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Los exégetas o intérpretes del presidente López Obrador son variados. Todos son oficiosos, ninguno autorizado, ni siquiera la señora que se ocupa de los miércoles de decir las mentiras supuestas o imaginarias en los medios. De todo hay, algunos inteligentes, otros creativos, otros más tontos, como el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Gutiérrez Luna, a quien le dio por denunciar ante la FGR a los consejeros del INE que votaron por la posposición de la consulta.
El denunciante, al pretender ser consecuente con el ánimo del Presidente hacia el INE, en su actuar contradijo de mala forma eso de prohibido prohibir. Los exégetas presidenciales en el ánimo de complacerle y dar curso a lo que ellos interpretan la entraña presidencial, son una suerte de ángeles vengadores ante todo aquel que atente contra la causa. La lista es variada: Santiago Nieto como titular de la UIF frente a los que él presumía enemigos del Presidente y de paso los de él, Manuel Bartlett respecto a las empresas extranjeras, López-Gatell ante la comunidad médica privada y los laboratorios y distribuidores de medicinas.
La señora María Elena Álvarez-Buylla contra la comunidad científica y el CIDE y otros tantos más. El Presidente por sí mismo echa pleito a mundo. No mide las consecuencias de lo que hace y, sobre todo, los demonios que suelta ante la conducta oficiosa de sus subordinados en la pretensión de quedar bien.
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