Esquiroles de oposición, apoyan a Morena
Tenía 92 años y cáncer de páncreas. Decidió no someterse a la quimioterapia para conservar la lucidez y hasta el último día mantener viva su lucha cotra la invasión a Ucrania, el peligro de una guerra nuclear y las crecientes amenazas a la libertad de expresión en su país y en el mundo.
Se llamaba Daniel Ellsberg. Murió el 16 de junio en su casa de Kensington, California. Fue el hombre más valiente de su generación y símbolo del deber que se cumple por que no es otro el camino a transitar, como lo postulara Henry David Thoreau.
Por esta razón en la “cuna de la democracia” fue satanizado por su propio gobierno, perseguido y estigmatizado como enemigo del pueblo. ¿Suena conocido?
En Harvard se distinguió como alumno. En la vida profesional sobresalió por ser alguien que se acercaba a la realidad cara a cara y en el terreno de los hechos, nunca desde la segura comodidad de la Academia.
Durante la guerra de Vietnam se enlistó en el ejército para entender las causas del conflicto en las selvas mismas en que este se desarrollaba. Posteriormente en la Corporación Rand, fue uno de los 36 expertos que redactaron un estudio comisionado por Robert MacNamara, secretario de la Defensa de Estados Unidos, en el afán de entender las razones por las que el país más poderoso del planeta no lograba imponerse sobre una de las naciones más débiles y atrasadas en un rincón de Asia.
A fines de 1970, Ellsberg entregó copias de aquel estudio al diario The New York Times y a otros medios, convencido de que no podía ser cómplice de la política de mentiras, abusos y atrocidades organizada e implementada por su gobierno a espaldas del pueblo en contra de un país cuyo único pecado era su feroz sentido de independencia.
El expediente fue popularmente conocido como “los Papeles del Pentágono” y su publicación llevó a un enfrentamiento histórico entre la prensa y el gobierno yanqui que gracias al fallo de la Suprema Corte de Justicia a favor de los periódicos, redefinió el lugar de los medios como agentes de salvaguarda de la garantía de libertad de expresión en Estados Unidos.
Esto desató una feroz persecusión del gobierno de Richard Nixo en contra de Ellsberg. Henry Kissinger, el asesor de seguridad nacional de Washington, el organizador de golpes de Estado y padrino de los sanguinarios regímenes militares sudamericanos, lo llamó “el hombre más peligroso de Estados Unidos”.
“Debe ser detenido a toda costa. Tenemos que atraparlo”, exclamó Kissinger durante una reunión con el presidente, poco después de que la Corte Suprema fallara a favor del New York Times en el caso del expediente del Pentágono. Nixon estuvo de acuerdo. “Todos estos tipos se han puesto por encima de la ley”, dijo. “Y, por Dios, vamos a ir tras ellos”.
Un equipo de sicarios al servicio del presidente y de su asesor de seguridad saqueó las oficinas del psiquiatra de Ellsberg en busca de información incriminadora; fue acusado de espionaje y condenado a 115 años de cárcel, pero al final fue absuelto por un juez escandalizado por los abusos del poder.
Impedido de trabajar en el gobierno y exiliado de la Corporación Rand, Ellsberg se mantuvo como activista el resto de su vida. Fue arrestado casi 90 veces por participar en protestas o actos de desobediencia civil.
El caso del “expediente del Pentágono” fue un hito en la historia de la libertad de prensa estadounidense y antecedente pivotal que dio, dos años más tarde, la firmeza al Washington Post para sostenerse en una empresa periodística tan aparentemente fútil como fue en sus inicios la denuncia del caso Watergate y que culimnó con la renuncia de Richard Nixon.
Así lo recordó Ben Bradlee, entonces director del Post y uno de los principales protagonistas del episodio:
“Creo que ninguno de nosotros realmente comprendió la importancia que tuvo para la gestación de un nuevo Washington Post la decisión de publicar [los documentos]. Sé que yo no. Yo quería ir a prensas porque estaba en posesión de […] la mayor historia periodística en diez años. Eso es lo que hacen los periódicos: se enteran, reportean, verifican, escriben y publican. Lo que no comprendí […] fue la dimensión del cambio en el Washington Post y cómo impactó a reporteros y editores en todo el mundo atestiguar la independencia, determinación y confianza que había adquirido en el cumplimiento de su misión […]: un periódico que se mantuvo firme ante cargos de traición. Un periódico que no vaciló al ser acusado por el presidente, por la Suprema Corte, por el Procurador General y por un insignificante Subprocurador. Un periódico que mantuvo la frente en alto, comprometido firmemente con sus principios.”
Daniel Ellsberg cofundó la “Freedom of the Press Foundation” y defendió el trabajo de una nueva generación de informantes y filtradores digitales, incluidos Edward Snowden y Chelsea Manning.
En su obituario en The New York Times, se asienta que “continuó publicando documentos secretos del gobierno, incluidos archivos sobre la guerra nuclear que había copiado mientras trabajaba en la estrategia militar de ‘destrucción mutua asegurada’ durante la Guerra Fría”. En opinión de William Manchester, Ellsberg fue autor de “la más extraordinaria filtración de documentos secretos en la historia de los gobiernos [de E.U.]”
“Cuando copié los Documentos del Pentágono en 1969”, escribió en el correo electrónico que anunciaba su diagnóstico de cáncer, citado por el NYT, “tenía todas las razones para pensar que pasaría el resto de mi vida tras las rejas. Era un destino que habría aceptado con gusto si significaba acelerar el final de la guerra de Vietnam, por improbable que pareciera”.
El “expediente del Pentágono” comprende 7,000 páginas de análisis histórico y documentos que revelan cómo el gobierno yanqui amplió en secreto su papel en Vietnam a lo largo de cuatro administraciones presidenciales, ocultando datos sobre los reveses de la guerra y engañando al público sobre una acumulación de tropas que finalmente llevó a medio millón de estadounidenses a Vietnam en el punto máximo de la guerra no declarada y costó la vida de más de 58,000 gringos y millones de vietnamitas.
Con la esperanza de acelerar el final de la guerra, dice el NYT, “Ellsberg se puso en contacto con varios senadores estadounidenses y trató de compartir los documentos a través de los canales oficiales. Cuando no encontró interesados, se puso en contacto con el reportero Neil Sheehan, lo que llevó a la publicación de la primera historia sobre los archivos el 13 de junio de 1971”, en la primera plana del Times. También compartió material del estudio con otras 20 empresas informativas.
Dice el New York Times en su obituario:
“Más tarde, Ellsberg se maravilló de lo que él consideraba las consecuencias no deseadas del expediente del Pentágono. Los documentos en sí mismos ‘no acortaron la guerra ni un día’, dijo, y los bombardeos yanquis en el sudeste asiático se intensificaron en el año posterior a su publicación y las tropas de combate gringas permanecieron en Vietnam hasta 1973.
“Y, sin embargo, dijo al New Yorker en una entrevista en 2021: ‘las acciones criminales que la Casa Blanca tomó contra mí… condujeron a esa caída absolutamente imprevisible de un presidente, lo que hizo que la guerra pudiera terminar’.
“Al final”, agregó, “las cosas no podrían haber salido mejor”.
Charles De Gaulle escribió en sus memorias que la vejez “es un naufragio”. Daniel Ellsberg, “el hombre más peligroso del mundo”, fue la excepción y con su final demostró que esto no siempre es así. Su perseguidor, Henry Kissinger, hoy es un anciano recién llegado a los 100 años que en su soberbia y frivolidad confirma el juicio del viejo general.