Ironía
Durante meses –en los últimos 2 años–, aquí hemos insistido en la nula cultura democrática del político, candidato y luego presidente, López Obrador.
Dijimos, hasta el cansancio que –una vez en el poder presidencial–, Obrador seria un peligro para la democracia mexicana y que lo suyo era el culto al autoritarismo, la antidemocracia y la tentación dictatorial.
Y también durante meses fueron muchos los creyentes y fanáticos de Obrador que, indignados, rechazaron toda posibilidad de que ese “viejecito bondadoso y bonachón” –como muchos ven a AMLO–, fuera capaz de transformarse en un sátrapa como los dictadores que destruyeron países completos en el centro y el sur del continente.
Sin embargo, en sólo seis meses “el político pueblerino” que no era capaz de articular de manera correcta el castellano resultó no solo “un peligro para México” sino “el mayor peligro para México y los mexicanos”.
Y si los tercos lopistas lo dudan, están a la vista escalofriantes datos de desempleo, recesión económica, fracaso en seguridad y violencia, además de la caída en la inversión la confianza económica, por no hablar del cierre de empresas y el rechazo social a la democracia.
Sin embargo, el presidente Obrador parece empeñado en remachar en la conciencia colectiva sus afanes autoritarios, su desprecio por la ley y el rechazo a las reglas democráticas básicas y por la palabra empeñada.
Y es que el presidente miente todos los días y todos los días confirma que lo suyo no es la ley y menos la democracia, sino la pulsión dictatorial.
Por eso, cual “Virrey bananero” ordenó desalojar de Palacio Nacional a un centenar de burócratas para instalar su casa habitación en el antiguo Palacio Virreinal, como si viviera en el México de hace 500 años.
Pero no fue todo, Obrador también amenazó a todo aquel que se atreva a oponerse a sus delirios dictatoriales –como el aeropuerto de Santa Lucia que es combatido a través de la Suprema Corte–, con aplastarlo mediante todo el peso del Estado. Mensaje que fue entendido como el de un dictador.
Y en un lance por demás locuaz –y que raya en el trastorno mental–, Obrador le advirtió a la Judicatura y a los abogados organizados que no se detendrá en sus afanes dictatoriales y menos lo callarán –en sus ocurrencias plagadas de ilegalidad–, porque en México no hay más poder que el poder de un solo hombre; el poder del Virrey mexicano, llamado López Obrador.
Además, queda claro que López Obrador tiene la intención de perpetuarse y, cual dictador tropical, ordenó a sus cortesanos –al más lambiscón, llamado Pablo Gómez–, iniciar la destrucción del INE; institución que hizo todo para que AMLO llegara al poder y que hoy está en riesgo de desaparecer.
Pero acaso la más grosera muestra del talante dictatorial de Obrador se produjo el pasado domingo, en Durango, en donde curiosamente el partido Morena fue aplastado por el partido en el poder estatal; el PAN, encarnado en el gobernador Rosas Aispuro.
Resulta que el domingo último el presidente Obrador visitó Durango en donde organizó el consabido mitin electorero, en donde preparó un nutrido abucheo al mandatario Estatal.
Pero no fue todo. En una suerte de venganza contra Rosas Aispuro –Durango es gobernada por un mandatario apoyado por el PAN y el PRD y en las recientes elecciones barrió a Morena– , Obrador organizó una celada para doblar al gobierno estatal y quitarle recursos presupuestales ya etiquetados.
Con el apoyo de un piquete de paleros –que exigían cancelar la obra del Metrobús–, el presidente organizó una consulta a mano alzada, sin rigor y sólo con el ánimo de venganza, contra un gobernador que cometió el pecado de impedir la victoria electoral de Morena.
“¿Quieren o no quieren el Metrobús?”, preguntó Obrador a la multitud, sembrada de paleros. Decenas de ruidosos aplaudidores a sueldo respondieron con un sonoro“¡nooo…!, que de inmediato fue tomado por Obrador para advertir en tono dictatorial: “¡Se acabó… no habrá Metrobús!”.
Por grosero y grotesco, el espectáculo resultó vergonzoso e indigno para una democracia cuyas instituciones sirvieron para que llegara al poder el partido Morena, cuyo gobierno la destruye a toda prisa. Pero igual de penoso es el papel del gobernador de Durango, sin agallas para exigir respeto a la soberanía estatal, al Congreso que es el que aprueba el presupuesto y sin valor para defender a los habitantes de Durango.
Pero la mayor de las vergüenzas es que, a pesar de la contundencia de los signos de que AMLO prepara una dictadura, no aparecen ni la oposición del PRI, de PAN y menos de la dizque izquierda, responsable de construir al Frankenstein que llegó al poder en México.
Más allá de algunos jueces y ministros de la Suprema Corte, no existen los opositores al dictador López Obrador. Y esa es la mayor tragedia.
Al tiempo.