
Los niños que fuimos
Con una serie de argumentos que se caen de caducos, el presidente de la república insiste en proteger a México de la tecnología que podría traer ventajas a su futuro. El tratado que ya está vigente con los países de Norteamérica y que él avaló en un momento dado implica un comportamiento diferente al que el señorito virreinal del palacio imperial está obligando a presentar a nuestro país. Ya hay cosas que no se pueden ocultar, el hedor de corrupción, incluyendo las ventajas con fines de lucro que tienen sus allegados como Bartlett, Napoleón o su nuera Caroline, se puede ver a kilómetros, solo falta que termine el sexenio y haya cambio de estafeta para que todo salga a la luz. También es obvia la asociación directa sin precedentes y que afecta terriblemente la soberanía nacional de ciertos países que lo único que pueden aportar es su insufrible ideología de izquierda extrema. Nuestros socios comerciales están molestos, y el payaso se pone a cantar canciones de Chico Che, creyendo que si nos hace reír se nos olvidará que estamos jugando el futuro de la nación. Eso no es un presidente, es un charlatán sin sustento que engatusa a los poco ilustrados y que pretende con su insana fé, una estrategia muy populista, que pase lo que pase sus creyentes sigan señalando como culpables a todos menos a él.
Este monero aduce que en algún momento el adalid de la oposición que estamos todos esperando, por fin se levante y señale el terrible huracán de calamidades que este señor está invocando con cada una de sus equivocadas, mal intencionadas y provocadoras decisiones. Pero no. La oposición sigue huérfana y el sigue apoyado por los mismos ignorantes voluntarios de hace seis años.