Ironía
El problema de los refugiados en todo el mundo es el drama social de la crisis económica, del fracaso de los modelos de desarrollo y de lo que pudiera ser la maldición de Bruselas en Europa o la maldición del FMI en Iberoamérica. Las filas de personas saliendo de sus países en busca de bienestar mínimo porque en sus naciones no hay suficiente empleo, bienestar y cobertura social porque la prioridad es el déficit presupuestal y la estabilidad macroeconómica a costa de crecimientos económicos bajos.
El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador acaba de entregarle regalado al presidente salvadoreño –de uno de los dos países que alimentan las caravanas de migrantes rumbo a los EE. UU. cruzando por México– 30 millones de dólares de una meta de 100 millones para apoyar el desarrollo. Sólo que todos los países de Centroamérica arrastran el principal problema social y de desarrollo: la corrupción de sus gobernantes.
A lo mejor López Obrador tranquilizó su alma con ese dinero regalado, pero el problema de la migración seguirá latente porque la pobreza y la marginación es un asunto de limitación en el crecimiento y sobre todo de distribución social de la riqueza.
De los siete países del área cinco han tenido conflictos políticos-ideológicos-sociales en los últimos casi cincuenta años estallados en guerra de guerrillas: El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá. Y lo más grave de todo es que luego de mucha represión y lucha los grupos guerrilleros finalmente conquistaron el poder y cayeron en el gravísimo problema de la corrupción, poniendo el caso actual más deprimente para la izquierda guerrillera: Nicaragua.
La desigualdad social en la región centroamericana no es de riqueza producida, pues el PIB promedio anual ha oscilado entre 3%-4%, contra una media de 2% o menos. Lo que produce una población mayoritaria marginada es la concentración de la riqueza. En el pasado, la resistencia guerrillera, de definición ideológica comunista y con el apoyo simbólico de la Cuba de los hermanos Castro, actuaba como una caja de compensación: en lugar de salir de sus países en busca de otras latitudes, los pobres se quedaban a luchar en la guerrilla. Derrotada la guerrilla e institucionalizada en la legalidad y la corrupción, los marginados comenzaron a salir de sus países.
El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, es un frívolo empresario sin una propuesta de modelo de desarrollo ni políticas de distribución social de la riqueza. La sorpresa al anunciarle que México le regalaría 100 millones de dólares y que la primera entrega sería de 30 millones mostró a ese tipo de gobernantes sin sentido social, sin capacidad para la administración de un gobierno y sin ninguna propuesta para salir de la crisis.
La decisión mexicana de regalarle dinero a Centroamérica surgió de un adecuado análisis de la crisis económico-social en la región, pero de una solución más mediática que racional muy al estilo estadunidense de aportar ayudas económicas a países en crisis. Sin embargo, cuando menos en un lustro, los centroamericanas seguirán saliendo de sus países en busca de mejores destinos que, por cierto, nunca encontrarán.
La población centroamericana total es de 50 millones de personas, de las cuales aproximadamente en 70% vive en condiciones de pobreza. ¿Dónde podrán acomodarse 35 millones de personas marginados que pudieran emigrar de sus países? Los EE. UU. armaron un escándalo por la presión de 250 mil migrantes dispuestos a meterse en su territorio. Y la ingenuidad anti Trump ha llevado a importantes políticos estadunidenses a exigir una política migratoria de puertas abiertas para que entren en los EE. UU. toda persona que lo desee, creando expectativas falsas.
A finales de los ochenta el presidente Reagan creó una comisión encargada a Henry A. Kissinger para analizar Centroamérica y las conclusiones giraron en torno a dos criterios: la región estaba infectada del virus ideológico de la guerrilla cubana y las naciones del área eran “naciones no viables” porque carecían de horizonte de desarrollo, eran economías primarias y semifeudales y ninguna fuerza social estaba pugnando por modelos distributivos de desarrollo social. Hoy la situación se agrava porque los centroamericanos ya no creen en la guerrilla y sólo quieren adopción en otros países más desarrollados.
Las economías mundiales están atadas al modelo conocido en Europa como la maldición de Bruselas: desarrollos atados a la relación gasto-inflación, destruyendo las bases de los Estados de bienestar que llegaron a ser ejemplo para el mundo. El problema en sí no radica en el control deficitario de Bruselas, sino en la falta de reflexión económica para pensar en modelo de desarrollo con mayor posibilidad de crecimiento y mejores expectativas de bienestar.
En México López Obrador está experimentando un modelo que sin duda no dará resultados: mantener la disciplina gasto-inflación heredada del largo ciclo de economía neoliberal de mercado 1983-2018, pero con gasto social creciente producto de la reasignación que le quita a unos para darles a otros, manteniendo la tendencia de marginación y pobreza. La meta de PIB de su sexenio se fijó en un promedio anual de 4%, pero difícilmente logrará superar el 2.5% anual sexenal.
El ciclo populista iberoamericano 1930-1989 se basó con gasto público irracional; el periodo neoliberal del Consenso de Washington de diciembre de 1989 a la fecha ha bajado el promedio del PIB a 2%, con poblaciones entre uno y dos tercios en situación de marginación y pobreza y en condición de “sociedad no viable”.
Centroamérica podría ser el símbolo del fracaso del desarrollo: la migración por pobreza. Y contra ella, hasta ahora no hay solución viable.
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