Ratifica TEPJF triunfo de Pablo Lemus como gobernador de Jalisco
Lenia Batres Guadarrama, la nueva ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, designada nada más y nada menos que por el presidente Andrés Manuel López Obrador de forma directa, al haber llegado a un impasse donde el Senado de la República no aprobó las ternas presentadas por el pequeño tirano habitante del Palacio Nacional, en una jugada que todo el mundo esperaba, desafortunadamente, y que comienza con la dimisión del ministro Arturo Zaldívar. Este hecho se inscribe como un lamentable momento histórico para la Suprema Corte de Justicia de la Nación, donde efectivamente, el factor político ha intervenido de una manera completamente invasiva en un poder que debía ser independiente. Ni en las peores pesadillas de quienes forjaron nuestra Constitución se previó todo este absurdo desbarajuste.
Está claro para todos que la ley es un concepto escrito que se sostiene dentro de los libros que conforman nuestra legislación como nación. El conjunto de leyes es el sistema nervioso de toda nuestra patria, de la administración pública, de todo lo que hacemos, pensamos y decimos los mexicanos por un acuerdo que llamamos República, como cualquier nación, pero las leyes no funcionan por sí solas, requieren la intervención humana constante. No solamente para ejercerlas, dirigirnos en el uso de ellas, aplicarlas e interpretarlas, también para mejorarlas, derogarlas ante su inutilidad u obsolescencia, que proviene muchas veces de los cambios en el mundo y del progreso de nuestra civilización. Igualmente, se ocupa el factor humano para crear nuevas, y por supuesto, para defenderlas. Este es uno de los trabajos más sagrados dentro del ámbito de la función pública. Desde que se inventó el concepto de gobierno, cada regla busca ser respetada, aplicada y defendida por aquellos que de mutuo acuerdo convienen en crearla y acatar.
De ahí que quienes funjan como jueces y administradores de la justicia en un país tienen que ser las personas más respetadas, capaces, admiradas, hábiles e inteligentes. No es tan importante que representen sectores específicos de la sociedad, pero deben serlo equitativamente. Ningún mexicano que se prepare y se esfuerce en ello para alcanzar un cargo tan elevado como el nombramiento de un ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación debe ser ignorado en sus méritos, sea de la extracción o minoría que sea.
Pero quien tenga esta meta debe saber que tiene muchos sacrificios que realizar y su carrera debe ser impecable, debe ser el mejor de los mejores. No puede de ninguna manera ser designado solamente por las lealtades políticas que representa, por los caprichos de un soberano, ni siquiera por la voluntad del pueblo. Así lo establece la Constitución, que fue fundada al mismo tiempo que nuestra propia nación. Para no ahondar más en el tema, este monero simplemente sostiene que, en su opinión, la señora Lenia Batres solamente es una piedrita en el zapato de la SCJN. Una peligrosa presencia que busca demoler completamente el sistema judicial desde adentro. Su sostenibilidad en el cargo es muy alta, pero, por supuesto, será cuestionada debido a la naturaleza de su función. Siendo su único mérito el ser leal al presidente de la República, el cargo que desempeña le quedará enorme (y ya empezó a quejarse de ello) al adquirir las nuevas responsabilidades que tiene este trabajo y que, aunadas a su objetivo (no tan secreto) de destruir la Suprema Corte desde adentro, significa que no habrá paz dentro del gran tribunal mexicano. No hay más que decir. Esta situación es un error. Pero no te equivoques, lector, no es el error de Andrés Manuel López Obrador. No es el error de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y la élite que siempre ha estado dentro de ella. No es el error de la señora Lenia. No es el error de las corrientes democráticas, ni de los partidos ni de las ideologías o pseudo ideologías de nuestro país. No es el error de quienes votaron y siguen apoyando el movimiento llamado cuarta transformación. Es el error de México. Es una equivocación que todos fraguamos y que todos tendremos que pagar. Históricamente, este tiempo ha quedado manchado con la permisividad, indiferencia, mediocridad y estupidez de nuestra generación. De las consecuencias habremos de encargarnos en el futuro, ojalá y solo sea la mancha imborrable que hemos dejado en los análisis de la historia.