Rómulo, baja colateral en la pugna de Américo y Cabeza de Vaca
De antemano diré que, desde que fue electo como jefe de Gobierno de la capital del país en 2000, en sus dos fallidas candidaturas presidenciales de 2006 y 2012, y la del año pasado, cuando logró llegar a Palacio Nacional, mi voto fue para Andrés Manuel López Obrador.
También, que como reportero de Milenio, cubrí parte de su sexenio sus conferencias mañaneras. Y, solo por dejar constancia, tengo sangre tabasqueña por mi abuelo materno, mi madre y de hecho viví algunos años de mi infancia en Villahermosa. De modo que no me es del todo extraño el comportamiento del Presidente.
Ahora las mañaneras son más tarde, eran a las 06:00 horas. Estaba muy bien ir al Zócalo, con el tráfico en cero; terminábamos entre 7:00 y 7:30 am la conferencia y para las 10:00 am quienes cubríamos la fuente ya teníamos varias notas en común. Lo que seguía era buscar las exclusivas.
Como ahora, había reporteros patiños que le hacían preguntas a modo. Pero estábamos los que nos gusta cuestionar. No sé ahora, pero en Milenio nunca me dieron línea y me publicaban todo a favor o en contra de López Obrador.
Un día le critiqué su cacareada austeridad, eran los tiempos en que su chofer Nicolás Mollinedo, Nico, tenía un sueldazo. Le dije que si de verdad estaba comprometido con la austeridad, por qué no hacía una ley y empezaron los dimes y diretes. Esa misma mañana tenía un evento con adultos mayores en el Zócalo y les dijo que a una propuesta surgida en la mañanera, mandaría a los diputados locales una iniciativa de este tipo para garantizarles recursos. Y sí lo hizo, pero fue de 10 artículos. Una vacilada.
López Obrador es proclive a responder todo y cuando algo no le gusta, se sale de sus casillas y se pone en su papel pendenciero. Varios de quienes hoy asisten a Palacio Nacional lo saben, porque cubrimos juntos a AMLO; por ejemplo, Daniel Blancas, de Crónica, quien ya desde entonces destacaba por su agudeza periodística.
Lo que hoy ven los mexicanos en las «mañaneras», no es nuevo. López Obrador siempre ha sido intolerante a la crítica y lo que se vivió en días pasados con motivo de la capitulación en Culiacán, se vivía desde antes, pero ahora lo sabe todo el país.
En conclusión, no será la primera vez ni la última que atestigüemos capítulos similares, López Obrador tiene sangre caliente como buen tabasqueño, siempre tiene la última palabra y, por lo tanto, no es capaz de ceder. De mecha corta, es también es genuino y honesto. No cambiará, así que habrá que aguantarse.