Diferencias entre un estúpido y un idiota
Si alguna sucesión presidencial anterior presenta perfiles para lectura en tiempo real hoy, sin duda que la de 1994 –Carlos Salinas de Gortari, Luis Donaldo Colosio, Manuel Camacho Solís, Ernesto Zedillo y Joseph-Marie Córdoba Montoya– tendría una revisión marxista-hegeliana entre tragedia y farsa.
Existieron suficientes testimonios para asumir que había habido un pacto Salinas-Camacho para que el primero que llegara a la presidencia le cediera la sucesión al otro, pero en el camino Salinas sustituyó a Camacho con Córdoba Montoya, Colosio y Zedillo y el preferido fue Colosio hasta que pactó con Camacho para desplazar al Salinas del poder.
La historia se cuenta en el libro Yo Manuel. Memorias ¿apócrifas? de un comisionado, publicada por editorial Rayuela y con apuntes robados de la casa de Camacho. Aunque en su momento se quiso desvirtuar el contenido, al final sí se confirmaron los argumentos en esas notas que apuntaban ser un libro de Camacho.
Antes de anunciarse oficialmente la decisión, Camacho buscó al presidente Salinas para hacerle un análisis estratégico del escenario de la sucesión, pero con dos puntos concretos que de manera evidente mostraron al presidente saliente que Camacho lo quería jubilar del poder aún antes del destape del candidato.
La tesis central de Camacho era que la historia política del país de 1988 al 1993 “se explica por la coexistencia de dos líneas políticas al interior del régimen: una de exclusión y una de inclusión. La primera es José Córdoba, Chirinos, Gamboa y sus sustentos en el aparato y los intereses; la segunda es en la que yo (Manuel Camacho) he estado y en la que creo”. La argumentación era cierta; después del destape de Colosio, Salinas le dijo a Camacho que no podía ser candidato porque estaba enfrentado a todo el equipo del presidente. Salinas le había replicado que sólo existía una línea: la del presidente de la República, pero ya con Camacho buscando el relevo del salinismo.
En esa reunión previa a la nominación, Camacho dio otro paso audaz que hubiera sorprendido a cualquier político: le leyó a Salinas una lista de compromisos “de ser yo el candidato”, dejando entrever que Salinas sería borrado de la política apenas nominado Camacho y que en 1994 comenzaría otro ciclo político, cuando Salinas estaba comprometido en un proyecto de continuidad de equipo hasta el 2006.
Con serenidad, Camacho le cantó a Salinas sus compromisos: “Donaldo, lo que quiera; Zedillo, a la Fundación Siglo XXI (del PRI); Pepe (Córdoba), respetarlo y trabajo, no influencia; Emilio, respetarlo y sumarlo para que ayude; Patricio, apoyarlo en Veracruz; Otto (Granados), aprovecharlo plenamente en su cargo. No hay ánimo personal contra nadie, actuaría en contra solo si hubiera una acción de peligro contra el Estado”.
¿Y para Salinas? Camacho fue claro: “cierre menos difícil, una buena relación de un país en paz. Mantener tu prestigio nacional e internacional, retiro no, formas nuevas de aprovechar tu capital político en beneficio de México, admiración por tu talento y tu trabajo. No hago una apelación personal, ni amistosa, sino una evaluación política responsable. Si las cosas son derechas y es necesario que me sacrifique por los intereses del país, lo haría. Cuenta conmigo”.
La política, sin embargo, tuvo caminos inescrutables: una encuesta del politólogo Alfonso Zárate examinó once variables de relación de Salinas con los precandidatos y, tres días antes del destape de Colosio, Indicador Político las resumió el viernes anterior al domingo de la nominación: en función de las variables del estudio, “el candidato debe ser Camacho, pero será Colosio”.
La relación Ebrard-López Obrador reproduce la de Camacho-Salinas.