
Trump, ¡uy que miedo!
Hijo pródigo de Mexquitic, soldado de la Patria: José Cosme Damián Carmona Ortiz. Vio por primera vez la luz el 25 de septiembre de 1844.
A ese sencillo y humilde joven potosino, el destino le reservó un lugar en la historia patria, en una de las etapas más convulsas y difíciles de nuestro país: la intervención francesa y la instauración del Segundo Imperio Mexicano, que de manera efímera encabezó el Emperador Maximiliano de Habsburgo.
Este joven soldado potosino –tenía entonces 22 años- dio muestra de entereza, disciplina y valor en combate durante la batalla del Cerro del Cimatario, última gran acción militar del sitio de Querétaro, durante los días 26 y 27 de abril de 1867, como parte de la lucha entre fuerzas republicanas e imperialistas.
El día 26 de abril de 1867 el general conservador Miguel Miramón, a pesar de tener un número inferior de soldados, con gran arrojo y temeridad, logró romper las líneas de los sitiadores republicanos apostados en el Cerro del Cimatario, causando grandes bajas al ejército republicano de occidente y abriendo una brecha que rompió el estrecho cerco a la Ciudad de Querétaro, por el cual pudieron haber evacuado sus tropas y al propio Emperador.
Extrañamente, los conservadores no aprovecharon la oportunidad de haber expulsado a los republicanos. Solo se conformaron con hacer prisioneros y capturar pertrechos de guerra y víveres. Esta situación de vacilación de los imperialistas, es aprovechada por los republicanos que se refuerzan con una división al mando del General Ramón Corona, realizándose un encarnizado contraataque en el que ambos bandos tienen significativas pérdidas. Así termina la jornada del 26 de abril. Al caer la noche, la oscuridad impone una forzosa tregua entre ambos ejércitos.
Al despuntar el alba del día siguiente, 27 de abril, se desarrolla el combate decisivo. Los fieros y valientes soldados imperialistas vuelven a la carga con la intención de volver a barrer las posiciones republicanas y romper definitivamente el sitio en torno a la Ciudad de Querétaro, pero en esta ocasión se encuentran preparadas las tropas republicanas -entre las cuales se encuentra el Quinto Regimiento de Infantería de San Luis- al que pertenece el joven soldado raso Damián Carmona.
Es aquí, en pleno combate, cuando el fragor de la artillería y las duras descargas de fusilería siembran muerte y destrucción en ambos bandos. Reinando el caos, los hombres del Quinto batallón de San Luis reciben, de su comandante, la orden de no abandonar sus posiciones -por ningún motivo- y resistir hasta la muerte el embate del enemigo, pues el destino del sitio dependía de este combate.
Es así que el joven Damián Carmona asimila la terrible orden y, con aparente serenidad, se presta a cumplir con su deber y honrar su palabra de militar que había empeñado al juramentarse como soldado de la República. Estando en su puesto de combate, durante el asalto de las aguerridas tropas imperiales, una granada de artillería explota en su trinchera; la terrible onda de expansión y su lluvia de metralla lo lanzaron fuera de su trinchera, dejándolo herido, sangrante y aturdido, su fusil de cargo despedazado. Ante tal situación en cualquier batalla de cualquier época, un hecho semejante hubiese dejado fuera de combate al más valiente de los soldados, sin embargo, con una frialdad espartana Damián Carmona lanza un grito, pero no es para pedir ayuda o asistencia médica por que se encuentra herido, sino que pide un fusil para seguir luchando y seguir defendiendo su trinchera, y es así que este bravo guerrero potosino grita nuevamente: “!!!Cabo de guardia: un fusil, estoy desarmado!!!”, importándole poco su condición de estar herido, pues solamente le importa cumplir con su deber y con su honor como soldado, sufriendo silenciosamente sus dolores, pero manteniéndose firme en su puesto de combate hasta el final de la batalla.
Por acciones como esta, libradas en esa memorable jornada, las fuerzas republicanas hacen retroceder a los imperialistas a la Ciudad de Querétaro y restablecen el cerco respecto a la misma, la cual, cae por fin el 15 de mayo de 1867, cuando las tropas imperiales -junto con el Emperador- se rinden ante las fuerzas republicanas que comanda el General Mariano Escobedo. Con ello se cerraba uno de los episodios más difíciles de nuestra historia patria al tiempo que se consolidaba el sistema republicano vigente hasta nuestros días.