
Se consolidará Nuevo León como la mejor sede del Mundial: Samuel García
Quien crea que existe una fórmula eficaz para entenderse con Donald Trump incurre en una ingenuidad mayor. Es impredecible, ignorante, mal asesorado y, además, dogmático.
La combinación perfecta para el desastre. La gran diferencia entre el Trump de 2016 y el de 2025 es que este último ha decidido prescindir por completo de límites, contrapesos o formas. Como ocurrió con AMLO, ha convertido el trauma de la derrota en una licencia para gobernar despóticamente.
En el arranque de cualquier gobierno, el poder suele imponerse en la conversación pública. Pero Trump ha llevado esa ventaja natural al extremo: ha pisoteado las reglas mínimas de civilidad, ha desafiado la Constitución y ha recurrido al insulto como método de política exterior, incluso con líderes de países aliados.
Lo hizo con el primer ministro canadiense Justin Trudeau, pero también con Zelenzki, de Ucrania invadida por Rusia. Sus agravios no son simples deslices retóricos, sino afrentas diplomáticas que han convertido a Estados Unidos de socio confiable en actor problemático.
¿Es simplemente un ignorante con poder? Tal vez. Pero la realidad es más preocupante: Trump no controla sus impulsos, ha sido declarado culpable por delitos, y representa un pensamiento profundamente misógino, racista y autoritario. Aun así, fue electo democráticamente y mantiene un respaldo considerable.
El problema, por tanto, no es solo él, sino la coalición política, social y mediática que lo acompaña. Y esa coalición no ha desaparecido. A diferencia de la política, que puede disimular sus efectos en el tiempo, la economía reacciona en tiempo real.
Los mercados, a diferencia de la opinión pública, no toleran veleidades. Las recientes decisiones comerciales de Trump, incluyendo la imposición de aranceles generalizados, provocaron reacciones inmediatas: desplome bursátil, tensiones diplomáticas y advertencias de recesión.
¿Lo anticiparon sus asesores? Si fue así, estamos ante una administración dispuesta al suicidio económico; si no, el nivel de desconexión con la realidad es aún más alarmante.
Como señala el Nobel Paul Krugman, quizás Trump ni siquiera está informado. Pero peor aún es la negación colectiva de su equipo, presentanto la tesis de que no hay daño alguno y que la reacción negativa es temporal y resultado del prejuicio ante una inmediata recuperación y crecimiento del músculo industrial y manufacturero.
El trumpismo plantea una paradoja inquietante: se presenta como defensor de la grandeza estadounidense mientras dinamita su reputación global. Promete prosperidad, pero conduce al caos económico. Asegura tener certezas, pero lo único que genera es incertidumbre.
Una vez más, el populismo ofrece respuestas fáciles a problemas complejos, y lo hace con efectos devastadores. México lo sabe bien. Apenas han pasado unas semanas y el impacto ya es irreversible. La arquitectura liberal construida tras la Segunda Guerra Mundial —basada en comercio, alianzas multilaterales y liderazgo democrático— se tambalea.
Estados Unidos conserva su poderío militar y su influencia cultural, pero ha perdido la brújula moral que lo hizo referente del mundo libre. Quien crea que las cosas serán igual que antes se equivoca. La confianza requiere tiempo para ganarla y una mala decisión es suficiente para comprometerla. Aun así, persistirán la democracia y la libertad, resistiendo la embestida populista.
En Estados Unidos, hay señales de contención institucional; en México, el deterioro sigue su curso sin proyecto alternativo a la vista. Hoy la tarea más urgente en el país es construir una alternativa liberal y democrática con sentido social, capaz de ofrecer un horizonte distinto al autoritarismo populista.
La amenaza no está sólo en quien está en el poder, sino en la falta de opciones que lo desafíen con ideas, principios y visión de futuro que de cauce a la esperanza de un mejor mañana.
Reproducción autorizada citando la fuente: Quadratín SLP
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