El fin del INE o la reforma que se asoma
El asesinato de Jesús Eduardo Franco Lárraga, alcalde de Tancanhuitz, San Luis Potosí, tendrá un lugar especial en la oscura memoria política de la Huasteca Potosina, que ya de por sí había dejado de ser el sitio apacible que muchos recordamos.
Lo ocurrido el pasado domingo en la carretera Valles-Tamazunchale nos recuerda dos cosas: la primera, que en cualquier parte del país es posible matar impunemente y la escena más sangrienta se olvida a los pocos días, o sea que se ha normalizado; y dos, se expone la vulnerabilidad de quienes deciden ocupar un cargo público a cualquier nivel, incluyendo pequeños Ayuntamientos como Tancanhuitz, con altos niveles de pobreza y sin presupuesto que alcance para combatirla.
Este reducto enclavado en la serranía huasteca, atraviesa -a tientas- una densa niebla de incertidumbre, no solo no hay alcalde, sino que nadie, pese a las normas constitucionales dictadas para estos casos, quiere ocupar el puesto.
Franco, un joven político de Morena de 32 años, fue emboscado y asesinado junto a tres acompañantes en un ataque que tiene todas las características de una ejecución premeditada, según las principales versiones, un ajuste por supuestos acuerdos políticos no cumplidos y que implicarían a un joven regidor de su mismo partido, cuya madre también ocupa una regiduría morenista, pero en el Ayuntamiento de la capital potosina, en el cabildo de Enrique Galindo.
Apenas unas horas después del asesinato, la Fiscalía General del Estado señaló a miembros de la familia Aguilar Acuña como parte central de las investigaciones, y hubo dos detenidos: exalcaldes y hermanos, Manuel “El Kippy” y José Guadalupe, “Pepe Lupe”. Ambos forman parte de una estructura política local que domina el municipio desde hace décadas. Un grupo señalado en otras ocasiones por su relación con actos de violencia, que por cierto se acrecentaban en tiempos electorales.
La detención de los Aguilar Acuña deja un solo mensaje, que las autoridades deberán esclarecer o explicar: el crimen organizado y la política local tienen una profunda conexión.
Tampoco vamos a decir que es una historia nueva en el México rural, donde el poder municipal frecuentemente se convierte en un botín codiciado por quienes manejan la violencia como moneda de cambio. Claramente, la Huasteca Potosina es un microcosmos de esta realidad.
Debería preocuparnos que nadie quiera asumir el control del municipio. ¿Quién se atreverá? Si convertirse en alcalde o alcaldesa de Tancanhuitz hoy no es solo un reto político, sino, literalmente, un riesgo de vida.
Un vacío de liderazgo que incomoda a los habitantes, y necesitan respuestas.
En este tema, el gobernador, Ricardo Gallardo, ha prometido justicia y enfatizado la colaboración entre la Fiscalía, la Guardia Nacional y la Guardia Civil para esclarecer los hechos. Algo que no disipa el temor. La clase política de la región observa de lejecitos, con nerviosismo y miedo, sabiendo que la violencia es un mensaje directo para todos: y nadie está exento.
Por otro lado, la dirigencia de Morena está en un dilema que deberá resolver, y pronto. ¿Debería involucrarse activamente en el proceso para designar a un nuevo alcalde? ¿O mantenerse al margen para evitar que la crisis le explote en las manos? Esto pone a prueba a un partido que sigue enfrentando las mismas añejas prácticas de corrupción, impunidad y violencia características de este país.
Legalmente, el procedimiento es claro. Ante la ausencia definitiva del Presidente Municipal, el primer síndico debería asumir el cargo de forma provisional. Luego, el cabildo deberá nombrar a un alcalde sustituto o interino. El lío no es ese, sino las condiciones que hay alrededor. Una advertencia de plomo que le paraliza el rostro a la clase política local.
La escena está bien clara, estamos ante “la rifa del tigre”.
Para las autoridades estatales y federales el reto no es solo nombrar a un sucesor para Jesús Franco –velado en el patio de su casa, sin más compañía que su familia y algunos amigos cercanos- y esclarecer las circunstancias de su muerte.
El verdadero desafío está en garantizar seguridad para gobernar bajo cualquier color, ahí y en el Ayuntamiento que sea. Hasta que eso ocurra, Tancanhuitz es un territorio incierto, y doloroso ejemplo de cómo el poder político se ha convertido en una apuesta peligrosa.
El tigre anda suelto, y está enseñando los dientes.