Ironía
El ataque terrorista en El Paso ameritaba un severo llamado del presidente López Obrador a Donald Trump para que frene su discurso de odio contra los mexicanos, pues los fanáticos pasan de las palabras a los hechos.
Fue un atentado dirigido expresamente contra mexicanos por el sólo hecho de estar en suelo estadounidense.
Esa monstruosidad ocurre luego de un persistente ataque verbal del presidente de Estados Unidos contra los mexicanos en su país, que engendra violencia de racistas que convierten en acciones lo que Trump dice con palabras.
Ni una llamada de atención ha tenido López Obrador a Donald Trump desde que asumió la presidencia el 1 de diciembre, a pesar de que el magnate xenófobo nos insulta y culpa de los males de su país con pertinaz insistencia.
Ante el ataque ocurrido en Texas la noche del sábado, el presidente de México se ha dedicado a dar partes noticiosos: «Yo lo dije antes que nadie, van tres muertos», expresó ayer en la mañana. Y en la tarde volvió a informar: «son seis los mexicanos muertos».
Esa es tarea de los medios de comunicación. Lo de un jefe de Estado es exigirle al presidente de Estados Unidos que frene su lenguaje de odio, porque el fanatismo que el sábado cobró vidas humanas abreva de la propaganda antimexicana que se difunde desde la Casa Blanca.
López Obrador no puede callarse frente a Trump.
No es de un presidente dejarle un tema como éste al canciller, a quien instruyó que «a pesar de la indignación, del dolor, actuemos con mucha responsabilidad. En Estados Unidos hay elecciones, están en campaña, hay un proceso electoral y nosotros no queremos inmiscuirnos en los asuntos internos de otros países».
¿Y qué nos importa a nosotros que dentro de más de un año haya elecciones en Estados Unidos?
Nos matan mexicanos en Texas por el fanatismo que toma las armas para dar cauce a la xenofobia que se destila desde la presidencia de ese país.
¿Cómo que no queremos inmiscuirnos en los asuntos internos de ese país?
Eso no tiene nada que ver. Los asesinados son mexicanos y el presidente debe protestar por ello, pues la raíz del problema viene de un discurso emanado de la cúpula del poder político de nuestro vecino y socio comercial.
No hay excepciones: el lenguaje de odio expresado desde la presidencia de un país, tarde o temprano trae consecuencias mortales.
Tal vez López Obrador no se siente con autoridad moral para exigirle mesura a Donald Trump, porque él hace lo mismo en México.
Al presidente -lo ha dicho- le gusta atacar a quienes no piensan como él y considera que eso se llama «debate».
No, el debate es de ida y vuelta, con argumentos y en igualdad de condiciones. Nada de eso ocurre en México, donde el presidente agrede verbalmente, un día sí y otro también, a quienes piensan diferente a él.
Eso dispara el odio en redes sociales y no tardará el día en que haya muertos que lamentar por tratarse de fifís, camajanes, conservadores, neoliberales que hundieron al país, vividores del erario y otros insultos que el presidente pone a circular en las mañanas.
El discurso del desprecio y del rencor que destila nuestro presidente debe frenarse.
Sin duda habrá más de un fanático que pase de las palabras del presidente a los hechos de la agresión.
Es lo que acaba de ocurrir en El Paso. Tras las cargas verbales antimexicanas del presidente, hubo un fanático que tomó un ama de grueso calibre y disparó contra «los enemigos de Estados Unidos».
Nuestro presidente calla ante Trump.
Y a sus gobernados inocula el odio hacia los que piensan diferente a él.
Su maquinaria de propaganda inventa mentes perversas (neoliberales, periodistas, empresarios) que orquestan un «golpe de Estado blando» o preparan presuntos asaltos al poder.
Desde luego que de pronto uno o varios fanáticos van a atacar físicamente a esos malvados que conjuran contra la felicidad del pueblo.
Van a atacar a los representantes de «la mafia», los enemigos de la transformación del país.
Lo que pasó en Estados Unidos es un crimen pensado y ejecutado contra mexicanos, realizado por una mente enferma por el odio que le inoculan desde la Casa Blanca.
Lo mismo puede pasar en México.
Para evitarlo, el presidente debe cambiar su discurso de odio y exigirle lo mismo a Donald Trump.