Trump o Kamala, ¿quién nos conviene?
Gobernar debe entenderse como un ejercicio de autoridad de un pequeño grupo sobre otro mayor que busca el beneficio de todos. Dependiendo del grado de autoritarismo del gobierno, necesita apelar a las conciencias, convencer y hasta manipular a los gobernados para encauzar sus voluntades y esfuerzos hacia un objetivo. En la actualidad no es aceptado que un gobierno utilice la mentira para mantener la participación de los ciudadanos. Desde la segunda mitad del siglo XX se implementaron diferentes movimientos buscando la transparencia del actuar del estado, tratando de que la ciudadanía por derecho pueda acceder a todo tipo de información y que de alguna manera el individuo norme sus criterios sobre cada asunto del colectivo.
Sin embargo, a los gobiernos no les parece en muchas ocasiones que instituciones, organizaciones y particulares intenten averiguar sobre lo que ellos realizan, porque es más cómodo realizar sus proyectos sin supervisión alguna. En la época del despotismo, la monarquía y el absolutismo, esta actitud del poderoso era su prerrogativa y no había fuerza que cuestionara sus acciones. A quien se atreviera a hacerlo, el propio estado lo acallaba por las buenas o por las malas. Hasta que la mayoría de los ciudadanos decidieron que no podían seguir así, y simplemente cambiaron el régimen de autoridad, aplicando formas de gobierno en donde los ciudadanos de forma colectiva podían decidir quién gobernaba y elegirlo de acuerdo a sus propuestas y posiciones, su ideología. Si el ciudadano creía que un candidato al gobierno estaba equivocado, simplemente podía elegir a otro.
Así, con el nacimiento de la democracia, a la par de la revolución industrial, nace una profesión que busca investigar sobre lo que sucede en nuestro mundo, en la naturaleza, en nuestra sociedad y en nuestro gobierno. Encargados de recopilar, analizar y difundir esta información, se formó un pilar de la democracia, el periodismo. Se volvió vital para la salud de un país el fomentar el derecho a la libertad de expresión y a la libertad de prensa. Cada ciudadano puede expresar libremente su opinión y también a investigar y difundir información que se considere de interés público. Y el estado debe garantizar estas libertades.
Pero no es una actividad carente de problemas. Existen obstáculos, desde gobiernos que ocultan, deforman, evaden, tergiversan o niegan la verdad, hasta poderes fácticos que perversamente quieren destruir las fuentes de información, los medios de comunicación o las personas que difunden y critican la información referente a los intereses de los poderosos.
Los malos gobiernos son aquellos que se oponen al trabajo del periodista, ya sea cerrándose a dialogar e informar, o hacerlo selectivamente a través de medios que son afines o incluso propios. Los malos gobiernos dificultan el trabajo del periodista faltando al respeto a su persona y su trabajo, en ocasiones ofendiendo, señalando, disgregando y estigmatizándolo, por supuesto que el gobierno tiene derecho de réplica, si una información pudiera estar equivocada o incompleta debe hacer las aclaraciones pertinentes de forma objetiva y directa, sin faltar al respeto a las empresas o individuos que laboran en esta trascendente actividad.
Ni que decir de un gobierno que no actúa para proteger a quien valientemente se arriesga por ejercer su libertad de prensa, enfrentando al criminal o al corrupto. Ese tipo de gobierno es de los peores, lo que seguiría solo sería un gobierno que directamente dañara a los periodistas. Impensable, sería lo que primero nos vendría a la mente, pero si no se detiene y controla al poderoso estando en esta terrible etapa previa al autoritarismo total, en eso podríamos acabar. De atentados del estado contra periodistas, están plagados los gobiernos autoritarios de izquierda en países de Latinoamérica como son Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia. Gobernados por ideologías afines a nuestros propios gobernantes.
Este monero, que todavía con dos premios de periodismo se siente incipiente y en los talones de personas que ejercen este oficio desde mucho tiempo antes que él, condena enérgicamente la falta de persecución de los crímenes contra periodistas, la impunidad y la indiferencia, así como la falta de protección y prevención a solicitud expresa de los propios miembros dela prensa. Debe ser fuerte y claro, el que el presidente señale e insulte desde la tribuna pública al periodismo, que veladamente amenace a medios de comunicación, que permanezca con oídos sordos a reclamos de protección y justicia, que apoye a políticos involucrados en los atentados como son los gobernadores Cuitlahuac García y Jaime Bonilla, es alarmante. No solo está incumpliendo en su responsabilidad si no que está prácticamente convirtiéndose en cómplice.
Esta posición, esta actitud del gobierno es intolerable y cada ciudadano debe exigir que se termine.
Los atentados mortales contra periodistas ejecutados en el sexenio que gobernó Felipe Calderón sumaron 48 individuos, en los seis años correspondientes a Enrique Peña fueron 47. Hoy en los albores de la segunda mitad del gobierno de Andrés Manuel López Obrador ya se cuentan en 50. Desde su ofensiva propia contra la libertad de prensa hasta su negligencia en combatir el crimen han traído como consecuencia este medio centenar de muertes.
Quede este cartón y este artículo en memoria de los compañeros y colegas caídos y queden sus muertes en la memoria histórica del pueblo que no perdone, que nunca olvide y que lo sume a las evidencias en el juicio que debe ejercer al final del gobierno de este charlatán y mequetrefe.