
Los niños que fuimos
Hace no mucho fue noticia una visita oficial de personalidades de alto nivel en el gobierno
actual de Estados Unidos de América, EUA, a Taiwán.
China expresó amenazante su inconformidad ya que, por razones políticas e históricas,
tiene la piel muy delgada en lo que respecta a esa isla.
El hecho reavivó la tensión entre EUA, Europa y China por Taiwán; hay razones de
régimen y conceptualización sociocultural y económicas; además de ahí se ha derivado
un polígono político desde la segunda mitad del Siglo XX.
Una de las aristas de tal polígono, agudo por complicaciones recurrentes en las relaciones
internacionales, es la tecnología de purificación y fabricación de procesadores
computacionales tanto como su manufactura de alta calidad; Taiwán lidera esa realidad,
de ahí la arista del polígono.
La situación, agudizada por efectos pandémicos, es tal que la cadena de suministro de
componentes de alta tecnología se ha visto afectada o, al menos, ralentizada; un hecho
con consecuente y desfavorable impacto en la economía global.
La ralentizada cadena de suministro en insumos de alta tecnología, como en el caso de
procesadores con base en Silicio, Si, ha implicado desaceleración de proyectos
tecnológicos estratégicos internacionales y la pugna por la hegemonía científico-
tecnológica con todas sus implicaciones (de energía, de movilidad para personas y carga,
de informática y telecomunicaciones, de industrial militar, etcétera).
Como ha sucedido desde mediados del Siglo XX, la cosa ha caído, de nueva cuenta, en
calma chicha; aun así, no podemos perder de vista lo siguiente.
Además de los grandes descubrimientos que han traído enormes beneficios a la
humanidad, la Ciencia, Tecnología e Innovación, CTI, ha sido, desde los conflictos bélicos
globales del siglo pasado, una componente de la estrategia y táctica en la relación de
poder en el orbe.
La Guerra Fría se ha documentado como caso histórico que ilustra esta realidad; pero
recientemente ya no son la carrera nuclear o espacial las más relevantes, sin que pierdan
importancia, sino los nuevos productos de la CTI como, por ejemplo, la instrumentación,
automatización e implantación de servicios en telecomunicaciones e informática.
El caso está, por citar alguno, en los diferendos que han quedado, por ahora, en
sanciones y disputas económicas y comerciales en relación al uso de 5G mediante la
comunicación con dispositivos de radiofrecuencia, conocidos en México como teléfonos
celulares, y su interacción con internet de alta velocidad para lograr el acceso a servicios.
Si bien la tecnología 5G proyecta grandes beneficios a personas que le usen,
favoreciendo, incluso, la integración social de aquellas con dificultades motrices u otras
afectaciones de salud, el riesgo que miden los gobiernos en su contexto de política
internacional es la intervención de terceros en sus aparatos de seguridad nacional.
Nunca antes la ciber-humano-seguridad de las naciones ha tenido esa escala, ni siquiera
cuando se desarrolló la teoría matemática de criptoanálisis para resolver las
telecomunicaciones en Enigma por Alan M. Turing (1921-1954) y su equipo de científicos.
Ahora hay una carrera por alternativas a los procesadores con base en Si: el cómputo
cuántico.
Es una tecnología que permitirá romper las barreras actuales en cálculos y sus
aplicaciones; ésta está aún ciencia básica, con intentos por concretarla en tecnología, la
ruta es árida por complicada, pero, podríamos verla en procesadores, aún estamos
relativamente lejos, de dispositivos móviles.
La dependencia en CTI no sólo está en las actividades necesarias y tradicionales como,
por mencionar algunas, las agropecuarias, alimentarias o medioambientales, sino que
vendrá de los productos de alta tecnología resultantes del conocimiento.
Debemos reconocer esto en concordancia con la importancia de México como país en el
concierto global; para ello hay que cambiar de titulares en el servicio público y esa última
decisión es electoral.