Diferencias entre un estúpido y un idiota
El posicionamiento rutinario del gobierno de la república ante las acciones del crimen organizado son parte sustancial de la política de seguridad con la que se pretende combatir a la delincuencia. Las declaraciones presidenciales con las que se alude a los delincuentes no son más que la continuidad congruente de las definiciones que el gobierno federal ha asumido frente a este gravísimo problema. Habrá que reconocer que el presidente no le mintió a sus electores cuando se refería a la delincuencia como parte del «pueblo bueno», cuando les llamaba a portarse bien.
Lo preocupante de esta creencia, convertida en política pública, es que ha llevado a las instituciones responsables de la seguridad del Estado mexicano a un proceso de capitulación disfrazado de no represión, de compromiso con la paz y de no «estigmatización» de los infractores. Se está capitulando ante los cárteles del crimen cuando exhorta a los delincuentes a permitir que las gasolineras vendan combustible a los vehículos de las fuerzas armadas y los llame a portarse bien pensando en sus madres, en lugar de fijar una postura firme, apegada al derecho, condenando y rechazando todo intento de imponer el terror para doblegar a los ciudadanos y al Estado.
La capitulación es evidente y vergonzosa cuando se expone a la Guardia Nacional a que todo delincuente disfrazado de «pueblo bueno» se le permita apedrear, patear, apalear, retener e insultar a cualquiera de sus efectivos que cumpliendo con su deber los han sorprendido en la comisión de algún delito. No existe registro de tales humillaciones en la historia de las fuerzas armadas y los hechos parecen ya haber adquirido el rango de costumbre. Prácticamente no hay semana que transcurra sin que se conozca de casos en que la Guardia Nacional, el baluarte principal del actual gobierno para combatir a la delincuencia, sea humillada y deba salir huyendo de poblaciones o rancherías.
Que el presidente de la república crea a pie juntillas que el narco también es «pueblo bueno», es un desvarío que está teniendo consecuencias fatales. Es lógico comprender qué tipo de acciones debe asumir el gobierno de la república cuando se parte de la premisa de que el narco es pueblo bueno. Como lo dijo en gira por Oaxaca «no se puede reprimir», o como la orden que mantiene sobre la Guardia Nacional de que no debe usar la violencia. Lo que está haciendo el gobierno de la república es capitular absolutamente ante el poder de los cárteles.
Creer que en la mentalidad criminal cabe la posibilidad de escuchar el exhorto presidencial para portarse bien es una ingenuidad con consecuencias letales. En nueve meses que lleva el presente gobierno ni un sólo cartel ha ofrecido desarmarse, ninguno ha ofrecido seriamente siquiera una tregua, ninguno se ha comprometido con evitar el derramamiento de sangre. Por supuesto, ninguno ha expresado su arrepentimiento. Ha ocurrido lo contrario, hemos vivido los meses más violentos de que se tenga registro.
Desde los carteles del crimen las condescendientes declaraciones presidenciales están siendo tomadas como debilidad y oportunidad para la expansión de sus sanguinarios negocios, están siendo interpretadas como la capitulación del Estado Mexicano. Lo que hasta ahora se ha aplicado como acciones para la seguridad en temas cruciales no ha tenido resultados, por ejemplo, el combate al huachicol que nos generó una severa crisis por la falta de hidrocarburos, justificándose en una visión patriotera, a la luz de los datos actuales ha resultado en un fracaso. El secuestro y la extorsión siguen rampantes y los asesinatos en lugar de disminuir se han incrementado.
Está más que visto que la amorfa concepción de «pueblo bueno y sabio» permite lecturas aberrantes, que en el caso de los exhortos a la delincuencia organizada, se ha tomado como justificante para tratar con cándida benevolencia a lobos y a corderos, bajo un contexto en donde los lobos sedientos de sangre andan libres y se sienten estimulados mientras la ovejas yacen encadenadas a la creencia de que pueda en algún momento prevalecer el estado de derecho con un presidente que prometió que las cosas iban a mejorar desde el primer día de su gobierno.
El boyante negocio que enriquece a la delincuencia organizada en un mundo enfermo en donde los crímenes más atroces están plenamente justificados como medio para demostrar poder, los exhortos a portarse bien y a permitir la acción de la justicia, es francamente ridículo. Es estrictamente un discurso de capitulación y eso lo entienden con mucha claridad las bandas delincuenciales. Ojalá el gobierno de la república recapacite y modifique sus políticas. De otra manera el baño de sangre y el dolor continuarán agravándose.