
Oposición no regatea la unidad nacional ante llegada de Trump
Tan sólo escuchar esa frase, nos llega esa famosa canción del maestro José Alfredo Jiménez “Tu recuerdo y yo”: – Estoy en el rincón de una cantina, Oyendo una canción que yo pedí, Me están sirviendo ahorita mi tequila, Ya va mi pensamiento rumbo a ti… Yo sé que tu recuerdo es mi desgracia, y vengo aquí nomas a recordar, Que amarga son las cosas que nos pasan, Cuando hay una mujer que paga mal…-. Sólo algunas cantinas por algún centro histórico, en estos días, se pueden contar con los dedos de las manos y tal vez nos sobraría uno, todavía es posible encontrase con mujeres de más de 50 años mesereando con minifalda, blusa entallada y escotada. No es que sea persona del oficio más viejo del mundo, es una costumbre arraigada que hoy en día es una satanización social de la generación de cristal y feminismo desequilibrado, pero, es un gusto tanto para la mesera, como para el comensal cliente, de sentirse ataviado por la atención gentil y de buen ver por tan agradable mesera. Insertas una moneda de diez pesos en esa antigua caja de discos para programar tres canciones que pudieren ser de los Yonics, Rigo Tovar, Cadetes de Linares, José Alfredo Jiménez, Los Tigres del Norte, Leo Dan, entre muchos artistas que transmiten en sus letras ese amor y desamor, alegrías e historias de ficción, que hacen que las copas acompañadas de los relatos de vida entre amigos, hacen un momento mágico y lleno de nostalgia que alimenta lo maravilloso que es la vida cuando sabes sumar experiencias y conservar ese recuerdo, digno de una historia de novela o película. ¡Vamos al Tenampa! Me dijo mi ya fallecido amigo Bob Logar, ‘quizás nos encontremos a algunas personas interesantes’, como no recordar ese exitazo musical del señor Cornelio Reyna – ¿A cuántas veces me han sacado del Tenampa, Ya bien borracho y con un nudo en la garganta?, Voy por la calle, cantando mis canciones, Y los norteños, van pisando mis talones… Les pedí 20, 30 o cinco mil canciones, Y me cantaron ‘Me Caí de la Nube’, Me revolqué, grité, canté de sentimiento, Me recordaron a un amor que yo antes tuve…- hace poco entendí, a cerca del panorama canalla del centro histórico era ya bastante limitado. La recuperación urbana se ha perdido, y es en muchas partes de nuestro país, pero aún hay reductos de los cuales todavía se tardarán un poco en ser despojados, las cantinas siguen de pie gracias a sus nuevas generaciones impulsadas por sus abuelos y padres, dueños del negocio familiar, quizás ya una cuarta o quinta generación desaparecerá ese gran legado por la contaminada y fracturada modernidad post pensamientos del momento sin visión. “Por eso me gusta venir a la cantina”, me dijo alguna vez un amigo. “Allá en la casa mi vieja me regaña por ensuciar el baño. Y aquí puedo hacer hasta figuritas en el hielo”. La cantina es fraternidad, no hay tiempo, no hay prisa, no hay reclamos. “Estamos chupando tranquilos”, es la frase del momento, es una realidad fulminante, el tiempo de la charla, de la historia, el regodeo, el recuerdo. “Sólo los imbéciles se emborrachan”, resumía el filósofo del siglo I AC, y la cantina es la comprobación de ello. La sintonía cantinera es la emancipación de los horarios de oficina, de las presiones familiares, de las eternas cuadraturas. Hay tiempo para beber, para soñar, para amar, para escribir. El ahora Bar Botanero es una réplica contextual de una Cantina, el ir a “la botana”, es sinónimo de vivir la magia entre amigos en la cantina, degustar la comida del día o lo que ofrece la carta. La primer cantina en México relata la historia que fue en 1805, desde éste inicio encontró su popularidad; son lugares para ricos y pobres, con la misma personalidad sin distinciones, es el lugar más democrático. – Me dejaste abrazado de un poste, Esperándote y nunca llegaste, Me dijiste que ahí te esperará, Bien recuerdo que me lo juraste, Ya muy noche, me fui de la esquina, Y a tomar me metí a una cantina… Me senté y le pedí al cantinero, Una copa y después la botella, Junto a mí, se arrimó un compañero, Que muy triste me dijo su pena, Él también se quedó en una esquina, A la cita tampoco fue ella…- nos canta Don Lorenzo de Monteclaro con ese himno cantinero desde Tijuana hasta Cancún, de extremo a extremo en todo México. Las cantinas no son lugares de borrachos ni un sitio donde proliferan los vicios, es un espacio de interrelación humana donde se combina el beber con lo íntimo del vivir, sin olvidar que la medida la marca el hombre. La palabra «cantina” que se deriva de “cella”, es un término que se utilizó desde el siglo XIX con el significado actualmente impuesto. Su origen se remonta a las “tabernas”, “tendejones” y “vinaterías” que tuvieron su apogeo durante la Colonia (1521 – 1821). Encuéntrame en Facebook como David Álvarez Productor.