Jugando con México
El primer corte de caja formal con el primer informe de nueve meses de gobierno permite fijar los espacios para el debate indispensable de la política de desarrollo nacional del nuevo gobierno: la estrategia de distribución de la riqueza exige que primero haya riqueza y ésta sólo se contabiliza en el PIB.
Por tanto, sin PIB no hay paraíso.
En términos económicos, el PIB es la masa de riqueza que se reparte entre los sectores productivos e improductivos. Por tanto, el debate crecimiento/desarrollo está mal enfocado: el gobierno federal se ha dedicado a hacer una gran operación no siempre justa de reasignación de gasto para atender las prioridades de apoyo a sectores vulnerables, pero descuidando la creación de más riqueza.
En una reunión de la Federación Nacional de Economistas organizada por el coordinador de la comisión nacional de análisis económico, Carlos Loeza Manzanero, se dejó muy clara una cuestión central: las asignaciones monetarias asistencialistas del nuevo gobierno a sus sectores de apoyo han sido con cargo a la riqueza heredada por el gobierno de Peña Nieto y no a la riqueza producida. Ahí está la diferencia entre el presupuesto de gasto que jala la cobija destapando a unos para tapar a otros y el PIB que se necesita para tener riqueza qué repartir.
El gran desafío de desigualdad social del gobierno actual, acumulación de 48 años de populismo y 36 años de neoliberalismo, es mucho mayor a los beneficiados jóvenes y adultos mayores. Dos datos oficiales revelan la magnitud del compromiso social:
· La última encuesta ingreso-gasto 2016 del INEGI revela que el 70% de las familias –deciles I-VII o grupos de 10%– tuvo el 36.74% del ingreso nacional, en tanto que el 10% de las familias más ricas –decil X– se quedó con el 36.30% del ingreso; es decir, que 70% de los mexicanos gana lo que el 10% de los más ricos.
Y la última evaluación 2019 del CONEVAL señala que apenas el 21.9% de la población es consideraba no pobre y no vulnerable, en tanto que el 78.1% vive con una a cinco carencias sociales.
Sólo programas de desarrollo que contengan creación de la riqueza y mecanismos automáticos de distribución de los beneficios del PIB podrían revertir estas cifras de desigualdad. Y la acumulación de estas evidencias de desigualdad revelan la ineficacia social de los gobiernos populistas 1934-2018 –48 años– que lograron una tasa de PIB promedio anual de 6% con acumulación creciente de desigualdades social que para los gobiernos neoliberales 1983-2018 –36 años– que alcanzaron penas un PIB promedio anual de 2.2% con más pobres y marginados.
En este sentido, el eje de toda propuesta posneoliberal se debe analizar no en función de la riqueza regalada –dinero improductivo– de manera directa con partidas fijas en periodos cortos, sino en relación a los mecanismos de distribución de la riqueza –dinero multiplicador de dinero– que van desde mecanismos salariales hasta llegar a políticas de bienestar general como salud, educación, vivienda, alimentación y seguridad, pasando por estrategias macroeconómicas de justicia: inflación controlada por el lado de la estructura productiva, políticas fiscales que disminuyan la acumulación de la riqueza y el ingreso y estrategias de PIB.
En términos de desigualdad social, los jóvenes debieran primero de ser incorporados a la producción vía políticas educativas menos ideológicas y más funcionales para las fábricas y después garantizarles salarios y bienestar producto de las políticas sociales. El apoyo mensual de 3 mil 500 pesos sin supervisión de capacitación es temporal y no tiene seguridad de convertirse en empleo con mayor ingreso.
En este sentido, el gran debate de la 4-T debería ser el replanteamiento posneoliberal de la política económica/modelo de desarrollo/Estado detonador del PIB y darle la centralidad al PIB como el factor de multiplicación de la riqueza. En términos sencillos, si no hay PIB no hay riqueza qué repartir y los fondos presupuestales a regalar tendrían que reducir su volumen en tanto que no habría recaudación fiscal.
En este contexto, el debate sobre el PIB de 2019 –de la meta oficial de 2% a las expectativas de 0.5% hasta ahora, aunque bajando– no debe ser asumido como una crítica a la política económica del nuevo gobierno, sino a la falta de un modelo de desarrollo que dé prioridad al PIB y no al número de beneficiarios de reparto de dinero regalado que no se convierte en demanda agregada o mercado interno y por tanto tampoco opera como multiplicador de la riqueza.
Antes de renunciar como secretario de Hacienda, Carlos Urzúa Macías dejó claro que el PIB promedio del sexenio –en el mejor de los casos– sería de sólo 2%, la mitad del 4% ideal de la 4-T. El problema no radica en salar las cifras oficiales, sino en reconocer que el 4% sí es viable, pero a condición de un nuevo modelo de desarrollo, un Estado menos regulador y una cesión de la capacidad productiva a los empresarios con controles fiscales de la riqueza.
Es decir, sin PIB no habrá paraíso posneoliberal.
Política para dummies: La política es el camino para crear los espacios para general la riqueza que se debe repartir de manera equitativa.