Reabre sus puertas Notre Dame después de incendio hace 5 años
CIUDAD VALLES, SLP., 18 de abril de 2020.- El concierto de bienvenida es por demás único: Parvadas de cotorras revoloteando con sus cantos encima de higuerones, un papán escandaloso –arriba de una chaca- anunciando nuestra presencia, una perdiz cantando a lo lejos en alguna cumbre poblada (que nos impide verla), un gavilán con su chillido agudo sobre un aquiche, y hasta un correcaminos que cruza raudo el sendero y hace sonar su aleteo mientras se pierde en un gavial.
El avance lento por la terracería -mientras abre la mañana- permite complacer varios sentidos, porque junto con el embeleso del oído, la vista se sacia de los matices de los mocoques en flor, el revoloteo de mariposas multicolores, y las diversas especies de orquídeas emergiendo entre la frondosidad de los árboles, que con su verdor primaveral se combinan perfecto con las llamativas bugambilias, lirios y rosales, en los hermosos jardines de las primeras viviendas de La Aguaje.
El olfato se llena también de ese olor característico a ramas y a follaje, pero el mejor incentivo para el esfuerzo de dos horas de caminata –que habremos de realizar- lo despierta el inigualable aroma a masa cocida entre hojas de plátano, chile de color, y la carne de cerdo y pollo que se deshace de sabor, mientras doña Chencha Hernández Hernández abre un enorme bolim (o patlache) que nos servirá de almuerzo, junto con una agua miel recién colectada por Sotero Hernández Gutiérrez.
ENTRE QUILAS Y SOYATES
Cuando comenzamos el andar hacia la elevación de la Sierra de Tanchipa, las parvadas de quilas siguen encima de nosotros y sobrevuelan los monumentales soyates, plantas que nos aparecerán a cada paso.
Son precisamente las leyendas las que –junto con la exuberante vegetación- abundan en ese sector de la reserva de biosfera (decretada en protección desde hace más de un cuarto de siglo: junio de 1994). Hay un momento en que Enedino Hernández Guerrero, el representante de bienes comunales de La Aguaje y esa mañana en funciones de guía, tiene que echar mano de la sapiencia de Martín Pérez Natalia, uno de los más antiguos acompañantes, para reorientar la marcha.
“Aquí siempre se pierde la gente –explica- y no sabemos por qué, es como si estuviera encantado”.
Los relatos de existencias de puertas dimensionales se entrelazan con los de avistamientos de ovnis, como los que detalla el propio Enedino: “Afuera de mi casa, en las noches de luna llena los he visto salir de por estos lugares, son naves circulares, luminosas, que luego hacen un zumbido y se pierden veloces en el cielo”.
La presencia supuesta de seres extraterrestres parecería reforzarse en la interpretación de los grabados en el interior de la Cueva de los monos, a la que hemos llegado luego de 120 minutos de andanza sudorosa. ¿Quiénes los elaboraron? ¿Y cómo hicieron para subirse ahí a esculpirlos?
EL DICTAMEN
En el plano antropológico y arqueológico, la comunidad se encuentra en una ruta cultural utilizada por grupos nómadas, por lo menos desde hace más de cinco mil años, lográndose apreciar expresiones culturales como la pintura, la talla y –perteneciente al periodo del sedentarismo- aparecen tiestos cerámicos monocromos, según señala un estudio realizado en enero de 2018 por el investigador José Guillermo Ahuja Ormaechea.
Lo anterior se desprende del hallazgo de restos culturales de diferentes periodos de evolución de los pobladores de la región: Hay manos pintadas sobre las paredes y techos de cuevas, además de restos cerámicos que indican la presencia de humanos que ya producían utensilios de barro cocido.
La formación geológica pertenece a los periodos cretácico inferior y superior, al tiempo de tener afloramientos del periodo terciario y cuaternario. En las oquedades, han aparecido materiales como tepalcates y figuras antropomorfas con elementos geométricos que hacen pensar en posibles sacerdotes con báculos, asociadas a un culto o rito antiguo. Se notan también escurrimientos de agua que se han filtrado a través de las rocas, dejando cristales, sales y carbonatos, formando esculturas conocidas como estalactitas y estalagmitas.
LAS TRES CULTURAS
Ahuja Ormaechea cita que por los restos culturales manifiestos, La Aguaje registra tres épocas importantes de concentración: La primera, que la demuestran las manifestaciones icónicas en el interior de las cuevas (de grupos nómadas que se asentaron por largo tiempo); una segunda debió pertenecer al periodo prehispánico; y finalmente la tercera ocupación representada en la confluencia actual de sus pobladores.
Aunque no se establece con precisión la antigüedad de la comunidad, los recuerdos que sí están frescos entre los antiguos pobladores, es el desalojo del que fueron víctima a mitad de los setentas, por militares al mando del tristemente célebre General Molina, quien mandó sacar a todos los habitantes para quedarse con el terreno.
Por eso, a la fecha la comunidad la forman apenas unas 24 familias que suman poco más de 70 personas, pero con la peculiaridad única de concentrar a hablantes y originarios de las tres principales lenguas y culturas del estado potosino: Los náhuatl (que arribaron de los municipios de Axtla, Coxcatlán, San Martín, y Xilitla), los tenek (que llegaron de Aquismón), y los pame o xi’oi (procedentes de Santa Catarina).
CENTRO APÍCOLA
La inclinación al trabajo organizado, en poco tiempo ha llevado a la comunidad a convertirse en productora de miel a gran calidad y escala; bajo el nombre de Cualinectli (que en náhuatl significa Buena miel) se han introducido en todo tipo de mercados, desde el local hasta el internacional. El sabor totalmente orgánico, libre de cualquier contaminante, y certificado por la Sagarpa, ha sido probado hasta en Alemania.
Además expenden jalea real, polen y propóleos, y elaboran velas de cera.