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SAN LUIS POTOSÍ, SLP., 11 de abril 2021.- San Luis Potosí, así como cualquier ciudad antigua, cuenta con diversos callejones que en sus muros y en la memoria de su gente narran las leyendas que hoy en día existen.
Sus nombres, como señala Rafael Montejano y Aguiñaga son “como relicarios que rememoran tradiciones, hechos, personajes y cosas que un día fueron populares”.
Callejón del Cariño
Entre uno de estos callejones se encuentra el Callejón de El Cariño, ubicado entre la avenida Francisco I. Madero y Venustiano Carranza. Durante el siglo XIX fue todo un punto de referencia y se dice que su nombre se deriva a la existencia de una antigua pulquería llamada “El Cariño” frecuentada por trajineros, viajantes y vagabundos.
Montejano y Aguiñaga, en su libro “Calles y Callejones del Viejo San Luis. Tradiciones, leyendas y sucedidos (1999), señala que el bar tomó el nombre de su dueña, Isabel Bedoya, a quien apodaban “La China, por remoquete, y La Cariñosa, por irrisión”.
El autor añade que no solo se daban lugar “perdularios y vagabundo” en la pulquería, sino que también habían “viejas cobijeras o celestinas, utilísimas demandaderas para concretar relaciones de amor”, además de que se realizaban amuletos y se lanzaban sortilegios para comenzar, mantener o acabar amores.
Sin embargo, con la llegada de las guerras de Reforma y la Intervención Francesa, la situación de la pulquería se fue abajo e incluso con la muerte de la dueña a manos de un villano. Aunque después de estos hechos su hija volvió a abrir el negocio, el Ayuntamiento mandó abrir la calle entre el entonces conocido Camino Real de Tequisquiapan y el de Jalisco.
Aunque la pulquería y su dueña desaparecieron, no así el nombre pues en la actualidad se le sigue conocido a esa vía, como el Callejón del Cariño.
Callejón del Santo Entierro
Actualmente se le conoce como el Callejón de San Francisco, pero en su momento era nombrado el Callejón del Santo Entierro.
Se dice que antes de que estuviera terminado el Templo de San Francisco, habitaba en la que hoy es la Secretaría de Cultura una mujer conocida como Doña Mirta, viuda de Don Gaspar Suarez de Barbosa, quien después de haber perdido a su esposo, solo le quedaba el hijo que esperaba, aunque su condición era delicada.
Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos y los de su cuñada para mantener el embarazo estable, el niño falleció. Desgarrada por la pérdida de su bebé, tanto doña Mirta como su cuñada tratan por todos los medios de mantenerlo con ellas, por lo que buscan a la mejor persona con conocimientos de brujería para preservar el cuerpo y evitar su descomposición.
Ante el éxito en su misión, entierran un muñeco perfectamente vestido y sin dejar que nadie se dé cuenta del intercambio, para garantizar que nadie se dé cuenta del intercambio. Durante años Doña Mirta logró conservar al niño consigo y lo cuidaba como si estuviera vivo.
No fue hasta que Fray Luis Atanasio, quien velaba la construcción del templo, se percató que una mujer interpretaba canciones de cuna.
“Oye regocijados gritos femeninos, aunque discretos y mesurados, a su vez, llenos de maternal amor, tiernos arrumacos, cancioncillas de cuna, voces onduladas por mil cadencias afectuosas, y un sinfín de alborozadas expresiones que sólo pueden hacer la que mece en sus brazos y alimenta con sus propios pechos al fruto de sus entrañas”, así describe Montejano y Aguiñaga los extraños ruidos que Fray Luis escuchaba.
Hasta más tarde descubriría que se trataba de doña Mirta quien cantaba esas canciones, pero el fraile sabía que eso no era posible, pues se sabía que no tenía ningún hijo, ante el conocimiento público de que había perdido al suyo, años atrás.
Así Fray Luis comienza a hacer indagaciones y visitar de manera constante la casa de Doña Mirta con el objetivo de encontrar alguna respuesta para el comportamiento de la señora. Después de descubrir el secreto de Doña Mirta y el motivo de hacer tales acciones, trata de convencerla de darle al niño santa sepultura.
Doña Mirta acepta con la condición de que el entierro se realice en un lugar cercano y a donde lo pueda verlo todos los días, por lo que Fray Luis lo entierra en lo que ahora es la Capilla de Nuestra Señora de los Dolores, y en donde se colocó una urna para conservar la imagen del Santo Entierro, donada por la señora en memoria de su hijo.