Libros de ayer y hoy
Pareciera que se equivocó. Pareciera que por una serie de equívocos y enredos tomó el timón de un barco que parecía fácil y resultó que no. Parece que se dio cuenta muy tarde que tomar todas las decisiones de un puesto tan alto, nada más la administración de un país compuesto por más de 130 millones de almas, no era tarea para una sola persona. Pareciera que, en su mente, esa mente simple, ocupada en imaginar teorías conspiratorias y en desconfiar de todos, todo se veía entonces tan sencillo.
Después de todo, su antecesor era un palurdo acartonado que no parecía poder dar pie con bola. El, más seguro que nadie de que era el indicado y el único capaz de virar un transatlántico gigantesco por que el destino y muchísimos pasajeros lo pedían, sobre todo por el descontento con los anteriores capitanes, tomó el timón y comenzó las maniobras que lo dejarían muy mal parado y evidenciado en que toda su plataforma con la que se vendió no era más que buenas intenciones (desde su punto de vista) y capitalizar el rencor de un pueblo sumamente dolido con gobernantes que abusaron una y otra y otra vez. Y el pueblo mexicano no necesita ni siquiera pretextos para hacer este tipo de juicios sumarios, somos en general un pueblo exigente, desconfiado y fatalista que no confía en nadie.
Así que como una anomalía en la intrincada estructura del sistema político llegó a hacerse cargo de un timón que definitivamente le superó. Una carga que no pudo estibar, un mundo que no pudo imaginar. Ha sido seducido por su propio espejismo y ha doblado la rodilla frente a enemigos que antes le parecían nimios y problemas que creía que no eran en realidad problemas.
En tiempos donde el crimen, la violencia y hay una guerra interna en curso, el optó por blandir heroico y estoico una inefable y brillante bandera blanca pensando que eso sería suficiente para que los infractores bajaran las armas y se prestaran a un dialogo reconciliador. Seguro había un plan. Seguro se lo susurró al oído algún malintencionado o iluso auxiliar en algún punto de su campaña. Pero la realidad azotó con todo su poder en su rostro a este viejito dicharachero y supuestamente bien intencionado. Y no pudo con el trabajo.
Desde su podio y unilateralmente se abrió de capa permitiendo que los perpetradores, esos que envenenan a la juventud, los que se financian haciendo atrocidades a los propios compatriotas, los que nutren el monstruoso parásito dependiente del norte, los que usan armamento del más alto nivel, los que reclutan por ambición o a la fuerza a seres humanos que sacrifican como pasto a las llamas, a esos les permitió que decidieran el siguiente paso. Les entregó las llaves del reino. No lo tomaron por que no es su negocio, pero prácticamente ellos se colocaron en autoridad por encima de él, que se supone es la máxima autoridad. Tal vez en su silogismo perenne de que son pueblo y el pueblo es el que manda, pues a él lo gobiernan. Después del culiacanazo, el gobierno actual ha demostrado una deshonrosa evasión de responsabilidad y solo respuestas vagas a un problema que crece como cáncer en nuestro país. Pero bueno, ya sabemos lo que este gobierno piensa incluso del cáncer real mismo.
Este monero se quedó atónito ante la nueva gran estrategia exhibida por el presidente Peje, cambiarle el nombre a un cartel. Claro, con eso las cosas mejorarán y el problema desaparecerá. Parece mentira que sea una propuesta dicha desde la más alta tribuna democrática de nuestro país. Solo me queda pedirle a Dios, los Astros, los Ancestros, al Universo, que esta sea ya la última ocurrencia de nuestro presidente, que si no va a actuar, porque su ideología y compromisos (complicidad si se pone bajo un escrutinio jurídico) no lo permiten, al menos deje de rebuznar tan alto desde las profundidades del Palacio Nacional.