenas un revés necesario a la corrupción cómodamente instalada en el sector petrolero. La verdadera transformación, como en todo, está en el fondo. El presidente se ha puesto la vara demasiado alta, porque su objetivo central está en cambiar de paradigma y devolver al mexicano la confianza en sí mismo, demostrarle que México es un gran país por encima de sus males y dolencias y que las conductas perjudiciales son posibles de erradicar. Un discurso que, al final, está sujeto a un profundo nacionalismo, y que sin embargo termina por ser el único camino a tomar cuando todo alrededor está podrido.
Así que es cierto, la crisis de la gasolina está controlada por el Estado, ellos mismos cerraron la llave y ellos mismos pueden abrirla, si quisieran, en el mismo instante en que escribo estas líneas. Pero eso significa flaquear, debilitar la toma de control sobre los intereses del país y lo más delicado, poner en riesgo inminente los designios a futuro que se ha fincado el gobierno federal.
Son tiempos de decisiones inquebrantables. En la tempestad el capitán debe reaccionar y actuar con determinación, mas nunca ceder terreno a la crisis. La tripulación, por lo demás y si quiere llegar a buen puerto, le queda no más que ser fuerte y sujetarse a la doctrina de quien lleva el mando hasta que éste demuestre, eventualmente, su incompetencia. En el caso del presidente, hasta ahora no ha dado un solo motivo para no confiar en él.
El 1 de julio los mexicanos demandamos un cambio en nuestro país. Ese día, quizá, no vimos que el cambio significaba mucho más que un trámite protocolario en tribuna. Las transformaciones cuestan, y lo de los huachicoleros apenas y cuesta un tanto. Lo que se viene seguro costará más, mucho más.