Diferencias entre un estúpido y un idiota
“¡Pero qué necesidad!”.
La airada exclamación estalló entre uno de los cercanos a la presidenta electa, Claudia Sheinbaum.
Y es que, a la velocidad del rayo, en redes sociales y plataformas digitales se difundía de manera creciente, hasta niveles de tendencia, la imagen de “el beso” de bienvenida del presidente, a la sucesora.
Era el primer encuentro, en Palacio, entre el mandatario saliente y la presidenta electa cuando, a manera de recibimiento, Obrador la plantó un sonoro beso a Claudia, en la mejilla izquierda, al tiempo que la sujetó por el cuello con el brazo derecho.
“¡Eso parece el Beso del Diablo…!”, susurró preocupado otro de los hombres de “La Señora Presidenta”.
En efecto, la tarde y noche del pasado 10 de junio del 2024, “el beso” presidencial a la heredera se convirtió en tendencia y motivó decenas de miles de comentarios, la mayoría negativos, por el evidente significado; sea de sumisión o de sometimiento.
Todavía el martes 11, “el beso” era tendencia, ya que apareció en no pocas primeras planas de la prensa nacional y local, en tanto los críticos del nonato gobierno creyeron confirmar una señal ominosa; la de el Maximato o la reelección de López Obrador.
Y es que la imagen de “el beso” estaba lejos de una expresión cariñosa o festiva y, por el contrario, más bien se vio como una señal de sometimiento: “eres mía”, “soy tu dueño”, “eres mi esclava”, “harás lo que yo digo”, escribieron usuarias y usuarios en redes, en repudio “al beso” de Palacio.
Lo cierto, sin embargo, es que de manera caprichosa la historia de el“Beso del Diablo” se repitió, en México, 44 años después de que se acuñó en el populismo de otros López; el de López Portillo.
Resulta que, a mediados de 1980, el mandatario federal en turno le ordenó al líder nacional del PRI, Gustavo Carbajal Moreno, iniciar las consultas en los distintos sectores del “partidazo” para procesar de manera ordenada la controvertida sucesión de López Portillo.
Muy pronto, sin embargo, Carbajal Moreno se percató de que no pocos priístas acudían a San Jerónimo –la casa del ex presidente Luis Echeverría–, para recibir consejo, apoyo, línea o instrucciones de cómo encarar la sucesión presidencial prevista para 1982.
Preocupado, Gustavo Carbajal le informó al presidente, López Portillo lo que estaba ocurriendo, quien de un manotazo en la mesa resolvió la injerencia sucesoria de su antecesor.
“¡Gustavito, entienda que quienes acuden a San Jerónimo, salen con “El Beso del Diablo!””, habría dicho el mítico “Jolopo”, en ese tono grandilocunte que le caracterizaba.
Horas después, frente a los reporteros, Carbajal Moreno soltó de manera pública la frase para tratar de contener los afanes reeleccionistas de Echeverría quien, por todos los medios, había intentado influir en la sucesión de 1982.
Todos entendieron el significado del mensaje de López Portillo;entendieron que aquellos que acudían a San Jerónimo en busca de apoyo, consejo o línea, en realidad eran tocados por “El Beso del Diablo”.
“¡Aquí mando yo!”, es la traducción coloquial del mensaje político de uno de los mayores populistas de la historia, también de apellido López.
Pero López Portillo no sacó de la nada el “Beso del Diablo”.
Años después, en una de sus extensas charlas con sus “amigos periodistas”, ya como ex presidente, López Portillo explicó el origen de la expresión que en aquel 1980 sacudió al PRI y que desencadenó la sucesión de Miguel de la Madrid.
Jolopo explicó, palabras más, palabras menos, que el origen de el “Beso del Diablo” era una herencia de la santería prehispánica y que se le conocía como el “beso infame”. Según esas prácticas, el Diablo seducía y sometía a las brujas mediante el beso “en la otra boca”.
Como sea, 44 años después de que López Portillo acuñó la mítica expresión alusiva a el “Beso del Diablo”, otro populista como López Obrador parece decidido a someter a su heredera mediante una expresión gráfica que no encuentra otra explicación que esa; “¡Aquí mando yo!”, parece haberle dicho el saliente presidente mexicano a “La Señora Presidenta”.
Y es que, como lo dijimos aquí ayer, el 2 de junio del 2024 no vivimos una elección limpia, equitativa, confiable y constitucional, sino una grosera reelección que nos llevará de vuelta a viejos populismos, como los de Echeverría y López Portillo.
Sí, viviremos tragedias económicas, políticas y sociales como las experimentadas en la llamada “docena trágica”, en los 12 años del populismo de Echeverría y Jolopo; dos sexenios de poder absoluto, sin división de poderes, sin contrapesos, de caos económico y, sobre todo, sin libertades.
¿Lo dudan?
Al tiempo.