Diferencias entre un estúpido y un idiota
Escuchan, indiferentes, las ideas destructivas de su jefe y hacen mutis para no perder puntos ante él.
Ebrard y Claudia Sheinbaum, por citar los casos más notables -por su preparación y capacidad-, prefieren que se hunda el país antes de contradecir a López Obrador.
Desde ahora están administrando sus posibilidades en la sucesión presidencial.
Mal momento para cuidar la figura, porque hay zozobra en la economía, el Estado de derecho, la salud y la seguridad, debido a la desinformada terquedad presidencial.
Los que tienen conocimientos, y sentido común, miran hacia otro lado. Salvo Monreal.
Marcelo Ebrard, el todoterreno del presidente, no alerta sobre el daño que hace la exhibición de empatía del jefe del Ejecutivo y Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas con los grandes grupos de narcotraficantes, que también asaltan, extorsionan, torturan y matan.
Ebrard sabe -hizo un extraordinario trabajo en el Distrito Federal-, cómo se combate a la delincuencia: rodearse de un equipo profesional, dotarlo de recursos, y transmitir a la ciudadanía que está con ella y no con los malhechores.
De apagafuegos entró Ebrad en la crisis de salud y hace lo que debió hacerse hace meses. Traen aviones cargados con respiradores artificiales, mascarillas y material para personal médico… cuando ya tenemos más del doble de muertos que en China.
Ebrard puede evitar, y no lo hace, que siga haciendo daño el médico ambicioso y engreído que pusieron como jefe del combate a la pandemia, por cuyos mortales desaciertos ya lo habrían corrido hasta de un consultorio del Doctor Simi.
Si es necesario defender al criminal Nicolás Maduro, lo hace. O llamar «amigo, que se conoce en la adversidad» a un racista y antimexicano como Donald Trump, también lo hace.
Él observa la silla con el águila, y no el diluvio que cae sobre México.
Lo de Sheinbaum es un desperdicio.
Cercana ideológicamente al presidente, pero a diferencia de AMLO es una mujer de ciencia, acepta la crítica y no le tiene miedo al mundo. Sin embargo calla ante las malas decisiones del fallido combate al coronavirus, y asume compartirlas.
Esas facturas que paga le sirven ante su jefe, pero se las cobrará el ciudadano.
Sabe del daño que causa López-Gatell a la ciudadanía y al gobierno. Tiene los argumentos para hacerle ver la realidad a AMLO y no se mueve. ¿Por qué? La sucesión.
El uso del cubrebocas, universalmente aceptado como instrumento eficaz para disminuir riesgos de contagios, es indispensable, y Sheinbaum debió encarar a la autoridad médica del país que por meses sostuvo lo contrario.
Ni una palabra ha dicho para deslindarse de la agresión verbal del presidente hacia los científicos, sus pares, que se refleja en recortes presupuestales cuando más se debe invertir en investigación.
Su pésima comunicación social no trasmitió a la población lo grave de la enfermedad, la importancia de quedarse en casa, y hoy la Ciudad de México es el peor foco de contagios de la república.
Ella reacciona y decide en función de las ideas del presidente, y no de las suyas. ¿Por qué? Cuida sus posibilidades de la candidatura de Morena.
(De plano nos brincamos al otro integrante del gabinete que es preparado y podría ser muy poderoso ante su jefe, pero no lo es porque se trata de un «cachirul», Arturo Herrera, sin el carácter de su antecesor y de quienes han ocupado la secretaría de Hacienda. En su momento será desechado, si es que AMLO se acuerda que sigue ahí).
Espectáculo aparte es Mario Delgado, coordinador de los diputados morenistas, una persona con estudios superiores (ITAM) que ha defendido todos los proyectos anticonstitucionales del presidente.
Promueve y presiona para sacar adelante leyes que tienen el sello de las tiranías.
Trabaja para ser llamado al gabinete al término de su triste tarea en el Congreso, y de ahí jugar la baza para la candidatura presidencial. ¿Por qué no? Estómago tiene.
Defendió en la tribuna del Senado la reforma educativa del gobierno anterior, y después en la otra tribuna, la de la Cámara de Diputados, llamó a derogarla «sin dejar una sola coma».
Todos ellos podrían moderar a López Obrador, centrarlo para ayudar a cambiar sus malas decisiones. No lo hacen. Primero está su futuro individual.
El cuarto es Monreal. Ha jugado rudo y pasado bazofias, como la señora Piedra en la CNDH. Sin embargo es el único que marca diferencia en el rebaño de la 4T.
Con buenos contrapesos, Kuri del PAN y Osorio del PRI, más PRD y MC unidos, el Senado no es un lugar de avasallamiento.
Monreal rechazó la iniciativa del presidente para cambiar a su gusto la orientación del presupuesto. «No pasará», les dijo.
A la plana mayor del gobierno federal que fue al Senado con un paquete de reformas constitucionales violatorios de las garantías individuales, de la libertad de expresión, y un nuevo Código Penal, Monreal les dijo llévenselo, ni lo presenten, es una monstruosidad.
Monreal invitó a los dirigentes del CCE a reunirse con la Junta de Coordinación Política (Jucopo) y plantear las propuestas que AMLO rechazó de un plumazo. Ahí van caminando algunas.
Tuvo la única iniciativa progresista que ha salido de Morena: revisar abusos en comisiones bancarias. La mandó en bruto, pero luego hubo diálogo y acuerdos.
Nada de lo anterior se lo van a perdonar.
Pero desde la banqueta se ve a alguien que no se cuida el traje de cardenal y a veces tiene el valor de decir no, en voz alta, a los propósitos más dañinos del gobierno.