Ironía
Apenas este martes el Senado atestiguó la álgida ceremonia con protesta y protestas del cargo de Rosario Piedra Ibarra como la primera Presidenta de la CNDH no surgida exclusivamente de élites académicas de la UNAM, sino de largas luchas ciudadanas contra la impunidad y el rescate de derechos.
Más allá del hecho histórico que esto representa, el ambiente de coyuntura previo se sobrecalentó tras las acusaciones de la oposición senatorial a la mayoría morenista sobre un presunto retuerzo de voluntades y formas plenarias con el fin de conseguir los 2/3 de votos que exige la Constitución para dicho nombramiento.
A pesar de la intoxicación y confrontación de opiniones, considero que es hora ya de dejar de lado las estridencias irreflexivas -evidentes en ambos lados pero más desde las minorías- para esclarecer bien hacia el interior y exterior del Senado lo siguiente:
1.- Es indudable que la votación plenaria por cédulas del pasado día 7 de noviembre había arrojado estos datos probados: 76 votos por R. Piedra, 24 por A. Peimbert, 8 por J. Orozco y 6 por la abstención. Además, hubo coincidencia en que otros 2 senadores desfilaron frente a la urna, pero subsistieron siempre dudas del uso de sus cédulas (se habló del rescate de un sobre y un folio en blanco). Al final todo sumó 116 legisladores participantes en el procedimiento.
2.- Sin embargo, en ese interregno cameral se dio un estéril y equívoco intento por definir de forma unilateral el número de legisladores necesarios para fijar el umbral constitucional de 2/3 partes. Así, el primer bando (mayoría morenista) y el segundo (opositores a R. Piedra) defendieron sin tregua un quórum respectivo de 114 o 116 legisladores participantes; y a todos parecía sobrarles argumentos interesados o irresponsables.
3.- En mi parecer lo sorprendente fue que, con apego en reglas y principios parlamentarios, ni uno ni otro bando ha tenido la razón integral, ya que el único quórum para dar legitimidad al nombramiento de R. Piedra era el de 108 participantes.
En tal sumatoria incluyo solamente a los legisladores que habían expresado su opción de voto por cualquiera de los candidatos de la terna (Piedra, Peimbert y Orozco), en tanto perdieron consideración al caso los votantes en abstención o en blanco[1]. Esto lo afirmo con base en la impecable lógica parlamentaria con respecto a que las indefiniciones o imposturas de unos no pueden clausurar el principio decisorio democrático de otros, tal y como lo reconoce la legislación senatorial. Ejemplarmente, los arts. 63 y 102, apartado B, sexto párrafo constitucional y art. 10 de Ley de la CNDH, disposiciones que además deben interpretarse en armonía con los artículos 93.3. y 94.4 del Reglamento del Senado vigente.
En ese orden, resultó insustancial cuestionar la elección senatorial de Rosario Piedra en tanto que obtuvo 76 de 108 votos en disputa, lo que en otras palabras significaba que rebasó por cuatro el número mínimo exigido para obtener 2/3 de votos (o sea, un quórum decisorio legítimo de 72 legisladores). En consecuencia, muchos despistados le han quedado a deber disculpas públicas.
Otra cuestión es que ciertos partidos o voces hayan mantenido hasta el final sus ataques a una decisión senatorial ya culminada sin objeciones reales. Lo paradójico de esto es que se terminó revictimizando políticamente a la nueva ombudsperson, quien nunca quedará afectada en su legitimidad originaria electiva.
Una sugerencia respetuosa es que, si han aprendido ya de ciertas lecciones, las mayorías camerales deberían jugar sin complejos y con mucho más transparencia su papel decisorio de ahora en adelante, mientras que las minorías están llamadas a enfriar sus añoranzas por influir en toda composición de las instituciones. Poniendo sus pies en el piso de la desventaja aritmética.
Así recuperarían algo de lo perdido en infructuosas peleas por el quórum, sentándose a trabajar ya con la titular de un órgano autónomo al que unos y otros le adeudan un diagnóstico parlamentario crítico sobre el estado calamitoso en que se recibirá la CNDH.
De paso, reconocer con humildad errores y dejar posturas confrontadas les desintoxicará la convivencia entre compañeros de escaño (sean de mayoría o minoría). En simultáneo de guardar respeto por quiénes con sus votos diferenciados (y la honrada tarea reciente de las y los secretarios escrutadores) decidieron con libertad la suerte de la terna.
Si lo piensan, es urgente clausurar bien el escenario de discordia que fue propulsado más por votos de la indecisión y la duda que por legítimos votantes.
*El constitucionalista autor de este texto es abogado por la UASLP y Doctor en Derecho por la Universidad de Salamanca y Profesor TC en la Universidad Iberoamericana de la CDMX. Entre otros libros, tiene “La protección constitucional de las minorías parlamentarias”; “Derecho Parlamentario Orgánico”; y “Los principios parlamentarios”, todos de Editorial Porrúa.