
Los niños que fuimos
Todos hablan en estos días aciagos, en los que nuestra humanidad ha sido puesta a prueba, y que lleva el ominoso signo de un número que será sencillo de recordar, el 20-20. Lo que hemos vivido en este año, al hacer recuento, nos asombra en gran medida, y será recordado como algunos otros años que solo necesitan ser mencionados por su cifra; 1968, 1945, 1910, etc.
Éste en particular, ha sido un año que ha traído grandes lecciones, principalmente porque se nos ha revelado la cara de una pesadilla anunciada, de lo que hemos vivido se ha hablado por años en muchos foros, en muchas obras y en tremendas profecías. Pero también, este evento nos ha enseñado que aún somos el milagro del universo, el resultado de eones, de fenómenos y fenómenos ocurridos en las probetas y matraces del cosmos. Somos una de las maravillas que existen en el mundo, una maravilla consciente de sí misma y capaz de reaccionar y comprender en una ínfima parte las demás maravillas que existen a nuestro alrededor. Pero también sufrimos y observamos asombrados las catástrofes y desastres de este mundo cambiante.
Hemos sobrevivido a un reto más. Con grandes pérdidas, pero de frente y con la ansiedad y el valor para seguir adelante. El número que le hemos asignado a este momento de nuestras vidas está a punto de cambiar, el reto aún no se termina. Y no solo estoy hablando de la emergencia sanitaria. Tenemos como ya lo he dicho antes varias crisis como capas encimadas sobre nosotros formando una crisis enorme, compuesta por ejemplo de una problemática política difícil de etiquetar, una serie de enigmáticos y complicados conflictos económicos; una cambiante estructura social resultado de la necesaria ecualización de géneros, sectores y minorías; por supuesto la comentada contingencia sanitaria y un crecimiento apabullante del monstruo de la inseguridad, la violencia rampante y el crimen imparable creciendo como un tumor por encima de normas morales, reglas civiles y las leyes jurídicas.
Pero nada ha aparecido en este mundo y momento por generación espontánea. Las líneas que conducen a esta súper crisis se rastrean en décadas y tal vez siglos. Son consecuencias encadenadas una detrás de otra hasta este vértice cronológico que nos ha tocado vivir. Y el tema de la seguridad pública no es la excepción. Tan solo debemos voltear a los hechos históricos para comprender con tristeza el porqué de esta crisis. Empezando por el nacimiento y caída de las grandes organizaciones criminales que se han convertido en pequeños imperios subyacentes a la piel de nuestra patria, y ligados a naciones lejanas y vecinas. El crecimiento demográfico sin una estructura o guía de valores en conjunto, sin líderes que con sus ejemplares existencias inviten a seguir sus pasos, Las viejas estructuras jurídicas insostenibles completamente enmohecidas y corroídas dentro de un sistema que las ha mermado poco a poco por décadas y las leyes que le daban cuerpo siendo mutadas a capricho de los poderes temporales y no basándose en necesidades reales. La reverencia y admiración constante a ídolos nefastos que cantan loas a los criminales grandes por su poder y alabanzas a los pequeños anti héroes emanados de las marginales capas de nuestra sociedad, aquellos que viven en los extremos del placer y el peligro y cuyas muertes o detenciones penitenciarias parecen premios gloriosos en los corridos y fábulas de nuestro colectivo popular.
Ya sea porque San Luis no era una plaza importante, o porque como se rumora había un pacto de tierra neutral o tierra de nadie en este estado, no habíamos sufrido en décadas pasadas la inseguridad como ahora. El San Luis tranquilo y ajeno a las grandes batallas y cruentas refriegas que por décadas sufrieron estados como Sinaloa, Tamaulipas o Guerrero, se ha terminado. Padecemos ahora lo mismo que en aquellos estados, una tierra sin ley, sin miedo a la autoridad y con un puño terrorífico cerrado sobre nuestras almas. La indolencia de nuestra sociedad, aquella que se espantaba al escuchar de un asesinato pasional de vez en cuando, hoy anodino recibe las noticias de ejecuciones diarias, atentados y enfrentamientos armados por aquí y por allá como si se tratara de algún evento normal, común y ajeno a nuestras vidas.
Este monero se vio obligado a participar en la vida pública de nuestro Estado dibujando y escribiendo sobre los acontecimientos que nos atañen y que preocupaba fuertemente mi alma de padre y ciudadano. Vi como crecía poco a poco el fuego a mi alrededor y como ha ido destruyendo en parte la piel de Cantera, las encaladas paredes de adobe de los municipios de la altiplanicie y el centro, los exuberantes naranjales y canales de los ríos y lagunas de la zona media, lo mismo que los coloridos parajes de las planicies y sierras de la Huasteca. Por ello me he decidido a hacerme denunciante y utilizar mi talento en ello.
Y de lo peor que acontece, preocupado he visto personajes de la peor reputación y calaña salir suntuosos de sus madrigueras oscuras para irse convirtiendo en señores poderosos disfrazados de Robin Hood o Chucho el Roto, cubriéndose de populismo a través de sendas inyecciones mediáticas que el dinero mal habido les ha podido comprar. Los señores del crimen quieren legitimar su existencia a través del poder público y democrático, secuestrado de las masas entrenadas para recibir migajas y otorgar votos. Hoy está en contienda villanos inmorales recubiertos de oropel y con aureolas de bronce sobre su cabeza. Me pregunto si la sociedad se da cuenta de la fiera salvaje que estamos invitando a entrar a nuestra casa.
En un año que se cuelga varias medallas de doloroso simbolismo, San Luis Potosí ha alcanzado cifras más que alarmantes en los anales del crimen y la inseguridad como no ha habido comparación. Este tema nos da a cada uno de los que sobrevivimos este año una muestra clara de que somos más de lo que pensábamos. Porque en verdad la violencia y el delito son tema terrible destacado dentro de lo mucho que nos azotó en este año, y solamente hablando de este flagelo sin sumar el otro, ya saben la pandemia, de la cual hablaremos la semana siguiente.
Todos sabemos que el cambio de año, la llegada del primer día de enero, no significa nada ni para el problema de la inseguridad, y mucho menos para el maligno virus que nos atormenta, sería infantil pensar que amaneceremos en el 2021 sin estas dos terribles plagas. Pero vale la pena pensar en que es un avance importante al que podemos aspirar a conquistar. Queridos amigos cuídense, procuren llegar a este nuevo año con esperanzas y renovado valor además del aprendizaje de estas terribles experiencias. Aprovechemos este golpe de segundero al final del 31 de diciembre para hacernos más fuertes y cimentar nuestra contraofensiva del año que viene, que esperemos sea propicio porque luchamos y afortunado porque vencimos. Nos leemos el año que entra. Felices fiestas.
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