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Reforma en el bachillerato, un paso hacia la modernización educativa
Primera parte
Bárbara Tuchman, historiadora y premio Pulitzer, escribió que el poder de mando impide a menudo pensar y que la responsabilidad del poder muchas veces se desvanece conforme aumenta su ejercicio.
Dice que en el proceso de gobernar es una obligación mantenerse bien informado, prestar atención a la información, mantener la mente y el juicio abiertos y resistirse al insidioso encanto de la estupidez.
La medida en que la enfermedad puede afectar a los procesos de gobierno y a la toma de decisiones de los dirigentes, engendra locura en el sentido de estupidez, obstinación o irreflexión. Los gobernantes deben ser unas personas con salud mental, física y emocional.
El “síndrome de hybris” no es ninguna enfermedad, así se le conoce a la perversa persistencia en una política que se puede demostrar es inviable o contraproducente. Pero es en el fondo una enfermedad visible si se trata de dolencias físicas o secreta si se trata de dolencias mentales.
David Owen en una obra que lleva el mismo título de este artículo, estudia las enfermedades de ciertos jefes de Estado y su efecto en la toma de decisiones del gobierno que dirigen.
Así habla de trastornos concretos de personalidad y megalomanía a los delirios de grandeza.
Abraham Lincoln sufría de depresión; Theodore Roosvelt y Lyndon Johnson tenían trastorno bipolar igual que Winston Churchill.
El “síndrome de hybris” que caracteriza a ciertos gobernantes o jefes de Estado, se identifica de la siguiente manera:
1) Una inclinación narcisista a ver el mundo.
2) Una predisposición a realizar acciones que tengan probabilidad de situarlos a una luz favorable, es decir, de dar una buena imagen de ellos.
3) Una preocupación desproporcionada por la imagen y presentación.
4) Una forma mesiánica de hablar de lo que están haciendo y una tendencia a la exaltación.
5) Una identificación de sí mismos con el Estado hasta el punto de considerar idénticos los intereses y perspectivas de ambos.
6) Una tendencia a hablar de sí mismos en tercera persona o utilizando el mayéstico “nosotros”.
7) Una excesiva confianza en su propio juicio y un desprecio del consejo y crítica ajenos.
8) Exagerada creencia –rayando en un sentimiento de omnipotencia– en lo que pudieran conseguir personalmente.
9) La creencia de ser responsables no ante el tribunal terrenal sino ante la Historia.
10) Conducta de inquietud, irreflexión e impulsividad.
11) Pérdida de contacto con la realidad.
12) Tendencia a permitir a que “visión amplia” es especial su convicción de la rectitud moral de una línea de actuación, haga innecesario considerar otros aspectos de ésta, tales como su viabilidad, su costo y la posibilidad de obtener resultados no deseados; una obstinada negatura a cambiar de rumbo.
En estos rasgos tenemos una aproximación presidencial. Las circunstancias en las que se ostenta el cargo influyen claramente en la probabilidad de que el líder sucumba a ese síndrome.
El síndrome de hybris no puede considerarse per se un síndrome de personalidad, sino como algo que se manifiesta en cualquier líder cuando está en el poder y sin el freno de la humildad, el poder lo embriaga y sin controles democráticos la sociedad no puede protegerse de las consecuencias de las enfermedades padecidas por Jefes de Estado y de Gobierno y su toma de decisiones.
(continuará)