Libros de ayer y hoy
El problema de la violencia contra las mujeres es el que ha puesto en jaque a las autoridades. No hay manera de que el presidente Andrés Manuel López Obrador, el gobernador Juan Manuel Carreras López o cualquier alcalde del país, puedan dar una respuesta contundente para erradicarla, porque es tan añeja como la humanidad misma.
Pese a ser tan antiguos, los cavernícolas siguen presentes. El concepto de feminicidio, que el fiscal general de la República, Alejandro Gertz Manero quiso desaparecer, es algo nuevo y tardará en sentar reales. Pero feminicidios siempre han existido.
La podredumbre que los motiva no solo viene de lejos, sino que está en el núcleo familiar, hay algo que el país en su conjunto no ha podido solucionar y es la violencia en casa, la cual incuba una mala actitud, una mala palabra, una agresión física y finalmente, un crimen. Es muy complejo de resolver.
Se requiere, precisamente, de una cruzada nacional que nadie ha querido emprender. En el presidente López Obrador está el poder de hacer esa convocatoria y civilizar a los actuales trogloditas, que además de todo son cobardes, porque con una mujer descargan sus frustraciones e incapacidad para hacer frente a su sentimiento inferioridad y no asumen que hay igualdad.
La solución, sin embargo, se ve lejos. El propio López Obrador prefiere hablar de su Frankenstein del avión, que de los feminicidios; pontifica al pedirle a las mujeres que no pintarrajeen las puertas de Palacio Nacional ni los monumentos, porque se puede protestar de forma «pacífica» y simplemente se ha visto más lento que una tortuga para actuar en esta situación que está en control de la sociedad con sus manifestaciones, marchas, declaraciones de indignación, ante el vacío de la autoridad.
No es con un decálogo como el tabasqueño debía responder, a final de cuentas esos puntos forman parte de una autodefensa inadmisible en un primer mandatario. Y por eso es que refleja en su actuar una fatal pérdida de tiempo en la toma de acciones, debido a que está enfrascado en una dinámica contaminada en las conferencias matutinas. En su afán de siempre decir «algo nuevo», López Obrador ha perdido reflejos, y en estos días necesita estar enfrascado en hacer frente a los feminicidios, no a minimizarlos. Por eso es fatal, porque mientras deja de hacer, los feminicidios ocurren uno tras otro.
No es el único político que está en las mismas, en general, las autoridades no terminan de aplicar una política que pueda hacer algo real contra la violencia. En el país no existe una propuesta de solución general para un asunto que atañe a todos los mexicanos.
Las instituciones existen, empezando por la Presidencia de la República, las secretarías de Gobernación, de Educación y de Cultura; el IMES, el Conavim, la Ceav y… también hay políticos. Nadie, sin embargo, atina a descubrir el hilo negro.
Pero también es cierto que la violencia o no la violencia depende de cada ser humano. Es muy fácil estallar, a todos nos ha pasado en algún momento, por eso el dominio de sí mismo requiere de mucho trabajo.
No es solo el neoliberalismo, es la falta de educación, el machismo, la pusilanimidad en cada hombre en su comportamiento con una mujer. Y es la falta de políticas públicas que ayuden a la población a forjar un mejor carácter.
Por eso es que hemos venido criticando a la 4T, porque no puede entenderse una transformación de este tamaño si al final del camino no hubo un cambio de mentalidad más positiva. Por eso es que la frase “abrazos, no balazos”, suena hueca, ya que no refleja una verdadera consecuencia pública.