Libros de ayer y hoy
El mexicano del siglo XXI ha creado para sí mismo una imagen de su idiosincrasia y carácter diferente a la de otras generaciones. Si bien mantenemos nuestras tradicionales presunciones como la burla hacia la muerte o el nacionalismo patriotero que de repente pareciera que nos hará arrojarnos envueltos en una bandera a la menor provocación, también hemos adquirido hábitos como la silenciosa costumbre de mirar hacia otro lado cuando se comete el crimen más nefasto, o la de exigir a las autoridades que nos solucionen las necesidades que previamente ignoramos muertos de la risa.
Este monero piensa que va a ser un trabajo bastante difícil para los antropólogos del futuro descifrar en qué diablos estábamos pensando los mexicanos antes del 2020. Como ya he dicho previamente estamos viviendo una especie de “Tormenta perfecta“ en la que se nos han juntado muchos factores catastróficos (la turbulencia política, la inminente catástrofe económica, las variantes del mercado global, la pandemia de COVID, la polarización social, la siempre creciente guerra del narco, los desastres naturales y la mejoría del Cruz Azul), creándose una crisis como no se había visto antes en la historia de nuestro país y que hoy obliga que como ciudadanos de esta nación enfrentemos con el carácter y la actitud enunciada en nuestro querido Himno Nacional. Por generaciones hemos cantado ese himno pensando en guerras antiguas y olvidadas, en héroes, adalides y mártires de estampa, pero también mencionamos a un pueblo que designa soldado de la patria a cada hijo e hija nacidos en este suelo, no solo en la casta de los militares, si no en los voluntarios que forman una cadena de manos retirando escombros después de un terremoto o las mujeres que dan de comer a los migrantes en los trenes, los brigadistas que paran un incendio forestal y los que aportan víveres y equipo para quienes están al frente de la batalla.
Hoy con una nueva catástrofe que nos pone a prueba y que pareciera que en comparación con un terremoto o un huracán se desarrolla en cámara lenta, la pandemia exige nuestra mejor voluntad y toda la inteligencia que podamos aplicar como ciudadanos. Pero hay un frente en el que estamos fallando constantemente: el de hacer entender a todos nuestros conciudadanos, vecinos o familia la importancia de combatir este flagelo a través de actitudes y acciones solidarias, como un equipo, acciones que en primera instancia simplemente implican la protección individual y de nuestros familiares. Es decir, protegiendo a nuestro hogar y nuestro organismo de caer enfermos, estamos protegiendo y cuidando a nuestros seres queridos, nuestra comunidad, nuestro país y por qué no decirlo, a la humanidad entera.
Muchos entendemos la importancia de estas acciones individuales como muestra de solidaridad colectiva. Pero pareciera que otros no comprenden, o piensan que es opcional creer o no en la ciencia. A la fuera de gravedad le importa un pepino si no crees en ella. Estos ignorantes voluntarios o involuntarios son una grieta en el muro sólido y fuerte que podríamos ser los mexicanos. Por estas grietas comienza a perderse la cohesión y la resistencia del colectivo. Son los eslabones débiles de nuestra cadena. Y se encuentran en Todos los estratos sociales y económicos. Me ha sorprendido encontrar personas con doctorados pregonando discursos psicóticos arrobando conspiraciones dignas de una revista amarillista, empresarios que aceptan el peligro que significa darle rienda suelta a este virus pero quejándose por las medidas obligatorias que el gobierno ha impuesto en cada una de sus instancias para tratar de detenerla, padres de familia ignorando toda precaución para consentir a sus hijos, que podrían crecer siendo los individuos caprichosos, incrédulos y de voluntad negativa que pudieran enfrentar con ese ejemplo la pandemia próxima suponiendo que esta sucediera.
Quienes ya entendimos la difícil realidad que se está viviendo actualmente parece que tendremos que sacar nuestro lado patriótico por el bien de la nación, y no solo continuar con nuestra lucha individual de protección con las recomendaciones que ya todos conocemos, sino que es preciso convencer a quienes desdeñan las estrategias y acciones que debemos realizar para combatir las consecuencias terribles que podrían sobrevenir si ignoramos el peligro sobre nosotros.
Esa actitud solapadora, cobarde, desidiosa y hasta de complicidad de permitir que los demás hagan lo que se les dé la gana, causando que el problema de salud avance en vez de contenerse y retroceder, debe terminar, todos los que tengamos voz, hablemos; los que tengamos medios para hacernos escuchar, utilicémoslos; nos asiste la razón y ahora debemos hacer uso de la determinación y convencer a los ciudadanos que no están cumpliendo con las medidas necesarias de que lo hagan. Sumen esa tarea a las bien conocidas medidas obligatorias para todos los ciudadanos, ya saben lavarse las manos, estornudo de etiqueta, sana distal, uso de cubrebocas, etc.
El enemigo a derrotar es el virus, sí, pero debemos de convencer a sus aliados los ignorantes e intransigentes para sobrevivir a esta catástrofe epidémica.