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No es de ahora, sino de hace tiempo lo que ha llevado a las fuerzas armadas a la lucha contra el crimen organizado. La magnitud y gravedad del problema por la inseguridad ha hecho a los presidentes recurrir a las fuerzas armadas. Dos aspectos son relevantes: el fracaso de los civiles en la formación de policías confiables y una estrategia global absurda y fracasada contra la producción, tráfico y consumo de drogas.
Un recurso excepcional y temporal se ha vuelto regular. Los presidentes han compartido el error al considerar al Ejército y Marina como solución para enfrentar la inseguridad. La disciplina, orden y lealtad que les caracteriza les impide ver lo obvio: la naturaleza propia de la milicia las hace disfuncionales para ser policías. No están para ello y el emplearlas regularmente implica riesgos mayores, por lo que los organismos internacionales y las instituciones especializadas reprueban o rechazan sean destinadas a las tareas de seguridad pública regular.
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