
Inteligencia y principios
Una pregunta muy relevante formula cuestionamientos sobre qué elementos y su interacción determinan que algunos países sean ricos mientras que otros pobres.
Desde hace un siglo se han hecho diversas formulaciones; Weber analizó y enfocó sus respuestas en las diferencias religiosas y culturales, pero sus conclusiones han sido contrastadas por casos de estudio que las contradicen.
Mas recientemente, James Robinson da explicaciones a partir de los estudios de caso; les llama experimentos naturales porque se han presentado sin plan alguno y permiten contrastar ideas y condiciones.
No se trata del contraste geopolítico, como el paralelo 38 de las Coreas o le Muro de Berlín durante la guerra fría. Estos eventos específicos fueron forzados por decisiones de terceros y presionados por modelos sociopolíticos que hasta la repelían la migración.
La idea detrás de los “experimentos naturales” es más parecida a las ciudades fronterizas, donde hay tantas similitudes socioculturales que casi se pueden separar los eventos económicos.
Robinson ilustra con los dos Nogales, uno al norte del Estado de Sonora, México, el otro al sur de Arizona, EUA. Ahí hay linderos con un muro desde que, a inicios del Siglo XX, hubo mucha tensión entre ambos países; mucho antes que la administración de Donald Trump usará una tapia como campaña electoral.
El caso de estas ciudades fronterizas no puede ser explicado por diferencias culturales, hecho que descarta las conclusiones de Weber, tampoco de geografía o de recursos naturales.
Robinson afirma que la diferencia en expectativa y nivel de vida encuentra explicación en las instituciones que los países han construido y la forma en que operan.
Las personas constituimos instituciones para regular y operar los mandatos sociales, creamos reglas que impulsan distintos patrones de conducta mediante incentivos sociales.
Los estudios de Robinson concluyen que los países ricos tienen instituciones que funcionan, los pobres no.
Incluso explica que para enriquecerse en países como México se requieren actitudes monopólicas y relaciones políticas, mientras que en otros países las personas hallan oportunidad si se es emprendedor y se innova.
Si aceptamos que, al menos parcialmente, las conclusiones de Robinson son acertadas, entonces algunas explicaciones saltan a la vista.
En Ciencia, Tecnología e Innovación, CTI, antes del decenio de 1970 no había institución en México. Previo a esto la actividad en ciencia y tecnología, para entonces ni hablar de innovación, se remitía a esfuerzos individuales e incipientes operaciones en algunas universidades.
Desde entonces vaivenes han caracterizado al CONACYT y las políticas públicas en CTI han sido cambiantes, dan tumbos.
Particularmente, este sexenio CONACYT ha sido desastroso. Para empezar por una reforma a la Ley de Ciencia y Tecnología, LCyT, inconclusa, sin rumbo, por falta de operación política reflejada en la inconformidad de la comunidad CTI.
Esa reforma no ha sido consensuada es arbitraria y unilateral, hecho que desvalora la opinión experta de quienes han impulsado la CTI y vulnera la CTI misma.
La LCyT es muy reciente, es decir, se logró norma luego de varios decenios de haber creado el CONACYT, mas como respuesta por acuerdo latinoamericanos que como iniciativa individual.
Así, la CTI en México no opera por que las instituciones no funcionan, incluidas normas y reglas sociales de una LCyT que no se desea cumplir. Aunque se quiere reformar, luego de dos años está parado el asunto y se desconoce el rumbo.
Este hecho es grave ya que la CTI es un motor de la movilidad social, es decir, uno de los mecanismos por el cual nuevas generaciones hallan oportunidad de estar en mejores condiciones que predecesores.
Al ritmo que lleva CONACYT, terminaremos un sexenio más sin reglas en CTI como pilar de progreso y generación de riqueza.
El legado de la actual administración de CONACYT será la falta instituciones operativas y la consecuente ausencia de impulso al motor de riqueza en México.