
Los niños que fuimos
Luego que se diera aparente acercamiento, allá por las fechas de la reciente pasada FIL de Guadalajara, entre el CONACYT y la Universidad de Guadalajara, UdeG, precisamente en la perla tapatía, se abrió la esperanza de que el distanciamiento entre la comunidad científica y el CONACYT. Yo mismo llegué a creer que los discursos sería el inicio de la tranquilidad (https://sanluispotosi.quadratin.com.mx/opinion/la-pipa-de-la-paz-para-cti-en-occidente/).
No obstante, la narrativa pública reciente muestra que los vientos impulsan de nuevo a la confrontación, distanciamiento y disputa entre los actores nacionales de la Ciencia, Tecnología e Innovación, CTI.
Los reclamos recientes de investigadores adscritos al programa conocido como Cátedras CONACYT, quienes tienen un contrato sujeto a desempeño de productividad científica y que se comisionan a diferentes instituciones públicas, son claros. Se puede leer los siguiente en las notas y reseñas publicadas que dan cuenta del asunto “queremos que nos evalúen antes de corrernos”.
Tomemos en cuenta que los siguientes elementos:
1. Hay consenso nacional en que el número de científicos y científicas por 100mil habitantes es muy bajo en México. Apenas alrededor de 30 mil miembros con la certificación del Sistema Nacional de Investigadores en más de 120 millones de mexicanos.
2. Es objeto del CONACYT, como órgano descentralizado del Gobierno Federal, promover y fomentar el desarrollo en CTI para beneficio de México. Es una forma muy recortada de citar a la Ley de Ciencia vigente, LCyT. Su reforma, que parece sucederá durante 2020 y es crucial para la forma futura de definir, operar y financiar los programas en CTI de México. Y,
3. El financiamiento de la CTI debe ser tanto público como privado. Sin el financiamiento público no habrá línea base de desarrollo, sin el privado no se generará utilidad por tecnología e innovación en mercados. Para fines prácticos podemos aseverar que el primero ha sido históricamente escaso, por decir lo menos, el segundo prácticamente nulo.
Una fuente del conflicto es política, no es de CTI ni de programas. No corresponde a os tres puntos anteriores, pero los afecta gravemente. Es decir, hay consenso que el conocimiento ayudará a disminuir la brecha en nuestro país y propicia progreso y bienestar, como un elemento relevante, pero la voluntad política ha sido mermada por extrapolación a diferencias desde la UNAM, del origen de quienes ahora son actores tanto en CONACYT como en órganos colegiados; tal es el caso del FCCyT.
Otra es financiamiento. El muy escaso recurso público y el nulo privado son cardo seco para el fuego de la disputa política. Es clave la sensibilización de la SHCP, la presidencia de la república y el reconocimiento que la CTI es, en alguna buena medida, un programa social para el bienestar.
Temas en sectores como Salud, con la gran variedad y diversidad de problemas científicas. Energía, también diversos y amplios. Agua, su uso, tratamiento regulación urbana y agraria. Telecomunicaciones, con oportunidades en la 5G, IoT, Industria 4.0. Tejido social, análisis, composición y retos varios. La lista es grande y extensa.
La existencia de conflicto y disputas entorpece el concurso de la CTI en el desarrollo de nuestro país.
Entretanto el escalamiento del conflicto se visualiza de solución compleja. Ya el programa de cátedras CONACYT, tanto como las y los jóvenes científicos adscritos a éste, está padeciendo las disputas entre grupos antagónicos desde sus orígenes en la UNAM. La Academia Mexicana de Ciencias, tampoco está ayudando; a pesar que el presidente saliente se le asocia con la titular de la Secretaría de Educación de la Ciudad de México, quienes es cercana a la jefa de gobierno de la CDMX, gobernadora consentida en palacio nacional.