Jugando con México
Lo que algunos mexicanos pasan por alto al criticar la manera de gobernar del presidente Andrés Manuel López Obrador es que el resultado de la elección del 1 de julio es una victoria que corresponde a un conjunto de esfuerzos colectivos y no sólo a la tenacidad del tabasqueño. Dicho lo anterior, los ciudadanos que entregamos nuestra confianza al hoy presidente de México estamos ante la última oportunidad de darle equilibrio al país.
Me explico. Que López Obrador sea presidente es el resultado incuestionable de un ánimo ciudadano que se hartó en definitiva de la forma de gobernar de sus representantes. Aquello fue un punto clave en la elección, pero también lo fue el perenne aliento progresista que ya se veía venir en el país. El mismo aliento progresista impulsado décadas atrás por activistas que al fin pudieron ver condensado su esfuerzo el día que llegó al poder el candidato de las izquierdas. Ese día -al menos solamente ese día- todos estuvimos de acuerdo en que el cambio era una realidad.
Avanzar hacia un mejor país de la mano de la 4T fue un proceso que pocos vaticinaron; sus alcances y golpes costarían poco o mucho en algún punto del recorrido.
Que López Obrador sea presidente es el resultado del esfuerzo y apoyo en activo de cada uno de las partes que necesitaba ser redimida. La reivindicación de un discurso cuyo motor se centró en la desigualdad de los mexicanos no responde únicamente a la pobreza económica, sino a la intelectual, la cultural, y la humana.
Andrés Manuel ha demostrado tener olfato político. Su capacidad para abrir frentes como forma de reconstrucción es innegable. Sin embargo, ningún cambio importante pasa sin ser desapercibido. Las limpiezas suelen doler.
En fin. Lo que algunos mexicanos pasan por alto es que eligieron a un presidente poco ortodoxo porque la ortodoxia ha fracasado en México. Aquellos mexicanos que hoy desean el mal del país tan sólo para ver caer a López Obrador se equivocan al ignorar que la caída del presidente significaría la caída de todos, o al menos de una importante mayoría de mexicanos a quienes ha costado mucho hacer valer sus derechos.
Después de Andrés Manuel, ha dicho el escritor Jorge Zepeda Patterson, lo que a México le espera es un régimen de ultra derecha. Hay señales claras que apuntan hacia ese destino (Trump, Bolsonaro). Y entonces los derechos humanos serán verdaderamente suprimidos. No asomará por el país siquiera una noble intención ciudadana por legalizar el aborto (siendo que hoy impera este ánimo de progreso en una importante cantidad de mexicanas y mexicanos). No habrá libertad sexual, porque en el peor de los escenarios la comunidad LGBTTTIQ no podrá aspirar a mucho más de lo que ha conseguido hasta ahora (tras largos años de lucha, sangre y dolor). Y entonces sí, de suceder aquello, criticar al presidente será una misión suicida, porque la libertad de expresión -enemiga declarada del ultraconservadurismo- no cabe en este régimen que se aproxima.
Hay mucho que señalarle al actual presidente, no me queda duda. Hay que señalar sus desaciertos y respaldar la toma de decisiones del mandatario. México es un gran país por encima de nombres y personas. México es un gran país por la gente que lo ha hecho, lo sigue haciendo y lo habita. Andrés Manuel López Obrador, decididamente, quiere cambiar para bien al país. Lleva menos de seis meses en el cargo y ya ha volcado la maquinaria del gobierno en un proyecto que apuesta por todo o nada. Sus decisiones se traducen en dos hipótesis, la del éxito y la del fracaso. De ahí que a nosotros nos vaya bien o nos vaya mal. Los contrapesos, por lo demás, son necesarios. Pero nunca a costa de desequilibrar a un país. Estoy convencido que la crítica justa reconstruye, mientras que la que emana de una profunda ignorancia lacera. México está en la deadline de sus posibilidades, y lo cierto es que después de Andrés Manuel ya no nos quedará nada de que quejarnos.