Economía en sentido contrario: Banamex
“¿Qué tipo de paz buscamos? (…) No la paz de la tumba o la seguridad del esclavo. Me refiero a la paz genuina, la clase de paz que hace que la vida en la tierra valga la pena, la que permite a los hombres y a las naciones crecer, tener esperanza y construir una vida mejor para sus hijos, (…) paz para todos los hombres y mujeres, no solo la paz en nuestro tiempo, sino la paz para todos los tiempos.”
John F. Kennedy.
Konrad Lorenz, zoólogo y etólogo austriaco, nos invitó a imaginarnos que un investigador absolutamente imparcial en otro planeta, examina el comportamiento humano en la Tierra, con la ayuda de un telescopio lo suficientemente grande como para que él pudiera observar sucesos tales como migraciones de pueblos, guerras y grandes eventos históricos similares. Nunca tendría la impresión de que el comportamiento humano fuera dictado por la inteligencia, y, menos aún, por la moral responsable. Este observador pensaría que la naturaleza humana racional e irracional hace que dos naciones compitan, aunque ninguna necesidad económica las obliga a hacerlo; induce a dos partidos políticos o religiones con programas de salvación increíblemente similares a luchar entre ellas con amargura, e impulsa a un Alejandro o un Napoleón a sacrificar millones de vidas en su intento de unir al mundo bajo su cetro. Konrad pensaba que se nos ha enseñado a considerar con respeto a algunas de las personas que han cometido estos y otros absurdos similares, incluso como «grandes» hombres, y todos estamos tan acostumbrados a estos fenómenos, que la mayoría de nosotros no nos damos cuenta de cuán abruptamente estúpido e indeseable es en realidad el comportamiento histórico de la humanidad en masa. Más o menos así pensaba Konrad Lorenz, quizá muchos coincidamos con él.
Esta reflexión surge porque desde 1981 la ONU estableció el 21 de septiembre, de cada año, como el día internacional de la paz, llamando a ceses de las guerras y toda forma de violencia en ese día.
Quizá, valdría la pena pensar en la conveniencia de una paz práctica y alcanzable, basada no en una revolución repentina de la naturaleza humana, sino en una evolución gradual de las instituciones humanas, en una serie de acciones concretas y acuerdos efectivos que beneficien a todos los interesados. No existe una clave única y simple para esta paz, ninguna fórmula grandiosa o mágica que pueda ser adoptada por uno, dos o más poderes en conflicto. La paz genuina debe ser el producto de muchas naciones, la suma de muchos actos. Debe ser dinámica, no estática, cambiante para enfrentar el desafío de cada nueva generación. Porque la paz es un proceso, una forma de resolver problemas.
Con esa paz, todavía habrá disputas e intereses en conflicto, como los hay dentro de las familias y las naciones. La paz mundial, como la paz comunitaria, no requiere que cada hombre ame a su prójimo, solo requiere que vivan juntos en tolerancia mutua, sometiendo sus disputas a una solución justa y pacífica. Y la historia nos enseña que las enemistades entre naciones, como entre individuos, no duran para siempre.
Como bien decía Kennedy, “Al final, nuestro vínculo común más básico es que todos habitamos este pequeño planeta. Todos respiramos el mismo aire. Todos valoramos el futuro de nuestros hijos. Y todos somos mortales”.